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La politización del anarcosindicalismo español y sus relaciones con el poder: anarquistas en el gobierno de francisco largo caballero…

Este blog se centra especialmente en hechos culturales que de uno u otro modo han tenido especial relevancia en la historia del siglo XX (y XX), así como en aquellas actitudes estéticas que han producido y siguen ocasionando momentos para celebrar que la cultura, en cualquiera de sus manisfestaciones, puede darse en las esquinas, en los cenáculos y palestras oficiales, en los subterráneos y garajes, en el metro o en las escalinatas de un museo. Dentro de ese cómputo, no he atendido excesivamente a la realidad política. En esta ocasión, con este post, me limito a hacer el recorrido por uno de los pasajes fundamentales de principios de la Guerra Civil. Esa realidad debería observarse también desde los objetivos de una historia social del siglo XX, en España. Incluso para comprender el arte del cartel durante ese periodo conviene contextualizar los hechos estéticos, la relación entre ideología y estética, la importancia que adquirió la publicitación de los hechos político-sociales. Con todo, vaya por delante que no hay en ello maniqueísmo ni otras voluntades de redirigir posiciones ideológicas.

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La dialéctica revolución-restauración del Estado que capitalizó parte del índice temático de la zona republicana durante los primeros meses de la Guerra Civil tuvo consecuencias de importancia en los desplazamientos del campo político y en la configuración de las élites, centradas en ese momento en construir no sólo diferentes (y contrapuestas) formas de abordar la contienda, sino también la percepción dominante sobre las clases sociales y los parámetros políticos que permitieran establecer una organización económica de guerra y de las estructuras sociales. La idea de desplazamiento del campo político pone el énfasis en dos cuestiones fundamentales: la fragilidad del propio campo y la lucha por conquistar las áreas de mayor influencia de ese campo. Ambas vertientes del término serán examinadas más adelante. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que las élites republicanas se verán igualmente afectadas por las características (estructurales y conyunturales) del campo.

Siguiendo la definición de Muñón de Lara, según la cual “una élite es un grupo reducido de hombres que ejercen el Poder o que tienen influencia directa o indirecta sobre él”, las diversas formaciones políticas, tanto revolucionarias como las defensoras de la instauración del Estado, hacen explícita las contradicciones del concepto. Un ejemplo paradigmático vendría a cumplirse con el papel, a veces pragmático, otras idealista o beligerante, del anarcosindicalismo español. En tal caso, su posicionamiento ideológicamente inestable respecto a sus relaciones con el poder de Estado y el campo político se extiende desde la instauración de la Segunda República hasta los sucesos de Barcelona en mayo de 1937, hecho que provocaría el cese del gobierno de Largo Caballero y diluiría el papel de la CNT en la toma de decisiones sobre la estrategia militar y política de la guerra en la zona republicana.

No cabe duda de que la importancia que fue adquiriendo la CNT durante el periodo republicano tuvo repercusiones manifiestas en la formación de las élites políticas en los inicios de la guerra. En el caso de la CNT, se produce un trasbase en sus posturas ideológicas al pasar de una acción directa como grupo de presión (durante la Segunda República) a una acción política e institucionalizada, de inserción en el campo político ante su inclusión en el gobierno de Largo Caballero en septiembre de 1936. Hay que tener en cuenta que una de las máximas de mayor relevancia ideológica en la CNT era precisamente su autoexclusión del sistema de partidos y su no participación en asuntos de Estado o de poder. En el periodo republicano su sindicalismo adquiere una considerable envergadura social, como grupo de presión. Grupo de presión en el sentido de aquellas formaciones que ejercen su acción social para influenciar sobre el poder desde los márgenes del campo político sin aspirar a ostentar representación de partido o conquistar cuotas de poder político. La diferencia entre grupo de presión y agrupación formativa de una élite es, ante la inserción de la CNT en el campo político, debatible a nivel conceptual y práctico, pero de lo que no cabe duda es de que llegó a formar parte de las coaliciones que poseía la legitimación en la toma de decisiones.

La politización del anarcosindicalismo durante 1936-1937 tiene su origen inmediato ante el nuevo periodo abierto con la proclamación de la Segunda República. La reorganización de los sindicatos provocó una enorme afluencia de las clases trabajadoras a la CNT. El debate sobre la revolución se reabre, entonces, con nuevos planteamientos: “Para una mayoría, predominaba una desconfianza radical frente a los proyectos reformistas del gobierno provisional. La única baza que la nueva situación brindaba era reemprender el camino revolucionario… Pero no faltaba quienes, especialmente entre los dirigentes sindicales de la CNT… la República aparecía como una clara superación para las clases obreras de las condiciones anteriores, siendo exigencia primaria aprovecharse de su protección para incrementar la fuerza de la Confederación”. Si los moderados, representados más tarde por el llamado Manifiesto de los Treinta, abogaban por una fuerza sindical movilizadora compatible con la democracia liberal, las facciones representadas fundamentalmente por la FAI expresaban de manera abierta la idea de no colaborar con el régimen haciendo de los sindicatos la base de una movilización revolucionaria. Esta cuestión quedaría reflejada desde el mismo inicio de la Segunda República en el Congreso del Conservatorio, en 1931. Los treintistas eran anarcosindicalistas, pero su disposición a encauzar su estrategia sindical y social con el transcurrir de la política republicana, los alejaba de los presupuestos faístas, proclives a un anarquismo doctrinal. El Manifiesto de los Treinta dio forma al movimiento de oposición a la corriente más radical y a una actitud de cierta colaboración con el gobierno que fue recibida con alabanzas por sectores burgueses.
Sin embargo, ya a finales de 1931 se produce un giro hacia el radicalismo de la FAI. La polémica entre ambas tendencias estaba en su momento álgido cuando tuvo lugar la sublevación anarquista en el Alto Llobregat (en enero de 1932 se proclama el comunismo libertario en toda la zona). Tal distanciamiento entre moderados y faistas queda reflejado a la perfección en un artículo publicado por Federica Montseny en El Luchador, el 19 de febrero de 1932: “Yo acuso, en primer lugar, a los treinta firmantes del manifiesto famosos, que dejó al descubierto a un sector irresponsable de la CNT, que los señaló como perturbadores y como indeseables a los gobernantes… Acuso a los que, en estos últimos días, cuando en la montaña catalana había diez pueblos sobre las armas y por la revolución social, cuando en casi toda España se esperaba una sola indicación para lanzarse a un movimiento de conjunto, cuando la CNT veía ante sí una posibilidad de realizar su ideario, traicionaron una vez más al movimiento”. Federica Montseny sería ministra de sanidad con el gobierno de Largo Caballero, pero en ese momento la dicotomía entre moderados y revolucionarios la situaba del lado de estos últimos.


El conflicto también podría situarse en términos de un apoliticismo que, en el caso de los treintistas vistos desde la perspectiva más extrema, era condescendiente con las políticas gubernamentales. Evidentemente, los faistas aprovecharon también la situación social generalizada para desplazar a los moderados de los puestos organizativos de la CNT. La situación de la clase trabajadora ante las políticas republicanas, la Ley de defensa de la república (octubre de 1931) o el ambiente de agitación social, entre otras causas, motivaron el fracaso de las tesis moderadas de los treintistas.

El ciclo de ofensivas anarquistas acontecidas a partir de 1932 coincide con la radicalización de la CNT-FAI mediante un dominio prominente de la militancia revolucionaria. Se produjeron sucesivos episodios de violencia. El caso de mayor trascendecia tuvo lugar el 11 de enero de 1933: los incidentes de Casas Viejas ocasionaron un deterioro acelerado del gobierno republicano. La escisión de la CNT era ya un hecho, consumándose oficialmente en marzo de 1933 con la explusión del grupo de los treintistas. La influencia de la CNT en el ambiente sociopolítico de la época se hace aún más evidente en las elecciones de noviembre de 1933. La CNT aboga por el abstencionismo del voto con agresivas campañas contra la República, hecho que sin duda sería una de las causas del giro político de la segunda República. Desde la revista Solidaridad Obrera se propaga una virulencia ambiental que planteaba los términos de una posible revolución: “No han de votar, porque para esta España hambrienta y desesperada, para esta Europa, doblemente amenazada por la guerra y el fanatismo, para este mundo convulsionado en una crisis formidable, no hay más solución que la revolución social, el levantamiento en masa de todos los oprimidos, la marcha imponente de los proletarios todos en lucha contra el Estado burgués” (21 de octubre, 1933). La táctica abstencionista de la CNT-FAI se tradujo, en parte, en un triunfo de la derecha.

Si durante el primer bienio republicano la principal oposición al gobierno confluía por las tensiones sociales provocadas por las sucesivas ofensivas y huelgas del anarcosindicalismo, a partir de 1934, con el Partido Radical en el gobierno y, posteriormente, la CEDA, a los empeños de la CNT de influir en el ambiente sociopolítico se le suma la izquierda revolucionaria y política. Es entonces cuando Largo caballero comienza a radicalizar su discurso y a extender la necesidad de una alianza obrera. Con la revolución de octubre, en 1934, confluyen diversas fuerzas sociales y políticas, entre las que se cuentan el Partido Socialista, la CNT y la minoría comunista. Independientemente de que el suceso fuera producto del deseo de desencadenar un verdadero movimiento revolucionario activo o un conflicto que precipitara la dimisión del gobierno radical-cedista, la CNT se desmarcó en aquellos puntos en que la marcha de la revolución estuviera determinada por la alianza obrera de los socialistas.

La siguiente circunstancia en que la influencia de la CNT es vital para la reorganización del campo político tiene lugar ante las elecciones de febrero de 1936. Por primera vez en mucho tiempo el socialismo español evoca públicamente a la CNT y una verdadera alianza proletaria. La cuestión se centraliza en la posición a tomar por la CNT en el aspecto de una posible alianza con las instituciones de carácter obrerista y en la actitud que habría de adoptar antes las elecciones. El 15 de enero se logró unificar las fuerzas en una coalición denominada Frente Popular, integrada por todos los partidos de izquierda, para concurrir a las elecciones de febrero. Aunque la CNT no se adherió, tampoco desplegó propaganda antielectoral ni puso impedimentos para que sus afiliados votaran libremente. El triunfo del Frente Popular dio un nuevo giro a las políticas de la Segunda República y abrió una brecha si cabe más extensa entre la izquierda y las derechas.

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La sublevación militar del 18 de julio inició una época de grandes convulsiones políticas y sociales. El drama de la guerra dinamitaría las estructuras del campo político en la zona republicana. En Madrid, el golpe no triunfó y el gobierno republicano pudo controlar la situación. Las masas habían salido a la calle exigiendo armas para defender la República. El 19 de julio, tras la dimisión de Martínez Barrio, Azaña encargó el gobierno a José Giral, transigiendo en la cuestión de dar armas a la población. La sublevación tampoco triunfó en Barcelona, y aunque Companys se había negado a entregar armas a la población no pudo contener la movilización obrerista de la CNT que, tras asaltar depósitos de armas, se impuso a los sublevados del bando nacional. Mientras se producía el hundimiento de las instituciones, las organizaciones políticas y sindicales de izquierdas fueron construyendo una administración alternativa de acuerdo a su representitividad en cada zona. Angeles Barrio define muy bien los comienzos de esa tensión, en la que se advierte un vacío de poder estatal: 

“Como ocurrió en Madrid y en otras grandes ciudades, la defensa de la república con la consigna armas para el pueblo que implicaba la movilización espontánea de civiles se llevó a cabo mediante la fórmula de milicias dispuestas a colaborar con el ejército profesional. Sin embargo, ni el gobierno del Frente Popular compuesto por republicanos estaba por dar armas al pueblo, ni tampoco las clases medias, a las que representaban los partidos del gobierno, se echaron a la calle en los primeros momentos… Abandonada por quienes debían haber sido sus principales bases de apoyo, la república adquirió la forma del ideal revolucionario de trabajadores y campesinos que, como reacción al golpe militar y a lo que significaba, impregnó los nuevos poderes del Estado”. La alteración del poder estatal posibilitó una oportunidad para poner en auge los ideales revolucionarios del anarcosindicalismo al mismo tiempo que los comités de UGT y de la propia CNT se encargaban de mantener los servicios públicos.


El proceso de institucionalización de la revolución estaba en marcha, con mayor intensidad y magnitud en Barcelona, ciudad donde las masas ocuparon las calles desde el primer momento propiciando la colectivización de la industria, el comercio y los servicios. Azaña criticó duramente tal situación, la sindicalización del poder, en el Estado republicano y la revolución, artículo publicado en 1939: “Es difícil saber dónde acababa el miliciano y dónde empezaba el responsable de servicio público. En el orden de la economía, esa tarea la tomaron por su cuenta los sindicatos, asumiendo la dirección administrativa de grandes servicios propios, sustituyendo a los patronos en las empresas privadas”. Así, desarticulado el gobierno, se inicia un periodo de orden revolucionario en el que la CNT-FAI se revela como fuerza predominante. ¿Puede hablarse, entonces, de una élite revolucionaria que determina las formas políticas y la actuación socio-económica del momento? La creación del Comité Central de Milicias Antifascistas, el 21 de julio de 1936, marca esa posibilidad. Company quería que el Comité se convirtiera en un organismo más bien simbólico, mientras que la CNT deseaba que adquiriera todo el protagonismo en tareas de dirección económica, militar y política con la intención de relegar al gobierno de la Generalitat a un segundo plano. Las fuerzas que componían el Comité Central de Milicias Antifascistas (CNT, FAI, UGT, Partido Socialista, Ezquerra republicana de Cataluña, Acció Catalana Republicana) asumían el control del poder apoyándose en las milicias y en las patrullas de control. Evidentemente, a esas alturas el conflicto pone de nuevo en primer plano el dilema de la revolución, es decir: aprovechar la situación crítica en la que se hallaba el Estado republicano y realizar la revolución, o aplazar cualquier intento revolucionario concentrando todo el arsenal político, social y económico en la contienda, lo que daría prioridad a la reconstrucción del Estado.

El campo político, incluso la composición de las élites políticas, quedaba alterado por las disconformidades del debate, que llegarán a ser sangrantes en sus momentos más críticos. En el seño interno de la CNT-FAI, se volvía a plantear el debate del colaboracionismo con el gobierno, lo que complicaba aún más la situación teniendo en cuenta que la organización sindical ya estaba integrada en las formaciones legitimadas en la toma de decisión política. El debate interno de la CNT desembocaba, del mismo modo, en el problema de la revolución. Los colaboracionistas como Peiró, López, Pestaña (con el Partido Sindicalista), etc., habían terminado por aceptar el aislamiento de las conquistas proletarias por el hecho urgente de ganar la guerra; los no colaboracionistas, como Ascaso, Durruti, Jaime Nebot, Antonio Martín o Los Amigos de Durruti, no aceptaban que se pudiera ganar la guerra renunciando a la acción revolucionaria. El marco político republicano en los inicios de la guerra estaba dominado en gran medida por el dilema de la revolución y la reconstitución del estado. Partidos del Frente Popular como Izquierda Republicana y Unión republicana eran contrarrevolucionarios, pero no habrían podido impedirla si el PCE, el PSUC, el PSOE, la UGT, La CNT-FAI y la FIJC (Federación Ibérica de Juventudes Libertarias) hubieran apoyado la revolución todos juntos. Sin embargo, el PCE y el PSUC eran contrarios a la revolución; el PSOE, tanto en su ala moderada (Prieto, Besteiro) como en su ala izquierda (Largo Caballero) eran igualmente revolucionarios; la CNT-FAI, por su parte, aume bastante pronto una posición de colaboración a pesar de haber propiciado activamente las colectivizaciones y socializaciones; el Partido Sindicalista de Angel Pestaña prosigue su política colaboracionista, ya iniciada en el periodo de los treintistas; el POUM, plenamente revolucionario, entraría a formar parte de la generalitat de Cataluña a finales de septiembre de 1936, siendo expulsada de la misma en diciembre.

La colaboración política de la CNT en la Generalitat de Cataluña y su participación en tareas de Estado (gobierno central) es paulatina y vendría motivada bajo la presión de los acontecimientos. A finales de agosto de 1936 la Generalitat invitó a la CNT a integrarse en el gobierno catalán. Fue, posiblemente, la primera vez que los anarcosindicalistas se encontraron en situación de desempeñar un papel instituicional relevante. No obstante, en Cataluña ya era una fuerza protagonista a tener en consideración. Aunque el presidente Companys pudo haber definido el papel del Comité central de las Milicias Antifascistas como un organismo auxiliar del gobierno, el Comité se convirtió rapidamente en un órgano ejecutivo al mismo tiempo que sus funciones consistían tanto en la creación de milicias como en la organización revolucionaria en la retaguardia o la acción legislativa y judicial.

Los intentos del presidente Companys de reagrupar todas las formaciones revolucionarias bajo la dirección de la Generalitat tuvo sus frutos a finales de septiembre de 1936, momento en que se compone un nuevo gobierno catalán en el que figuraban representantes de todos los partidos obreror y sindicales de importancia, incluyéndose tres miembros de la CNT (Joan Fábregas en Economía, Antonio García Birlán en Sanidad y Joan Doménech en Justicia) y uno del POUM (el propio Andreu Nin en Justicia). Los anarquistas justificaron su adhesión a las instituciones gubernamentales incidiendo en la afirmación de que se trataba más bien de un Consejo en vez de un nuevo gobierno. El POUM, por su parte, había puesto como condición a su participación una “declaración ministerial de orientación socialista” y la intervención directa de la CNT. La consecuencia inmediata a la formación del Consejo del gobierno catalán fue la disolución del poder de los comités. El 19 de octubre, el Comité Central de las Milicias Antifascistas se disolvió. Sin embargo, su desaparición no puso fin a la división del poder en la zona y, por tanto, a la lucha por dominar el conjunto del espacio político. Los revolucionarios continuaban manteniendo sus propias patrullas de policía y control. Si el POUM señalaba que “su presencia en el gobierno catalán era una medida de transición hacia el poder total de la clase obrera y que su lema había sido siempre, y seguía siéndolo, un Gobierno obrero, Comités obreros, campesinos y combatientes y Asamblea Constituyente” , el objetivo del PSUC era poner fin a la división del poder a la vez que proponía la exclusión del POUM en el gobierno.

De este modo, en Cataluña se producía una confrontación por el dominio del campo político que influía en el desarrollo organizativo de la guerra. Podría decirse que el gobierno de la Generalitat intentó actuar como un catalizador de esas fuerzas situando los términos en que habría de producirse la estabilización del poder. El PSUC, contrario a los supuestos revolucionarios que, al menos en parte, seguían estableciendo el orden cotidiano, acusó al POUM de deslealtad con el gobierno y exigía la supresión del Secretariado de Defensa y de la Junta de Seguridad dominados por la CNT, que controlaban las patrullas revolucionarias y las milicias. Los anarcosindicalistas accedieron a la exclusión del POUM, con la contraprestación que presentaba la retirada del PSUC del gabinete. La composición del nuevo gobierno mantenía, sin embargo, a miembros del PSUC bajo las siglas de la UGT; la CNT continuaba en el gobierno en los puestos de Defensa, Economía, Servicios Públicos y sanidad. Así, mientras el PSUC proseguía su agitación en favor de otras medidas como el servicio militar obligatorio y la fusión de las milicias en un ejército regular al servicio del gobierno republicano, la CNT insistía en la necesidad de una participación dominante de las milicias. El POUM, que poseía su propio cuerpo de milicias, reivindicaba su utilización como expresión de un ejército de la clase trabajadora. Ante tal situación, el campo político estaba determinado por la fluctuación del poder de las milicias ante la creación de un ejército institucionalizado y legitimado por el Estado republicano. Esta cuestión sería causa de sucesivas crisis en el interior del gobierno catalán que intentarían aminorarse con la formación de diversos gabinetes de la Generalitat. Los intereses del PSUC y de la CNT eran opuestos. Así, por ejemplo, el 7 de abril de 1937 el PSUC y la UGT lanzarían un manifiesto que concretaba su posición: “Todo el problema radica en estos momentos en la cuestión del Gobierno, en la cuestión del Poder. Sin Poder no puede haber ejército. Sin poder no puede haber industria de guerra…” . Sus propuestas se centraban, por tanto, en la creación de un ejército regular en Cataluña como parte integrante del ejército de la República, movilización de los reemplazos, nacionalización de las industrias de guerra, creación de un cuerpo único de seguridad y concentración de todas las armas de guerra en manos del gobierno. La CNT se oponía a la implantación de tales medidas, y ante la posibilidad de que se recrudeciera la agitación entre ambas posturas, Companys nombró otro gobierno provisional, el cual no distaba mucho de la formación anterior.


Paralelamente a la situación catalana, la falta de un poder institucionalizado a nivel del Estado central no estaba exento de problemas. El 4 de septiembre de 1936 se constituye un nuevo gobierno del Frente Popular presidido por Largo caballero. Una de las cuestiones de mayor relieve era, en este punto, si la CNT debía entrar en el gobierno recién constituido. La obra de restauración del Estado dependía, en parte, de la participación de la CNT-FAI (recordemos que el 27 de septiembre, el POUM, la CNT-FAI y el PSUC, entraron a formar parte de la Generalitat de Cataluña). Largo Caballero plantea la cuestión en los siguientes términos, en una entrevista ofrecida al Daily Express: “… Pero hay una gran parte del pueblo que no está representada en el gobierno. Me refiero a la potente CNT, que es ala industrial de los anarquistas…Cuando el gobierno se estaba formando, hace dos meses, pedimos colaboración a la CNT, porque queríamos que el gobierno tuviera representación directa de todas las fuerzas que luchan contra el enemigo común”. La postura de la CNT anterior a la constitución del gobierno central se centraba, precisamente, en una crítica radical a la propia existencia de un gobierno del Frente Popular, insistiendo en que la guerra, tal como la concebían, era una guerra social. Señalaban la contradicción de intentar llevar a cabo un gobierno de coalición que maximizaba una burocratización basada en unas élites escogidas. El 5 de noviembre de ese mismo año, la CNT-FAI cambiaba su discurso y entraba en el gobierno oficialmente. La actitud de la CNT en Cataluña y el modo de resolver el problema de la participación política fue determinante en la intervención de la agrupación anarcosindicalista en el gobierno de Largo Caballero.

Horacio Prieto, que en ese momento se había hecho cargo del C.N. de la CNT, cumplió un papel decisivo en ese giro ideológico (o, al menos, coyuntural). Según sus propios parámetros políticos, las conquistas de la socialización se hacían necesarias en el entorno de un Estado democrático. Así, en una asamblea celebrada el 15 de septiembre se plantearon los asuntos fundamentales de su integración en el gobierno del Frente Popular, donde se concluyó que el gobierno debía ser sustituido por un Consejo nacional de Defensa compuesto por cinco miembros de la CNT, cinco de la UGT y cuatro miembros más de los partidos republicanos. Sin duda, ese cambio semántico respondía al propósito de conciliar los deseos de entrar en el gobierno con su doctrina antiestatal. Largo Caballero se oponía a esta solución.

El 18 de octubre Horacio Prieto convoca otra asamblea con el fin de establecer una nueva dirección de las negociaciones con el gobierno. La nueva línea se justificaba del siguiente modo: “No significa esto que renuncie (la CNT) a la consecución integral de sus ideas en el futuro: significa tan solo que, ante la disyuntiva de perecer bajo la garra inmunda de la reacción, frustrando la más alta esperanza emancipadora abierta sobre el proletariado de todos los países, está dispuesta a colaborar con quien sea, dentro de órganos de dirección llamados Consejos o Gobiernos, con tal de vencer en la contienda y salvar el futuro de nuestro pueblo y del mundo” (declaración del 23 de octubre). Finalmente, el 3 de noviembre de 1936 los anarcosindicalistas aceptaron su participación en el poder estatal con cuatro ministros en el gabinete: Juan García Oliver en Justicia, Juan López en Comercio, Federica Montseny en sanidad y Asistencia Pública, y Juan Peiró en Industria. Con todo, y dado que el ambiente revolucionario todavía se hallaba presente en todas las instancias de la vida cotidiana, muchos miembros de la CNT estaban en desacuerdo con la participación gubernamental de la CNT. Sebastian Faure sintetiza esta contradicción afirmando que el “anarcosindicalista no puede figurar entre aquellos que tienen la misión de conducir el carro del Estado, puesto que está convencido de que este carro, este famoso carro, debe ser absolutamente destruido”. La entrada de cenetistas en el gobierno coincidió, por otra parte, con el traslado del gobierno de Madrid a valencia. La decisión de los ministros anarcosindicalistas de avalar tal decisión tuvo repercusiones en el movimiento libertario, así como una sensación de abandono de todos los supuestos ideológicos del anarquismo que desembocó, como último resorte, en la dimisión de Horacio Prieto el 18 de noviembre de 1936.

No obstante, el proceso de recuperación del estado ya estaba en marcha, más aún teniendo en cuenta la colaboración cenetista en el interior del gobierno central y la disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas. Las necesidades de afrontar la guerra hacía imprescindible restituir la legalidad de las instituciones. Esto significaba, de la misma manera, resituar el campo político en la zona republicana. El programa de reconstitución estatal exigía aminorar el poder de los comités sustituyendo los organismos revolucionarios por organismos regulares. En el mismo sentido, se procedió a una reforma judicial y a la reconstitución de la policía. Las milicias de retaguardia, las patrullas de control y los cuerpos de vigilancia convivían con la policía de seguridad y los guardias de asalto. El 20 septiembre un decreto unificó todas esas fuerzas en un cuerpo único, las Milicias de la Retaguardia. La policía revolucionaria quedaba sometida a la autoridad del ministro de Gobernación. Sin embargo, como ya hemos señalado anteriormente, la militarización de las milicias sería una de las medidas de urgencia en base a una regulación del ejército republicano con una organización férrea. El primer decreto del gobierno constituyó un Estado Mayor que comenzó a coordinar y centralizar el ejército, lo que significaba que se pondría de nuevo en vigor el antiguo Código de justicia militar. La presencia de representantes de la CNT en el gobierno pudo hacer creer que habría de proseguir la expansión de la revolución. Así, por ejemplo, con Juan Peiró (CNT) en el ministerio de Industria se firmó un decreto que posibilitaba la intervención del gobierno en las industrias indispensables para la guerra, teniendo en cuenta que muchas empresas estaban controladas por una gestión obrera o estaban colectivizadas.

El reestablecimiento del Estado permitió, en gran medida, la desaparición de la dualidad del poder. No obstante, el gobierno tenía que enfrentarse a problemas de índole económica y social. Desde el inicio de la Guerra Civil hasta marzo de 1937, el coste de la vida había ascendido considerablemente. Ya en 1937. Este hecho, entre otros de índole política que no habían zanjado el debate de la revolución, produciría nuevas condiciones para una rehabilitación de las posturas revolucionarias. Tanto el POUM como algunas facciones de la CNT volvieron a reavivar la cuestión. Así, en la primavera de 1937 se encontraron de nuevo las condiciones propicias para una oleada revolucionaria.

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Los sucesos de mayo de 1937 acaecidos en Barcelona son el resultado de toda la tensión que el campo político había ido acumulando desde los inicios de la guerra. Barcelona había sido, y seguía siendo, el feudo del cenetismo, y era el lugar donde subsistía la esencia de las conquistas revolucionarias. Esta tensión era aún más intensa ante la persistente oposición del PSUC a cualquier formulación revolucionaria. Así, la situación ya era crítica el 25 de abril, fecha en que es asesinado Roldán Cortada, dirigente de la UGT y miembro del PSUC. La reacción del PSUC no se hizo esperar, y en el entierro de Roldán se llevó a cabo una manifestación que exponía en las calles la propia fuerza militar y policial controlada por el PSUC. La CNT, por su parte, lo interpretaría como una provocación. La efervescencia del ambiente hizo que tanto obreros como policías intentaran desarmarse los unos a los otros, ante lo cual el gobierno prohibió toda manifestación para el 1º de Mayo.

Los acontecimientos se precipitarían a partir del 3 de mayo, cuando miembros del PSUC (Rodríguez Sala, comisario general de Orden Público, tomó la iniciativa) asaltaron por sorpresa la Oficina central de telefónica, ocupada por la CNT desde julio de 1936. Hay que tener en cuenta que la Oficina de telefónica se consideraba un emblema estratégico de la revolución al mismo tiempo que simbolizaba la dualidad de poderes en Cataluña, pues era un centro de comunicaciones de vital importancia. Ese mismo día se reunieron los comités regionales de la CNT-FAI, las Juventudes Libertarias y el Comité Ejecutivo del POUM. Mientras el POUM estaba abiertamente a favor de una movilización total que diera respuesta a las provocaciones del PSUC, los representantes de la CNT y la FAI abogaban por el apaciguamiento; sin embargo, los miembros de base de la CNT, junto al POUM, llevaron inmediatamente la lucha a la calle. Esta dualidad en el interior de la propia CNT pone de relieve el estado de confusión que se vivía en ese instante.

El 4 de mayo la violencia en las calles se generalizó. Los dos bandos ya estaban articulados. De un lado, el PSUC, la UGT y Estat Catalá estaban decididos a acabar con la revolución; del otro, el POUM, las Juventudes Libertarias y los afiliados de base de la CNT y la FAI estaban dispuestos a defender los residuos revolucionarios que habían permanecido en Cataluña. Los comités de la CNT eran partidarios del alto el fuego. Las consignas de la CNT en este sentido eran difundidas por la radio: “No estamos atacando, nos estamos defendiendo ¡Obreros de la CNT y de la UGT, recordad bien el camino recorrido, los caídos envueltos en sangre, en plena calle, en las barricadas! ¡Deponed las armas, abrazaros como hermanos! ¡Tendremos la victoria si nos unimos; hallaremos la derrota si luchamos entre nosotros!” .

El 5 de mayo los combates a pie de barricada proseguían en Barcelona, mientras que el gobierno central adoptaba medidas de urgencia para sofocar los incidentes. En misión gubernamental, llegaron a Barcelona García Oliver y Federica Montseny, ministros del gobierno del Frente Popular y miembros destacados de la CNT. Su presencia en la ciudad catalana respondía a un intento de evitar una intervención militar y apaciguar los ánimos. Sin embargo, desde el mismo día 5 llegaron al puerto navío de guerra. Largo caballero decidió tomar bajo su dirección el orden público y la defensa del Estado enviando una columna de 5000 guardias, que, ante su llegada, hicieron cesar definitivamente los combates.

Entre los día 6 y 7 de mayo, el Frente Popular ya era dueño de la situación. La consecuencia inmediata de los sucesos de Barcelona fue el fin de la autonomía catalana y el control por parte del estado y el gobierno central de la vida política y económica. Las fuerzas del cuerpo de seguridad ocuparon las zonas más problemáticas de la ciudad desarmando a los obreros. Del mismo modo, el poder del anarcosindicalismo fue diluyéndose del campo político y el POUM fue aniquilado tras la represión de todos sus organismos y dirigentes. Con ello también se produjo un aumento de la influencia comunista en los órganos de poder y en el ejército. La crisis desembocó, en último término, en la dimisión de Largo Caballero (16 de mayo, 1937). El nuevo gobierno, con Negrín a la cabeza, excluyó del gabinete cualquier elemento revolucionario e instauró una represión férrea contra el POUM y su Comité Central. La significación del campo político en la zona republica, marcado por una dualidad sin precedentes en la disposición del poder y de sus élites, establecía un nuevo modelo en el que la CNT ya no tenía cabida.

Toralply, portero del Athletic, fusilado “vivo o muerto”…


Por MIGUEL ÁNGEL LARA
Toralply, a la derecha, vestido de portero. 
Toralply, a la derecha, vestido de portero.
Una de las primeras órdenes que recibieron los médicos del Santo Hospital del Bilbao el 19 de junio de 1937, el día que la capital del Gobierno Vasco, cayó en manos de las tropas franquistas, fue la de salvar la vida del comandante rojo del batallón número dos de la UGT (Batallón Prieto) que había ingresado el día anterior con una herida de metralla en el cráneo. Las autoridades militares de la División Navarra ordenaron que ese herido fuera “fusilado vivo o muerto”, una práctica que se hizo habitual durante la Guerra Civil, la de fusilar cadáveres como si la rabia de no haber cazado al enemigo con vida pudiera calmarse así.
El cuerpo que yació 10 días en el hospital en el que la República instaló la primera Facultad de Medicina (que no se volvió a abrir hasta 1970 tras cerrarla en 1937) y que fue luego trasladado el día 27 a los Trinitarios de Algorta, era el de Aniceto Alonso Rouco, para todos Toralpy, uno de los porteros más populares del fútbol vasco en los años 20.
La crónicas de la época, cuando aún no existía la Liga y el campeonato regional era la máxima expresión semanal del fútbol, hablan de un gran portero, ejemplo de la escuela vasca que tantos gigantes ha dado bajo palos, y que tomó su sobrenombre (sobrevivió en el tiempo porque su hijo tuvo un bar en Erandio hasta los 90) de un portero inglés que pasó por Euskadi en mediados de la primera década del siglo XX.
La figura de Toralpy era muy popular en Bilbao y su cinturón obrero. Ajustador de profesión, compartió siempre su pasión por del deporte con una intensa actividad política

Jugó en el Sestao, el Cantabria, el Acero y el 6 de septiembre de 1925 debutó con el Athletic (derrota por 4-0 ante el Real Unión) y el 21 de febrero de 1926 lo hizo en su único partido oficial (triunfo 2-3 ante el Acero). Sus mejores momentos los vivió bajo los palos del Sestao. Y de esa época data un partido ante el Athletic, cuyo portero era uno de los primeros grandes (Vidal), que estuvo presidido por la violencia. Toralpy fue protagonista del choque que midió Las Llanas a los dos equipos el 20 de octubre de 1924. A los rojiblancos les recibió un campo lleno, de uñas y protegido por la Guardia Civil. Los leones de Pentland se adelantaron tras un penalti cometido sobre Rousse y marcado por Larraza.
A la vuelta del descanso, Rousse y el árbitro, Ángel de la Torre, fueron agredidos y la Guardia Civil de caballería “intervino para calmar los ánimos” (La Vanguardia, 21-10-1924). En un partido llenó de patadas e incidentes en un campo embarrado, el Sestao remontó con dos goles de penalti de Arana, pero el héroe fue su portero, Toralpy, que con 0-1 detuvo otro lanzamiento de once metros a Larraza. El ’1′ del Sestao salió a hombros del campo y con un ramo de flores mientras que la Benemérita tuvo que proteger a los jugadores del Athletic y al árbitro.
La figura de Toralpy era muy popular en Bilbao y su cinturón obrero. Ajustador de profesión, compartió siempre su pasión por del deporte con una intensa actividad política como miembro del PSOE y de la UGT. Ajustador de profesión, cuando estalló la Guerra Civil sus tiempos de portero ya habían pasado. Seguía siendo un apasionado del balón, pero ya desde la grada y las tertulias de bares.
[foto de la noticia]

Pronto destacó en las tareas defensivas de Bilbao cuando el 11 de junio de 1937 la Legión Cóndor y la Aviación italiana iniciaron el ataque que haría caer a la capital vasca. Indalecio Prieto, desde Madrid, había dado orden de defender Bilbao hasta el último hombre, en especial el cinturón industrial. Toralpy salió de la capital como comandante al mando de su batallón para alcanzar la línea Kalamua y Marquina-Echeverria.
El día 17 de junio estaba hablando por teléfono con las unidades que defendían Bilbao y anunciaba que estaban listos para la ofensiva a pesar del intenso fuego aéreo enemigo cuando llegó una visita a la caseta (txabola) que hacía de puesto improvisado de mando. Mientras saludaba a Víctor Frutos , un socialista nacido en Argentina y que llegó a Madrid con sólo 8 años para acabar siendo jefe de la VI Brigada del Ejército de Euzkadi, cayó herido: “Aún con las manos enlazadas vi como sus ojos se quedaban en blanco. Su rostro se contraía con un gesto de dolor, estaba ya inconsciente. Un trozo de metralla alargada, en forma de cuchillo y de unos 20 centímetros, asomaba a través del casco. Instintivamente traté de arrancarla, pero mi esfuerzo resultó inútil: estaba demasiado incrustada en su cabeza. Su corazón aún latía e inmediatamente una ambulancia lo trasladó al hospital. En el pensamiento de todos quedó que el comandante Toralpy había muerto”. (Vicente Talón, Memoria de la Guerra en Euzkadi).
Tras caer Bilbao con la salida de las últimas tropas leales a la República la madrugada del 19 de junio y la entrada de la V Brigada Navarra al mando del general Juan Bautista Sánchez, los mandos republicanos dieron a Toralpy como caído en combate mientras su cuerpo estaba en el Hospital de Basurto. Sus documentos le daban como “muerto en campaña el 17 de junio de 1937″. Tan seguros estaban que a su viuda se le concedió una pensión de manera inmediata.
El final fue más macabro. Al caer la ciudad, los heridos en los hospitales se convirtieron en prisioneros de guerra. En las ruedas de reconocimiento, Toralpy fue reconocido. Era un rostro popular por sus tiempos de portero y por su alta actividad política. Se decidió ‘salvar su vida’ para luego acabar con ella. Si moría antes iba a dar igual, sería fusilado el cadáver. Su cuerpo de deportista hizo que resistiera a la herida. Acabó de recuperarse en Algorta (Getxo). Había llegado el momento. El 7 de septiembre de 1937 fue entregado por las autoridades del hospital a las militares. Se le leyó la sentencia a muerte como “autor de un delito de alta rebelión por acción directa sin circunstancias modificativa de responsabilidad”. La tapia del Cementerio Vista Alegre de Derio, donde fueron ejecutadas más de 400 personas tras la caída de Bilbao, fue lo último que vieron los ojos del Toralpy.
http://www.foroporlamemoria.info/2012/04/toralply-portero-del-athletic-fusilado-vivo-o-muerto/

DIARIO DE UN MILICIANO ANÓNIMO DE LA CNT


Madrid 20 de noviembre de 1.936

Llevo unas cuatro horas despierto, me encuentro en el hospital de las milicias Confederales situado en el Hotel Ritz de Madrid. Según me cuentan, fui ingresado la pasada madrugada con una herida grave de bayoneta que casi me revienta el estómago. Al ingresar en el hospital me operaron de urgencia y he permanecido semiinconsciente todo este tiempo. Todavía tengo en mi mente las imágenes de lo ocurrido un poco confusas. Recuerdo que nos ordenaron tomar la planta baja y los sótanos del Hospital Clínico. Al introducirnos en el interior nos encontramos con las fuerzas moras, a las cuales les tuvimos que hacer frente cuerpo a cuerpo. Todo fue muy rápido, recuerdo la pelea que mantuve con uno de ellos, y sobre todo, su cara al clavarle mi bayoneta. Él, se aferraba a ella con sus manos mientras que la afilada hoja se las destrozaba. Sus gritos se mezclaban con los míos, al mismo tiempo que también se mezclaban en la oscuridad con los de todos los que estábamos en plena batalla. Cuando el cuerpo de aquel desconocido quedó inerte caí sobre él jadeante. Mi cuerpo estaba empapado en sudor, aunque la noche era de mucho frío y lluvia. Lo último que recuerdo es que intenté incorporarme y un tremendo pinchazo en el costado me lo impidió. Comencé a sentir que me ardía toda la parte del estómago, sonaron disparos y ya no recuerdo nada más.

Desde que partimos de Aragón hasta hoy no he podido escribir nada en el diario. Todos los hechos ocurridos desde que abandonamos el frente de Aragón hasta hoy los intentaré relatar de una manera resumida en estas páginas de este día 20 de noviembre de 1.936.

Madrid a finales de octubre esta a punto de caer, el gobierno no confía en su salvación y prepara su huida hacia Valencia. Pero antes de emprender la huida Largo Caballero presidente del consejo y ministro de la guerra tiene que amarrar todos los cabos sueltos y el más importante es la CNT. Este se entrevista con el presidente de la República Manuel Azaña, donde le expone que la CNT tiene que entrar en el gobierno, a lo que Azaña en un principio se niega rotundamente, pero días más tarde acepta sin contemplaciones, dejando a Largo Caballero estupefacto. El plan esta trazado. A la CNT se le otorgan cuatro ministerios sin cartera que serían designados a cuatro compañeros elegidos por la organización. Estos ministros anarquistas son Juan López (comercio), Federica Montseny (sanidad), Juan Peiró (industria) y García Oliver (Justicia). La CNT mayoritaria ante el pueblo pero minoritaria ante las decisiones de estado volvemos a ceder otro trozo de terreno, cosa que hemos ido haciendo desde el 19 de julio bajo los eslóganes incoloros de resistir, no pasarán, unidad antifascista…

El día 4 de noviembre se acepta la entrada de la CNT en el gobierno de la Republica y el día 5 de noviembre nuestros cuatro compañeros comparecen ante su primer consejo de ministros, pero cual es su sorpresa. Largo Caballero anuncia que el gobierno se traslada a Valencia. A nuestros cuatro compañeros la cara se les pone blanca. A estos que para aceptar el cargo se les ha tenido que presionar de manera casi violenta bajo la responsabilidad del militante, ahora comprenden cual es la jugada de los que siempre han sido nuestros enemigos, escapar de Madrid, pero acompañados de una representación de la CNT y así la deshonra que también caiga sobre nuestra organización. Nuestros compañeros se oponen enérgicamente. García Oliver toma la palabra en nombre de los cuatro ministros de la CNT, ¿Marcharnos? ¡Pero si acabamos de llegar! ¡No!. El gobierno debe de continuar en Madrid y los ministros, como auténticos comisarios deben ser los animadores de la lucha e incluso batirse en las barricadas. Estas palabras llenaron de espanto a los demás ministros incluidos los comunistas, que miraban a García Oliver como a un loco que los estaba enviando a primera línea. Todas las miradas rápidamente se desviaron hacia Largo Caballero y este llamó a la calma a los ministros de la CNT y que se “comportaran razonablemente”, porque no quedaba tiempo y la resolución debía de tomarse por unanimidad. García Oliver se ratificó en lo dicho, y Largo Caballero pidió que los cuatro ministros cenetistas se reunieran en privado y deliberasen con más calma la situación en la que se encontraba el gobierno. Los cuatro ministros volvieron a ratificarse en la negación de abandonar Madrid. Al entrar expusieron nuevamente su negativa a abandonar la capital. Entonces los demás ministros comenzaron a quitarse las caretas. Los del partido de Azaña a viva voz le decían a Largo Caballero “¡Vea usted mismo los locos que nos ha metido en el gobierno! Largo Caballero les dijo a los cenetistas que o aceptaban o quedaba declarada una crisis de gobierno que sería en estos momentos el fin de todo. Los cenetistas volvieron a salir para reunirse, pero como había que salir de aquella situación optaron por llamar al Comité Nacional de la CNT y notificarle la situación en la que se encontraban. Horacio M. Prieto desde el Comité Nacional de la CNT les dijo: “Votad, y después volveréis inmediatamente a Madrid”.

Cuando García Oliver se levantó para comunicar el resultado se hizo un silencio sepulcral, y en medio de este silencio anunció que la CNT votaba por el traslado del gobierno a Valencia. Dicen que más de uno estaba sudando, yo personalmente creo que más de uno se lo hizo encima sólo pensando en lo de ir a primera línea. A partir de ese momento todos los ministros que tanto habían sudado esperando la decisión de la CNT, ahora corrían como locos, su obsesión era: marchar, marchar, escapar cuanto antes de Madrid.
Pero en las calles de la capital el pueblo madrileño era todo lo contrario al gobierno que lo abandonaba. En cada rincón de la ciudad la gente se preparaba para la resistencia, la CNT y la UGT habían lanzado un manifiesto a todo el pueblo de Madrid que se resumía en esto “¡LIBERTAD o MUERTE! En las calles todo el mundo pedía armas, armas para defenderse del fascismo que está a las puertas de Madrid.

Al caer la noche del día 6 de noviembre el gobierno emprendió la huida por la carretera que conduce a Valencia vía Tarancón. En ese punto fueron detenidos por la unidad anarquista del compañero Villanueva situada en ese puesto. Este recibió órdenes desde Madrid para que dejara pasar a los ministros, y aunque a regañadientes obedeció dichas órdenes. Antes de marchar, Largo Caballero entregó al general Miaja un sobre lacrado con la recomendación de “No abrirse antes de las 6 de la mañana del día 7 de noviembre”. El sobre contenía el nombramiento del general Miaja como máximo responsable de la defensa de Madrid.

En la noche del 7 de noviembre la lucha se intensifico resultando muy dura, fue la primera vez en la que los milicianos no retrocedían y se batían en combate como verdaderos leones. La Federación Local de los Sindicatos de la CNT difundió un llamamiento por radio: “Madrid, libre de ministros, de comisarios y de “turistas”, se siente más seguro en su lucha (…) El pueblo, la clase obrera madrileña, no tiene necesidad de todos estos turistas que han salido para Valencia y Cataluña. Madrid, libre de ministros, será la tumba del fascismo. ¡Adelante, milicianos! ¡Viva Madrid sin gobierno! ¡Viva la Revolución Social!”.

En Valencia, la declaración que hizo publica la CNT y la FAI fue aún más radical: “Para las mujeres, para los niños, para los ancianos y los heridos de Madrid, nuestra casa y nuestro pan. Pero para los cobardes y desertores que se pasean en coches exhibiendo sus armas, nuestro desprecio. ¡Compañeros hay que boicotearlos y hacerles la vida imposible!”.

El día 8 de noviembre los moros y legionarios lograron colarse por los márgenes del río Manzanares, en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria. El Gobierno desde Valencia le insinúa a la Generalitat de Cataluña la necesidad de que fuerzas del frente de Aragón se trasladen de inmediato a Madrid.

La Conserjería de Defensa de la Generalitat celebra una reunión de urgencia, donde asisten representantes de todas las fuerzas políticas y sindicales, junto a Federica Montseny como ministra de la República y los representantes de las columnas que operan en Aragón. El nombre que sale es el de Durruti y su Columna.
Durruti nos reunió a toda la Columna explicándonos la situación: Todos no podíamos ir en defensa de Madrid y dejar este frente sin protección, así que sólo una parte de la Columna será trasladada. Los preparativos se hicieron a toda velocidad, sin descanso, había que estar en Madrid lo antes posible.
El día 12 de noviembre, Durruti que se encontraba en Barcelona telefoneó a Bujaraloz y pidió que se preparasen la I Agrupación y la VIII, ambas a cargo de José Mira y Liberto Ros, añadiéndole los refuerzos de las Centurias 44, 48 y 52, que estaban compuestas por internacionales. Entre los elegidos había bastantes mineros expertos en dinamita y fogueados en combate. El comité de guerra encargado de esta Columna estaba compuesto por los compañeros Miguel Yoldi, Ricardo Rionda (Rico), Manzana y Mora. En total éramos unos 1.400 hombres los que partiríamos hacia Madrid.

Primero nos dirigimos a Barcelona, en el puerto nos esperaba un navío procedente de América Central cargado con cajas de armamento. Al llegar comenzamos a descargarlo a toda prisa y su contenido lo depositábamos en vagones de ferrocarril, que arrastrados por dos potentes locomotoras partirían inmediatamente hacia Madrid. El origen del armamento que descargamos era suizo y mexicano; se trataba de un armamento que los rusos habían comprado, pagándolo a peso de oro, pero que en realidad era pura chatarra. Durruti no tuvo ocasión de comprobar el material en Barcelona; pero una vez en Madrid, y al darse cuenta de la calidad de las armas, telefoneó a Abad de Santillán diciéndole “que los fusiles que le había dado se los podía meter en los cojones…”, y que le enviara urgentemente treinta y cinco mil bombas de mano de las denominadas “La FAI”. Ya bien entrada la noche del día 13 de noviembre fuimos trasladados hasta Valencia en un tren de carga, llevábamos 48 horas sin dormir, sin descansar. A Valencia llegamos a medio día del 14 de noviembre, y en el andén de la estación nos esperaba Durruti junto a García Oliver, que partió de Barcelona en avión acompañado de Yoldi y Manzana. Durruti le comunicó a Liberto Ros y José Mira como delegados de Agrupación, que el resto del viaje hasta Madrid lo haríamos en autocares y camiones, ya que la vía ferroviaria había sido volada en parte por un bombardeo enemigo. Finalizó diciéndoles que a fin de preparar la llegada de la Columna, él salía en avión con García Oliver hacia Madrid.
Durruti llegó a Madrid ese mismo día 14 por la tarde, esto originó que por Madrid corriera la voz de que la Columna Durruti había llegado a Madrid, confundiendo nuestra Columna con otra también compuesta por catalanes, pero organizada por el PSUC, la llamada Libertad-López Tienda.

Nuestra Columna llegó a Madrid el día 15 de noviembre, entramos por el Puente de Vallecas, la gente nos vitoreaba dándonos las gracias por venir. Al caer la tarde nos alojaron en un colegio de niños con la intención de pasar allí la noche y descansar debidamente antes de entrar en combate. Pero al poco tiempo de llegar, un vehículo turismo llegó a toda prisa a la puerta de nuestro improvisado cuartel, de él descendió Federica Montseny toda nerviosa, y con voz enérgica nos dijo: “Camaradas, los moros han llegado al Paseo de Rosales. Se precisa en gran manera que estas fuerzas salgan inmediatamente para aquel lugar si no queréis pasar por la amargura de contemplar como Madrid es invadido por los moros esta misma tarde”.
Liberto Ros y José Mira le respondieron: “Durruti, al marchar, nos dijo que bajo ningún concepto nos moviésemos de aquí. Como comprenderás, hemos de esperar hasta que él venga, que confío no ha de tardar, si como tú señalas es evidente lo que acabas de decir”. Federica Montseny nos deseó suerte a todos, volviéndose a montar en el turismo que partió a toda velocidad.

A los pocos minutos llegó Durruti, el cual nos reunió a todos exponiéndonos la necesidad de salvar Madrid, lo que espera de todos nosotros y concluyendo con las siguientes palabras: “Comprendo lo que representa para vosotros salir ahora mismo a luchar, sin descanso, fatigados por el duro viaje, pero es necesario hacerlo. Y a la cabeza vuestra iré yo, a luchar con vosotros, contra el invasor”.

Sin discusiones y decididos nos preparamos para entrar en combate. Al anochecer partimos hacia el frente, allí nos esperaban algunos compañeros de Madrid enviados por Cipriano Mera y al cargo de un compañero llamado Timoteo. Estos compañeros conocen bien el terreno y nos servirán de guía. Casi al amanecer del día 16 de noviembre entramos en combate, no tuvimos descanso y menos aún relevo, mientras las demás fuerzas políticas si lo tenían, el apoyo que nos prometieron de los internacionales de Kleber no nos llegó cuando nos dijeron, viéndonos en una encerrona delante del enemigo, y mientras, nuestros hombres, nuestros compañeros, nuestros amigos iban cayendo uno tras otro defendiendo Madrid, ese Madrid abandonado por el gobierno de la republica que desde Valencia llama a la resistencia. Malditos seáis y maldita sea toda vuestra estirpe.

Casi a la media noche del 17 al 18 de noviembre Durruti por fin pudo reagrupar a los delegados de Centuria de la Columna en la Facultad de Ciencias. Se había combatido sin parar durante 36 horas y el balance en la Columna era terrorífico, el 60 % de la Columna había causado baja. De los aproximadamente 1.700 hombres ¬-contando a los compañeros de Madrid- que habíamos entrado en combate, apenas quedábamos 700, y en tan malas condiciones que durante 36 horas no habíamos probado bocado, ni siquiera un sorbo de café. El frío y la lluvia nos calaban hasta los huesos en un escenario donde la muerte por bala o por un bayonetazo podía sorprenderte en cualquier instante.

De todas las fuerzas que luchaban en la Ciudad Universitaria los únicos que teníamos a todos los hombres entregados al combate éramos nosotros. En la madrugada del 18 de noviembre el propio Durruti pudo comprobar con sus propios ojos cómo los internacionales de Kleber eran reemplazados en parte por la XII Brigada Internacional al igual que otras unidades no Confederales.

Durruti estaba de muy mal humor por lo que estaba sucediendo. Se puso en contacto con el compañero Eduardo Val del Comité de Defensa del Centro para intentar reemplazar a sus hombres los cuales estábamos desechos. Val lo intentó por todos los medios, pero desalentado le comunicó a Durruti que no había manera de reunir gente para reemplazar a sus hombres, ya que todos los compañeros estaban movilizados y muchos de ellos luchando con unidades que no son confederales.

Entonces Durruti se entrevistó de urgencia con Vicente Rojo y el general Miaja en el Ministerio de la Guerra. Les informó de la situación en la que se encontraba su Columna, o lo que quedaba de ella, que no seríamos más de 400 hombres. Estos le dijeron a Durruti que intentarían por todos los medios reemplazar a sus hombres al día siguiente, 19 de noviembre. Pero que había que aguantar hasta entonces. Apoderarse, si era posible, del Hospital Clínico, y mantener las líneas interiores en la Ciudad Universitaria. Si los milicianos pueden mantener un círculo de hierro, conteniendo a los facciosos en la Ciudad Universitaria durante aquellas últimas 24 horas, Madrid estaba salvado.

En la madrugada del 19 de noviembre nos ordenaron la toma del Hospital Clínico, la lucha fue sin cuartel, cuerpo a cuerpo, y es cuando caí herido. Por lo visto al deshacerme del enemigo en la pelea a bayoneta, otro mercenario por la espalda me clavo la suya por el costado, con la suerte de que dos compañeros de Columna aparecieron en ese momento, disparando sus fusiles y segando la vida del enemigo. A partir de entonces no recuerdo nada más. Por lo visto, quede inconciente, y pasé bastante tiempo apartado en un rincón con la herida taponada por un compañero, hasta que por fin fui evacuado.

Hoy 20 de noviembre de 1.936 Madrid está a salvo, pero a qué precio. Nuestra Columna ha sido casi aniquilada y el dolor por la pérdida de tantos compañeros es inmenso entre los que hemos quedado con vida. En este momento, mientras estoy escribiendo estas palabras nos dan otra dura noticia, en este mismo hospital yace el cuerpo sin vida de aquel que daba nombre a nuestra gloriosa Columna, Buenaventura Durruti.

Dentro de unos días seré trasladado a Barcelona. He prometido a mis compañeros que en cuanto esté recuperado volveré con ellos a la primera línea del frente.

Ahora necesito descansar…

 http://insumision.blogspot.com.es/2007/06/diario-de-un-miliciano-annimo-de-la-cnt.html

Stalin contra la República


Una barraca en el campo de Molotovo, en Severodvinsk, en 1946. | T. Kizny
Una barraca en el campo de Molotovo, en Severodvinsk, en 1946. | T. Kizny
No fueron niños de la guerra. No fueron miembros de la División Azul, prisionerios de la Uniñon Soviética. Fueron "internados", según la terminología de la época, republicanos secuestrados por Stalin durante 13 años, abandonados a una situación legalmente fantasmal y condenados al gulag. Su historia aparece ahora recogida en el ensayo 'Españoles en el gulag; republicanos bajo el estalinismo' (Península), obra de Secundino Serrano.

¿Quiénes eran estos republicanos de Siberia? El propio Serrano contesta: "Fueron 185 españoles encarcelados, aunque hay quien sube la cifra hasta los 300, inclluyendo a otros españoles que pasaron por el gulag por motivos diversos. Hay dos grandes grupos: por un lado, los alumnos de aviación que fueron a Azerbayán a un curso de pilotaje para servir a la República y a los que el final de la guerra los sorprendió allí. Eran chicos jóvenes, de 18 a 21 años. Otro grupo, era de marineros a los que la victoria franquista los sorprendió en una travesía de camino a la URSS. Cuando llegaron, los soviéticos requisaron sus barcos y empezó su periplo. En este grupo, había gente más mayor. Había también algún falangista de izquierdas que abandonó la División Azul, que desertó en Kazajistán". A excepción de estos últimos, todos los miembros del grupo "habían hecho una declaración de adhesión a la República que se requería para ir a la URSS, eran gente con mucho sentido de la militancia. Había algún miembro del PNV, muchos socialistas, muchos anarquistas y, sobre todo, muchos comunistas. Eso sí, al cabo de 13 años, todos terminaron siendo anticomunistas fervorosos".
'Al menos desde 1948, fue el PCE el que impisió que los republicanos presos fueran liberados'
Y, entonces, ¿por qué cayeron en desgracia? "Su 'pecado' fue que quisieron salir de la URSS. No para irse a España sino para establecerse en Francia, al principio, o en América Latina. Y claro, eso era inconcebible para los soviéticos", cuenta Serrano. Después de dos años de internamiento más o menos amable, en balnearios a las afueras de Moscú, el grupo de los marineros se dirigió a la Embajada Alemana en la URSS (por entonces, la Alemania nazi era aliada de Stalin) y solicitó que mediara los ayudara a abandonar Rusia. El PCUS se tomó mal esa licencia e hizo lo que se solía hacer en esos casos: a Siberia con los marineros, ya mismo. "Cuando empezó la Operación Barbarroja, todos los extranjeros residentes en la URSS fueron detenidos. Y allí cayeron el resto de los españoles. No hacía falta juzgarlos ni condenarlos: simplemente se aplicaba sobre ellos la retahila de trotskistas, quintacolumnistas, antirrevolucionarios...".

Los marineros se llevaron la peor parte: pasaron un año en un campo de concentración del Círculo Polar. En 12 meses, murieron 11 de 40. "Después, se unieron a los demás españoles en "campos de concentración 'medios'. El campo de Kok-Usek fue emblemático en su periplo", explica Serrano. "No eran campos de exterminio, sino de trabajos forzados. La tasa de mortalidad era alta pero no tanto. Había un día libre a la semana, con cine, bailes y hasta misa. Nueve o 10 de los españoles tuvieron hijos durante esos años, porque los campos eran mixtos... Cuando regresaron a España, los examinaron los médicos y su estado de salud no era malo. Ni el físico ni el psíquico, aunque sí hubo un falangista desertado que, al partir desde Odesa, tuvo una crisis nerviosa y se quedó en tierra".

¿Y el Partido Comunista de España? No es para estar muy orgullosos. "Antonio Mije, en las Cortes Republicanas en el exilio se refería a ellos como 'falangistas embozados'", explica Serrano. "Y, si bien la decisión de su encarcelamiento dependió del PCUS, a partir de 1948 fue el PCE el que bloqueó la liberación de los 'internados' republicanos".
Su 'pecado' fue el de querer abandonar la Unión Soviética para establecerse en Francia o América Latina
Lo deprimente es que hasta el franquismo trató mejor a estos españoles. "El Gobierno español supo de estos chicos en 1946, por el testimonio de un ingeniero francés que se llamaba Bornet. No hizo nada por ellos, pero es que tampoco habría podido hacer nada, sin relaciones diplomáticas. Tampoco los estadounidenses pudieron salvar a sus ciudadanos confinados al gulag... Después, cuando murió Stalin y la URSS quiso deshacerse de estos prisioneros, Franco los recibió con los brazos abiertos". Así, transmitía un mensaje de reconciliación en un momento en el que quería acercarse a las democracias burguesas. En cambio, los miembros de la División Azul, que también fueron liberados en esa época, se convirtieron en una presencia mucho más incómoda. "Cuando los divisionarios llegaron a Barcelona, volvieron a aparecer esvásticas y símbolos falangistas pintados en las paredes. Justo, lo que no quería Franco en ese momento. Y, por eso, se canceló la recepción que se había previsto en Madrid. En cambio, a los 'internados' republicanos se les mimó mucho. Ramiro Pinilla estuvo muy encima de ellos y se les consiguió trabajo a todos ellos".

Stalin en España


En el verano de 1937, "el gobierno español estaba totalmente en manos de la NKVD. El Komintern en España, tras la fachada de idealismo byroniano del Frente Popular, se había convertido en una tapadera de la policía secreta". (Stephen Koch, El fin de la inocencia, Tusquets Editores, 1977, p. 340.).Esto puede ser algo esquemático, pero no es falso en absoluto. Otros libros, desde el Gran Engaño de Burnet Bolloten hasta éste de Koch, pasando por los de W. Ktivinski, Pierre Broué, George Orwell, y de manera implícita P. Sudoplatov (ex alto dirigente del KGB, quien reclutó a los Mercader en Barcelona y organizó, entre otros, el asesinato de Trotski) y muchísimos más, denuncian la política de la URSS en España y el papel de sus servicios secretos. El propio Jesús Hernández, en su libro Yo fui ministro de Stalin, relata, entre otras cosas, cómo Togliatti, a las órdenes de Moscú, impuso el cese inmediato de Largo Caballero como presidente del Gobierno, por no ser suficientemente servil, y su sustitución por Juan Negrín, el único posible, ya que "Prieto es anticomunista y Álvarez del Vayo demasiado tonto..." Además o sobre todo, Negrín ya había demostrado su filosovietismo enviando el oro del Banco de España a la URSS.

El apasionante libro de Koch adolece, tal vez, de un defecto bastante corriente en este tipo de ensayos: investigando a fondo un tema se puede llegar a exagerar su importancia. Centrado en la actividad de la NKVD y de los diferentes agentes de la Internacional Comunista, a través, sobre todo, de la extraña figura de Willi Münzenberg, de quien ya habló Artur Koestler en sus memorias (¡hay que leer o releer a Koestler!), da a mi modo de ver demasiada importancia histórica a dichos "servicios". Claro que la tuvieron, ejercieron su influencia, cometieron infinidad de crímenes, lograron montar campañas de propaganda totalmente embusteras, como el proceso de Dimitrov, el proceso Kravchenko, el proceso del POUM, el "hitlero-trotskismo" de Andrés Nin, etc., y desde este punto de vista ejercieron un papel tan evidente como hediondo, pero la política y la ideología ejercieron un papel más importante aún, o sea, los partidos comunistas fueron in fine más importantes que sus servicios especiales, incluso si en ciertas ocasiones y en diferentes países el NVKD (luego KGB) se impuso a los partidos. Por ejemplo, y quedándonos en el ámbito del libro de Koch, el Frente Popular tuvo un apoyo de masas real; independientemente de la acción de los "servicios", aunque estos actuaran eficazmente para que el Frente Popular mantuviera una actitud favorable a la URSS (también en Francia).

En los años treinta existía en Europa un peligro real de guerra, y, resumiendo mucho, todo parecía conducir a un conflicto entre la Alemania nazi y sus aliados contra las democracias, Reino Unido y Francia principalmente. En teoría, la URSS podía elegir aliarse con un bloque o con el bloque opuesto. Pero Stalin intentó mantener una postura prudente, con la secreta intención de situarse al margen del conflicto, que parecía inevitable, durante un periodo lo más largo posible, para precipitarse luego al socorro del vencedor. Como hizo con Japón en 1945. En este sentido mantenía contactos oficiales o secretos con ambas coaliciones, fingiendo dar preferencia a una u otra según los vaivenes de la política europea. Si los Frentes Populares parecían demostrar cierta solidaridad antifascista por parte de la URSS y sus partidos comunistas, en realidad, desde diciembre de 1936 (como lo demuestra Koch en su libro) los contactos secretos entre la URSS y la Alemania nazi fueron frecuentes. Pero a Hitler, por lo visto, no parecía interesarle, al principio, una alianza con la URSS. Inútil señalar que en estos contactos y negociaciones desempeñaba un papel importante el desprecio rotundo y hasta el odio de los comunistas en general y los soviéticos en particular, hacia las "decadentes democracias burguesas", y el interés de Stalin por el nazismo.

En estos momentos de dudas y vacilaciones estalla la guerra civil española. Como muchos, Stalin piensa que el Ejército sublevado va a triunfar en pocas semanas, pero al instalarse la guerra para rato, decide intervenir. No para ayudar a la República española, lo cual constituye la mentira oficial, respaldada por todas las socialburocracias, como puede constatarse a diario, sino para controlar el movimiento e impedir una revolución de signo en gran parte anarquista y contraproducente tanto para sus intereses de gran potencia, como para su estatuto de "patria de los trabajadores del mundo". Lo logró rápidamente y si la NKVD no dirigía el gobierno republicano, la influencia de Moscú, la Internacional y el PCE fueron cada vez más significativos y hasta determinantes. Pero, como veremos con el ejemplo del POUM, si lograron mucho, no lo lograron todo. Claro, se podrían dar muchos otros ejemplos. Controlar la situación explosiva en España obedecía, pues, a dos objetivos. Impedir una revolución de signo contrario a su ideología y a sus intereses imperialistas, y en el caso, poco probable, de acuerdo con las democracias occidentales, poner sobre el tapete de las negociaciones su labor contrarrevolucionaria en España, presentada como "defensa de la legalidad republicana". Pero apenas los nazis manifestaron cierto interés por llegar a un acuerdo con la URSS, Stalin se volcó en esa dirección, abandonando "la justa causa del pueblo español".

Desde luego, los gobiernos británico y francés también tuvieron sus vacilaciones y no sólo en relación con la guerra en España. Varios historiadores han relatado, por ejemplo, cómo se quiso proponer a la Alemania nazi y a la Italia fascista que retiraran su apoyo militar a Franco a cambio de "regalarles" colonias en África. Moscú y sus servidores en España hicieron fracasar este proyecto de "armisticio", bastante estrafalario por otra parte.

Recordemos también que en Francia el gobierno de Frente Popular, presidido por Léon Blum, en principio más favorable a la difunta república española, no duró dos años y el de Daladier fue aún más vacilante. La cumbre de la ceguera diplomática (y de la cobardía) se celebró en Munich en 1938. Aprovecho para salir al paso de los infundios e insultos de los comunistas y de sus innumerables perritos falderos, a propósito de la de indecisión y hasta cobardía de León Blum en su falta de ayuda eficaz a la República durante nuestra guerra civil. ¿Cómo no percatarse de que si Blum no deseaba un triunfo franquista, tampoco deseaba un triunfo de la URSS totalitaria en España? Y ¿cómo ayudar a lo poco que quedaba de la legalidad republicana sin ayudar a los comunistas españoles, súbditos de la URSS, quienes en seguida se hicieron con el control del reparto de las armas? ¿Cómo, en definitiva, elegir entre dos totalitarismos, el nazifascista y el comunista, un momento enfrentados en España, pero que poco tiempo después se aliarían, alianza que se hizo oficial en 1939, con el pacto nazi-soviético, pero que ya se gestaba durante nuestra guerra civil? El dilema de León Blum y de otros demócratas de izquierda, anti-comunistas o no comunistas por aquellas fechas, era trágico. Y Blum, más que cobardía, demostró lucidez.

Si el giro soviético, de la "ayuda" a España, a finales del 36, hasta la firma del pacto nazi-soviético de agosto de 1939, y por lo tanto su alianza efectiva con los nazis, tardó dos años y pico en llegar, esto se debe, primero, a las reticencias de Hitler y a las dudas de Stalin sobre con quién convenía más aliarse, y sobre todo si no le sería más provechoso no aliarse con nadie y esperar. Luego, cuando existió una apertura por parte de los nazis, su prudencia proverbial, demostrada a lo largo de su carrera de déspota, le hicieron avanzar, pero lentamente, en esa dirección. A esto se añade, dato casi nunca comentado por los historiadores, la necesidad de un periodo de adaptación y de "lavado de cerebro" para todos los militantes de la Internacional Comunista quienes se habían creído, a veces sinceramente, que el enemigo principal era el nazifascismo -como se decía entonces-, convertido de pronto en aliado principal. Un tal viraje de 180 grados podría parecer difícil de aceptar por parte de los "valerosos combatientes antifascistas", pero la verdad es que en España, como en el resto del mundo, la inmensa mayoría de los militantes comunistas se tragó el sapo. Y les gustó. Su antifascismo no resultó estar tan difundido y arraigado entre en sus filas como claman hoy. Es que en realidad no eran antifascistas, sino fanáticos partidarios de la URSS, convencidos de que Stalin siempre tenía razón.

El dato más vistoso del viraje estalinista, durante nuestra guerra civil, fue la retirada de las Brigadas Internacionales en septiembre de 1938 -pero decidida en París, en julio, antes que la reunión de Munich-. Pero no es el único. Por ejemplo, si la propaganda estalinista hubiese dicho la verdad afirmando que los comunistas españoles lucharon heroicamente hasta el final, ¿cómo puede explicarse que ningún dirigente de ese partido fuese detenido y fusilado por los franquistas? La respuesta no puede ser más evidente: todo estaba preparado con antelación, teniendo en cuenta el giro de la política de Moscú. José Díaz y Dolores Ibarruri estaban en Moscú, Carrillo en París, etc. Además, reflexionemos un instante sobre un hecho prácticamente incuestionable: si por aquellos años de 1936-1939, la URSS era un infierno totalitario, con deportaciones masivas, terror policial, los tristemente famosos "grandes procesos" estalinistas, y todo lo demás, ¿quién puede pensar seriamente que de ese infierno totalitario iban a ser enviados a España valerosos agentes, policías secretos, responsables políticos, jefes militares y periodistas-espías para defender la democracia y la legalidad republicanas? Ya nos han tomado bastante el pelo.Para el mantenimiento de la leyenda de la URSS como gran país antifascista cuya aportación "solidaria" a nuestra guerra y más tarde a la II Guerra Mundial fue decisiva, con lo cual se pretende aún hoy ocultar el gulag y demás atrocidades, fue una suerte de que Hitler violara tan rápidamente el pacto nazi-soviético. Así puede hacerse pasar por un simple acuerdo táctico y circunstancial, lo cual es absolutamente falso. No fue un simple pacto de no-agresión entre dos Estados, como se pretende tan a menudo, sino una colaboración profunda entre dos totalitarismos, dos partidos, dos Estados y que comienza en España misma. El hecho de que los nazis se mostraran tan generosos con los soviéticos, entregándoles la mitad de Polonia, Finlandia (que resistió heroicamente), los países bálticos, parte de Besarabia, intercambiando presos políticos, etc., se explica porque los mismos nazis pensaban conquistar todo eso y mucho más, militarmente y en breve. Lo cual no impide que la colaboración de la URSS y por lo tanto de los partidos comunistas, fue total. Los que expresaban dudas o críticas al respecto -un puñado- fueron fusilados, y además lo rompió Hitler, no Stalin.

En este sentido, puede decirse que el cinismo de los nazis les fue muy rentable. Llegaron a un acuerdo con las democracias en Munich en 1938, y con los soviéticos en 1939, y rompieron dichos acuerdos uno tras otro y cuando les dio la gana. La soberbia y la megalomanía de Hitler le condujeron al desastre al querer enfrentarse con demasiados enemigos -sobre todo con la entrada de los EEUU en la guerra-, pero a finales de los años treinta, su cinismo diplomático favoreció su expansionismo militar.

Pero ¿de qué guerra se trata cuando se habla de la guerra civil española? ¿Cuáles fueron sus objetivos reales, los motivos profundos de esa sangrienta contienda? Leyendo libros y artículos, escuchando discursos o conferencias, mirando películas o emisiones de televisión, me entra a menudo una sensación de irrealidad, como si se tratara de guerras diferentes, acaecidas en épocas o en países cuya existencia queda por demostrar. Algunos, tal vez, recordarán la propaganda oficial del franquismo, a propósito de su "Cruzada por Dios y la Patria" (y la propiedad privada) y contra el Comunismo. Frente a esta leyenda sin matices, ni tinieblas, bastante olvidada, las cosas como son, otras versiones arrastran asimismo su lastre de mentiras. Si la versión "ricos contra pobres", proletarios contra burgueses y latifundistas, es bastante exagerada (hubo pobres con Franco), lo es infinitamente menos que la versión casi oficial, que se quiere imponer hasta en las Cortes, y según la cual se trató de la defensa de la legalidad republicana contra un golpe militar fascista. Esto no resiste ni dos minutos a cualquier análisis objetivo.

Si Pío Moa, en su libro Los orígenes de la guerra civil, demuestra de manera documentada y convincente cómo la insurrección de Asturias de 1934 no fue una explosión de rebeldía proletaria espontánea, sino un intento fallido de golpe de Estado por parte del PSOE y de la UGT, con el objetivo de instaurar una dictadura del proletariado "a la española", puede afirmarse, sin contradecirle en lo más mínimo, pero ampliando el debate, que todas las fuerzas políticas y sindicales de la época, que se califiquen de izquierdas o los que posteriormente se llamarían "franquistas", todos, o en todo caso la inmensa mayoría, sólo sentían por la legalidad republicana, y más concretamente, por la democracia parlamentaria "burguesa", desprecio o claramente odio. De ese rechazo general a lo que hoy todos admiten y respetan, más o menos sinceramente -salvo ETA-, se salvaba una ínfima minoría de republicanos moderados, como Manuel Azaña, algún intelectual liberal -pocos-, sectores de la CEDA, que como bien aclara Pío Moa, no era fascista, sino monárquica, y nadie más.

En este sentido puede resultar curioso que en una situación revolucionaria tan radical, en donde el ejército, la policía, la diplomacia, la Iglesia, la administración, los empresarios, etc., se vuelcan mayoritariamente en la guerra contra la República, en donde, por lo tanto, las instituciones estatales, la industria, la economía general, habían explotado en mil pedazos, el PSOE, la UGT, como el entonces diminuto PC, obren por mantener en pie lo que quisieron destruir en 1934, cuando era mucho más difícil, como los hechos lo han demostrado. No fue la influencia de ciertos socialistas como Indalecio Prieto, quienes parecían en aquel momento y antes, a veces, más partidarios de la democracia parlamentaria que los caballeristas, sino consideraciones de política internacional las que impusieron a unos y a otros (o sea, a la ínfima minoría partidaria de la democracia y a la inmensa mayoría adversaria de dicha democracia representativa), a mantener la apariencia democrática, su fachada, pero disputándose a tiros los muebles, los pisos, el poder en una palabra. Hasta el punto de que en dicha fachada, que no lograba disimular los tremendos ajustes de cuentas internos, la foto del presidente Manuel Azaña iba siendo sustituida poco a poco por la de Stalin, como aquella inmensa foto del tirano que cubría de arriba abajo la Puerta de Alcalá, en Madrid.

Desde el principio se impuso la idea, no totalmente falsa, desde luego, que sin ayuda exterior, nada se podía hacer contra un ejército sublevado, ayudado además por la Legión Condor y las tropas italianas. El problema del armamento, el chantaje de las armas, se convirtió rápidamente en palanca política muy bien aprovechada por Moscú, el Komitern y el PCE. Los gobiernos amigos de la República española, Francia, México, Gran Bretaña - a medias-, y otros, recomendaban mantener, en la medida de lo posible, las instituciones republicanas, su legalidad, o por lo menos su apariencia, de cara a la opinión pública mundial, la Sociedad de Naciones, etc., para ampliar al máximo un posible apoyo. La URSS, una vez recibido el oro del Banco de España, dicta a Largo Caballero, en una famosa carta de diciembre de 1936 firmada por Stalin, Vorochilov y Molotov, lo que debe ser la política republicana: el gobierno debería mantener de su parte la pequeña y media burguesía, protegiéndolas de toda confiscación y asegurando la libertad de comercio. No había que asustar a los dirigentes moderados de los partidos republicanos y en este sentido era particularmente importante apoyar al presidente Azaña. También era esencial, siempre según dicha carta, que "los enemigos de España no vean en ella una república comunista, a fin de evitar toda intervención armada por su parte, lo cual constituye el más grave peligro para la España republicana". Era necesario, asimismo, afirmar que no se toleraría el menor ataque contra la propiedad privada y los legítimos intereses extranjeros en España.

Esta era pues, perfectamente definida en su mentira, la fachada que había que mantener ante las democracias occidentales: nada de "comunismo", defensa de una legalidad inexistente, de la propiedad privada y de la libertad de comercio (¿qué libertad de comercio era posible en medio de una guerra caótica?). Bajo ese manto legalista y pequeño burgués, sus checas funcionaban 24 horas al día y los "internacionales" del Komitern, la NKVD y el PC controlaban cada vez más firmemente el ejército, la policía, la economía, la diplomacia y el gobierno de la República.

La CNT-FAI constituye un caso peculiar en esta complicada situación. Habían participado, junto a la UGT en la "insurrección" de Asturias de 1934, pero no fue lo mismo en el resto de España, y concretamente en Cataluña, entre otras cosas por oposición al nacionalismo catalán. Ahora bien, desde siempre habían soñado, y a veces intentado, con resultados catastróficos, en la tradición de Bakunin, Malatesta y otros, la "insurrección armada espontánea". Era la insurrección que se apodera de una aldea o un barrio, y cuyo ejemplo se convierte en chispa que alumbra el incendio revolucionario en todo un país o incluso en varios países, donde los proletarios estaban, evidentemente, esperando la señal para lanzarse a la calle. Cosa que no ocurría nunca. Pero en julio de 1936, el pueblo, todo el pueblo español se había convertido por fin en el tan anhelado "pueblo en armas". Había llegado, pues, el momento de destruir el Estado y sus instituciones representativas, y crear el comunismo libertario. En todas las zonas de España en donde la CNT-FAI era fuerte decidieron liquidar los organismos gubernamentales, como la Generalitat en Cataluña, el gobernador y demás instituciones republicana en Aragón y otras provincias, etc. Pero, en Barcelona, Companys logró convencer a García Oliver y a sus compañeros de que, de cara a la necesaria unidad antifranquista y a la indispensable ayuda exterior, era útil mantener la Generalitat. Se creó, pues, un doble poder, ya que el Comité de Milicias, dominado por la CNT-FAI, tuvo, al principio, más poder real que la Generalitat.

Y en Aragón, el Consejo de Defensa presidido por Joaquín Ascaso (CNT) ejerció el poder real hasta que Lister, en agosto de 1937 y al mando de tropas comunistas, restableció el "orden republicano" a sangre y fuego, destruyendo las colectivizaciones y comunas libertarias, cuya experiencia merecería un estudio objetivo, que poco tendría que ver con las mentiras estalinistas. Evidentemente, ni los comunistas, ni muchos socialistas y republicanos podían tolerar aquellas "locuras" de las colectivizaciones.

Pero la CNT-FAI tuvo una actitud inconsecuente y contradictoria a lo largo de la contienda. Allí donde podían, realizaron su "revolución social" y mantuvieron sus experiencias hasta la derrota. En cambio en otras zonas, al mismo tiempo y en contradicción con su ideología, participaron en toda una serie de organismos estatales y en el propio gobierno, presidido por Largo Caballero. Cuando éste, dimitido por el Kominform, abandona sus cargos, se solidarizan con él y dimiten. Pero vuelven a entrar en el gobierno y además tras la dimisión de Prieto como ministro de Defensa en marzo de 1938. Prieto consideraba que se había convertido en rehén de los comunistas y opinaba además que habían perdido la guerra. Resumiendo: los anarquistas estuvieron a la vez en los órganos del Estado y en los comités que querían destruir el Estado.

Desde un punto de vista militar es cierto que el "pueblo en armas" logró, los primeros días, vencer al ejército en ciudades importantes como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, etc. Ahora bien, al instalarse la guerra en una duración incierta, pero duración, el ardor guerrero y las técnicas basadas en experiencias de "guerrillas urbanas", no daban abasto, en una guerra que, para resumir, calificaré de clásica, con frentes, trincheras, ofensivas y retiradas, una guerra en la que la superioridad del ejército franquista, en todos los aspectos y sobre todo en armamento pesado (aviones, tanques, artillería) se demostró rápidamente. A todas luces había que hacer algo, pero me autorizo a discrepar de César Vidal, quien considera que el intento de organizar un ejército republicano asimismo "clásico", era de "sentido común". Lo que en realidad se llevó a cabo con la famosa "militarización de las milicias", no fue la creación de un ejército eficaz, sino la toma de control absoluto del ejército por los comunistas. El resultado fue un pésimo ejército que copiaba las técnicas y las artes militares del adversario, lo cual le situaba obligatoriamente en una situación de inferioridad. Las batallas de Teruel fueron un ejemplo tétrico, pero no único. Nadie supo llevar a cabo, ni siquiera imaginar, una guerra de guerrillas (el término viene de nuestra guerra contra Napoleón, un modelo), de movimiento, de golpes de mano, de audacia, más acorde con la situación real y la mentalidad del "pueblo en armas". Lo cual no excluye en principio ni la disciplina, ni la eficacia.

(Debo reconocer que leyendo el interesante y minucioso libro de César Vidal sobre las Brigadas Internacionales, he modificado levemente mi opinión sobre éstas: no sólo fueron un cuerpo de represión al servicio del Komitern, lo cual está perfectamente descrito en dicho libro, sino que combatieron en los frentes algo más de lo que yo imaginaba.)

La instauración de una dictadura comunista en zona roja, siempre tras la máscara de la "defensa de la República", comienza abiertamente con las famosas jornadas de mayo de 1937, en Barcelona, con el asalto a la Telefónica, y continuará en Aragón y otras zonas, con mayor o menor éxito según fuera la resistencia de los "incontrolados" de la CNT-FAI. Este ataque a la Telefónica, que se convirtió durante unos días en una guerra civil en el seno de la guerra civil, y con muchos asesinatos por parte de las fuerzas del orden comunistas, también sirvió de pretexto para la liquidación del POUM. No es que ese pequeño partido de "unificación marxista" fuera muy favorable a las "locuras" anarquistas, pero intuyeron que Moscú, en esa ocasión, iba a por ellos. Claro que la campaña de "agitprop" sobre el "hitlero-trotskismo" del POUM ya había comenzado, y con virulencia. El 17 de diciembre de 1936, Pravda, de Moscú, escribía: "En Cataluña la eliminación de los trotskistas y anarcosindicalistas ha comenzado; se proseguirá con la misma energía que en la URSS". Lo intentaron, en efecto, y asesinaron mucho, pero los resultados no fueron tan "enérgicos" como en la URSS.

Por aquellas fechas, a Stalin le interesaba demostrar como el "hiltlero-trotskismo" (luego, tras el pacto nazi-soviético, se convirtieron en agentes del imperialismo británico, y para terminar del imperialismo yanqui) participaba de un complot anti-soviético mundial. De ahí la importancia de la liquidación del POUM (que no era trotskista, aunque algunos de sus dirigentes como Nin o Andrade sí lo habían sido), su proceso a bombo y platillo, al mismo tiempo que los de Moscú, etc.

En Queridos camaradas, reciente entrega de la estafa histórica de la socialburocracia postcomunista, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo ensalzan el papel heroico del PCE y culpan únicamente a los soviéticos de los errores y posibles crímenes cometidos durante la guerra. Aunque paralelamente y con dialéctica torpe, insisten en el papel positivo de la "ayuda soviética". Seguimos con la mentira claudinista. Un solo ejemplo. Según dicen Elorza y Bizcarrondo, "estos (los poumistas) hablarán más tarde de versión española de los procesos estalinistas, pero si tal era en verdad la intención del PCE, bajo una intensa presión en Moscú, el resultado vino a probar la supervivencia del Estado de derecho republicano" (Queridos camaradas, p. 454). El asesinato bajo tortura de Andrés Nin (¡fue despellejado vivo!), el proceso y encarcelamiento de sus dirigentes, la disolución del partido y de sus Juventudes, la prohibición de su prensa, etc., cumpliendo, en parte, las órdenes de Moscú, constituye para nuestros autores la ¡"supervivencia del Estado de derecho republicano"! Buena ilustración de lo que entiende Elorza por "estado de derecho". Porque el POUM era inocente, su única culpa fue creer en el marxismo revolucionario, cuando éste pretendía asesinarle.

Las guerras de Vietnam enfrentaron a dos bloques, dos sistemas, el comunista y el capitalista, y terminaron con la victoria militar comunista, relativamente pocos años después asistimos al triunfo, a trancas y barrancas, pero triunfo, del capitalismo en Rusia, China, Vietnam, Camboya. Salvando las distancias, lo mismo puede decirse de la conclusión y resultado, con el tiempo, de nuestra guerra civil. Quien ha vencido finalmente, tras la victoria militar franquista y tras largos años de dictadura, es aquel sistema político odiado por todos, combatido por todos, despreciado por todos, el sistema de la democracia parlamentaria "burguesa". Hoy, por lo tanto, se puede afirmar que nuestra democracia actual no es heredera ni del franquismo ni del Frente Popular.


Un enclave cenetista en una ciudad levítica: apuntes para una historia del anarquismo en Cuenca





Irma Fuencisla Álvarez Delgado y Ángel Luis López Villaverde (comunicación del Congreso del 75 aniversario de la FAI, , celebrado en Guadalajara en 2002)
La presente comunicación pretende dar protagonismo al estudio del anarquismo en Cuenca desde una perspectiva global, debido a la ausencia de una investigación en profundidad al respecto que complete el camino iniciado con sendas tesis sobre la II República y la Guerra Civil en Cuenca1, y que apuntan una situación tan atípica como interesante; porque Cuenca, aun siendo una “ciudad levítica” y conservadora, capital de una provincia de base fundamentalmente agrícola, sin apenas tejido industrial y con un fuerte entramado de redes caciquiles2 (que pervivirán casi intactas y actuarán a lo largo del período republicano), va a ser, sin embargo, un “feudo” cenetista en la retaguardia republicana al menos en los primeros años del conflicto bélico. En estos años la organización alcanzará su momento álgido y la propia provincia quedará convertida, por el devenir de los acontecimientos, en un punto estratégico, como núcleo de comunicación entre Madrid y Valencia. Pero la presencia y el crecimiento de esta organización en la capital se había iniciado mucho antes.
Reconstruir sus comienzos y su trayectoria anterior a la proclamación de la República no es una tarea fácil, no sólo por la escasa documentación, sino porque la “losa” del miedo y la represión franquista cayó más pesadamente sobre los anarquistas conquenses, condenados no sólo al desprecio sino al olvido. Son complejas las  razones que explican este crecimiento cenetista y su implantación mayoritaria en esta ciudad, pero lo cierto es que desde 1931 se hizo con el control de la Casa del Pueblo y en julio de 1936 tuvo una intervención  decisiva en el fracaso inicial de la insurrección, lo que, en cierta medida, determinó el papel que Cuenca jugaría en la retaguardia. Y, por encima de todo, queremos rescatar la memoria de unos hombres y mujeres que se atrevieron a “desafiar” y “desestabilizar” la tranquila paz del caciquismo conquense.
1. Antecedentes
Los inicios del asociacionismo conquense son bastante imprecisos y tardíos. Cuenca era una provincia escasamente industrializada que, a comienzos de los años treinta del siglo XX no había conseguido aún superar la fase artesanal, ni siquiera en la capital, único núcleo urbano relativamente importante3. Aunque contaba con recursos naturales (sobre todo madereros) que hubieran podido servir de base para un desarrollo industrial, sin embargo carecía de una auténtica burguesía lo que, unido a la tardía llegada del ferrocarril y a los efectos descapitalizadores de la desamortización explica que en época tan tardía conservara una estructura preindustrial “regresiva”. 
Pocos eran los sectores que contaban con establecimientos de carácter industrial al finalizar la década de los veinte y aun en estos, con excepción de los de materiales de construcción, fábricas de luz y los de madera, mueble y resinas, su número era poco relevante con respecto a los de carácter artesanal; situación que sin duda  se encuentra en la base del retraso en la creación de sociedades obreras de carácter reivindicativo e incluso de las de carácter benéfico, pues hasta 1903 no había aparecido en Cuenca la primera sociedad benéfico obrera de Socorros Mutuos4.
Más impreciso todavía es tratar de hallar el punto de conexión entre los trabajadores conquenses y los postulados anarquistas. Max Nettlau, en su libro acerca de la Internacional y la Alianza en España, cita la existencia de una larga carta de Francisco Mora, en agosto de 1871, a dos propagandistas de la Internacional en Cuenca5, desconocemos los términos de la carta y no queda constancia de ningún grupo organizado, aunque podemos suponer que quizá “la Idea” había empezado a germinar en un pequeño grupúsculo.
Lo que sí podemos, es fechar la llegada de prensa libertaria en los primeros años del siglo XX. En 1911 el semanario barcelonés Tierra y Libertad en su sección Maremagnum daba cuenta de que “Vida Libertaria enviará una suscripción a Felipe de la Rica, Calderón de la Barca 24, Cuenca” al tiempo que registraba el envío de 5,70 pesetas del mismo para el pago de dos suscripciones a este semanario, folletos y ayuda a causas solidarias.6  
En todo caso, el punto de arranque del asociacionismo conquense, aunque extremadamente débil en sus comienzos, fue La Sociedad Obrera La Aurora7. El hecho de tener como función principal el ser una “bolsa de trabajo” (y considerando el acuciante problema del paro, la carestía y el empeoramiento constante de las condiciones de trabajo de los obreros), imprimió desde el primer momento un carácter reivindicativo y combativo a la naciente sociedad obrera frente al caciquismo y los poderes públicos así como un marcado anticlericalismo, reflejados constantemente en las páginas de sus órganos de difusión, Vida Obrera, semanario de corta vida, y, sobre todo, La Lucha8. Precisamente esta última publicación nos va a suministrar variadas pistas, que a falta de documentación oficial, permiten “seguir el rastro” de los militantes y simpatizantes anarquistas.
La Aurora, ligada en un principio a una inicial agrupación socialista conquense, era en realidad una federación de sociedades muy heterogénea y en la que convergían muy distintas tendencias ideológicas9. La componían desde sociedades integradas en la UGT hasta otras consideradas “independientes”, lo que tenía su reflejo en la amalgama de fuerzas de izquierda (el republicanismo, el socialismo, la masonería, el librepensamiento y, cómo no, también la ideología libertaria) tanto de su directiva como de la redacción de su órgano de prensa. Desde las páginas de La Lucha, en las que no son excepción los artículos firmados por destacadas plumas de ideólogos y escritoras o escritores libertarios, se animaba a los obreros conquenses a suscribirse a La Revista Blanca o  Generación Consciente, leer las obras de Eliseo Reclús o Federica Montseny e incluso se exhortaba a las mujeres a luchar por su emancipación engrosando “con toda premura y a toda costa las filas del sindicalismo” rebelándose “por la revolución, contra la propiedad y la autoridad en todas sus formas” puesto que “la anarquía (les) brinda su vida”.10 
La militancia socialista de la mayoría de los dirigentes de La Aurora (o, al menos, su consideración de tal por las autoridades), aseguró una vida “legal” a sus secciones obreras y a sus integrantes (tanto ugetistas como “independientes”), durante la Dictadura de Primo de Rivera; una “tapadera” que debió favorecer e incrementar la militancia sindicalista, aunque no la afiliación. De otra manera no podrían explicarse acontecimientos posteriores. 
Su órgano de prensa, La Lucha, pudo editarse (aunque censurado habitualmente, sobre todo en los primeros años de la Dictadura) y dejó constancia de algunas disputas entre algunos destacados representantes del socialismo y anarquismo conquense, reflejo de la dualidad de posiciones de la sociedad obrera. Destaca en este sentido la polémica recogida en sus páginas11 acerca de un artículo publicado por Felipe de la Rica –anterior director de La Lucha y ya significado anarquista, con una buena formación teórica y gran capacidad organizativa y proselitista– en El Día de Cuenca en 1926, en donde polemizaba con algunos dirigentes locales socialistas y denunciaba su expulsión de la sociedad obrera y que éstos, por la pluma de Crédulo M. Escobar, no tardaron en contestar y desmentir. De todos modos, la polémica no debió trascender más de la cuenta, y su militancia no debió de interrumpirse, si es que lo hizo, apenas. Incluso poco después encontramos al propio De la Rica en el mismo taller masónico (Electra)12 que los socialistas Escobar, Giménez de Aguilar o Llopis.  
La presencia anarquista en el seno de La Aurora continuaba en 1927, como reconocía La Lucha, en lo que parece ser una respuesta a algún “malintencionado” compañero del periodismo conquense: “Si, querido colega... En Cuenca hay obreros socialistas, sindicalistas, libres y ...LIBERTARIOS (¡!)”.13
Y este mismo año, 1927, nacerá La Alianza, sociedad de camareros, cocineros y similares, perteneciente a la federación gastronómica que unos años más tarde acabará afiliada a la CNT. Y también en los últimos años de la Dictadura, sea por el incremento de la militancia obrera o por el empeoramiento de la situación obrera en Cuenca, los conflictos laborales, junto al paro y a la protesta por la falta de libertades, provocarán la convocatoria de una huelga general en el verano de 1928 (de la que no queda constancia documental) pero que indica un cambio de rumbo en la actuación de los obreros conquenses.
Pocos meses después de desaparecer La Lucha, la sociedad obrera La Aurora va a tener una nueva reforma reglamentaria14 (la tercera) para constituirse desde 1929 en  Federación provincial de sociedades y secciones obreras. La fórmula federativa, nos permite ya atisbar un mayor peso de la organización anarquista por más que en la declaración de principios del reglamento de octubre de 1929 se siga manteniendo el mismo espíritu plural que hasta entonces la había animado.
2. La república
La II República (y en especial su primer bienio) constituyó el período de consolidación e implantación definitiva de la Federación anarquista en Cuenca. En julio de 1931 La Alianza, convertida en sindicato de Industria Gastronómica y anexos de Cuenca, ingresó en la CNT. No obstante, ya dos meses antes está documentado el primer acto de los afiliados y simpatizantes cenetistas; se trata de una comida organizada el Primero de Mayo por la sociedad de camareros, en la que distintos oradores al tiempo que  propugnaban “la acción directa en las luchas sociales”, fustigaban a “los políticos que con su falso redentorismo encubren sus ansias de cargos obstaculizando el triunfo de las reivindicaciones obreras”, en una actitud de evidente rechazo a la colaboración obrera respecto al régimen republicano, en cuya lentitud veían “la garra reaccionaria” y el interés “en que la reacción y el clericalismo no pierdan su atrincherada posición”15. Dicho acto culminó con una intervención de Felipe de la Rica, en la que defendía la táctica sindical de la Confederación y animaba para que de esa reunión saliera “un núcleo preparado para propagar entre los trabajadores conquenses las orientaciones de la Confederación Nacional del Trabajo”.  
Y en efecto, en septiembre de este mismo año, la dimisión de la junta directiva  de  la sociedad obrera La Aurora (de mayoría socialista y elegida días antes del cambio de régimen) obligó a unas nuevas elecciones, que dieron el triunfo por ciento veinte votos de diferencia a una lista integrada en su mayoría por cenetistas. La respuesta a dicho vuelco parece estar relacionada con la llegada a Cuenca de trabajadores portugueses que, represaliados por la dictadura de Salazar, fueron empleados en las obras del ferrocarril; los trabajadores emigrados, que pertenecían a la Federación Regional portuguesa, se integraron en La Aurora y se afiliaron a la CNT, incrementando un número de simpatizantes anarquistas que, teniendo en cuenta el voto por secciones, ya debía ser considerable16. La nueva situación produjo sin duda una fractura entre los obreros conquenses, pues los ugetistas no tardaron en abandonar la sociedad y su sede para fundar la suya propia17; desde entonces se dio el caso bastante insólito de que la Casa del Pueblo sería la sede de la CNT.
Pero al margen de este cambio interno, conviene resaltar el que trascendió más allá de sus paredes. Desde que Víctor Delgado y Miguel Ábalos fueron elegidos presidente y vicepresidente, respectivamente, de la nueva Aurora cenetista, la Casa del Pueblo adoptará medidas más radicales18 y su nueva estrategia huelguística tuvo su impacto en la vida de una ciudad hasta entonces demasiado indolente. La otrora pacífica Cuenca vivía unos momentos de una conflictividad laboral sin precedentes, y no sólo en la capital sino también en la provincia. Aunque sin la contundencia de otros lares, tanto en el ámbito rural, bajo la batuta de la ugetista Federación de Trabajadores de la Tierra, como en el capitalino, por la CNT, sin embargo, la situación molestó de manera evidente al gobernador civil, Alicio Garcitoral, quien llegó a afirmar que la provincia “sufría una sorda convulsión que se manifestaba en constantes chispazos de agitación popular” y que las sociedades conquenses eran indisciplinadas y revanchistas19.
En 1932, la antigua Aurora dio paso a la Federación Provincial de Trabajadores de Cuenca, integrada en la Confederación Regional del Centro. Para entonces, la CNT conquense disponía de su propio órgano de prensa (el semanario ¡Adelante!20) y había crecido considerablemente21, por lo que estaba en camino de convertirse en la fuerza sindical hegemónica en la capital. Y su gran capacidad de movilización se puso de manifiesto en las sucesivas huelgas convocadas en ese año y el siguiente, motivadas por la “angustiosa crisis de trabajo” que padecían los obreros de la capital, como incluso se reconocía en la prensa menos afín al sindicalismo (aunque acusando a los anarquistas conquenses de “significados agitadores para lanzar a la revuelta al elemento obrero”). Como era habitual en todas partes, solían ir precedidas y seguidas de la detención de los  principales dirigentes22, la clausura de la Casa del Pueblo y el secuestro de su órgano de prensa, que tuvo problemas para publicarse en varias ocasiones por encontrarse en prisión la mayoría de sus redactores. Sobre su seguimiento nos encontramos opiniones contrapuestas, como es habitual; la prensa local solía informar de actuaciones violentas por parte de los huelguistas y manifestantes que, lógicamente, eran desmentidas por éstos a través de las páginas de ¡Adelante!
Aunque no disponemos de datos fiables de afiliación, todo indica que ésta iba aumentando y no sólo por la necesidad de encontrarse afiliado a un sindicato para obtener trabajo, sino porque servía de referente a los trabajadores23 que rechazaban tanto la evolución de la política gubernamental como la actitud colaboracionista mantenida hasta entonces por la UGT, y demandaban un cambio más profundo. En 1933, la CNT contaba en Cuenca con las secciones de camareros, albañiles, madera, canteros, carpinteros, varios, mosaístas, peluqueros y barberos, algunas de las cuales habían pertenecido antes a la UGT. 
Unos 700 “confederados” aseguraba tener la Federación local de Cuenca en su informe presentado el 6 de mayo de 1934 al pleno de la Regional de Centro de locales y comarcales, con los que “En caso determinado, (...) podrá paralizar, como en otras ocasiones, la vida de la ciudad”. Pero a estas alturas, principios del segundo bienio, no se vivían buenos momentos para el movimiento sindical en su conjunto. En dicho informe, el sindicato conquense daba cuenta de la “situación económica catastrófica” en que se encontraba, motivo por el cual no podían llevar a cabo una propaganda eficaz y bien orientada hacia los sindicatos de la provincia, donde sin duda había “excelentes militantes” que “andaban algo desmoralizados” ante la importante  presencia en la provincia de las organizaciones de la UGT24.
Entre los afiliados de la capital había mujeres, lo que venía a suponer en Cuenca una novedad casi revolucionaria. Cierto es que, en muchos casos (pues conocemos sus nombres través de la prensa) existía una relación personal o de amistad con sus dirigentes, pero no por ello hay que descartar una afinidad ideológica o una mayor concienciación entre las trabajadoras conquenses, pues ya desde  las páginas de La Lucha se había intentado realizar en años anteriores una gran labor en este campo.
Y, por supuesto, también había jóvenes, encuadrados en las Juventudes Libertarias, cuya andadura comenzó en 1934; con pocos afiliados y vinculados en varios casos por relaciones familiares con los otros cenetistas, pero que protagonizarán algunos de los hechos “más sonados”25 en años siguientes.
Tras la fracasada revolución de octubre, y pese a su nula incidencia en Cuenca, la represión alcanzó también a los más destacados anarquistas conquenses que, como en el resto del país, fueron encarcelados sólo por su pertenencia al sindicato;  las dificultades no mermaron sus fuerzas, aunque sí experimentaron cambios, porque una vez restablecida la normalidad será ahora cuando surgirá un sector afiliado a la CNT-FAI. 
Las diferencias tácticas o estratégicas entre los distintos sectores no afectarán a la organización, empeñada en mantener la unidad de acción en la ahora denominada Federación Provincial de Sindicatos Únicos. Y tampoco debieron afectar, siguiendo las consignas del Comité Nacional, a la nueva táctica de abandono de las posturas antipolíticas. 
Frente al abstencionismo propugnado hasta entonces, sus militantes tuvieron libertad de voto en las elecciones de febrero de 1936, lo que debió de beneficiar a la candidatura del Frente Popular, que contaba con dos abogados (Luis García Cubertoret y Aurelio López-Malo) que habían defendido con éxito pocos meses antes a unos jóvenes libertarios detenidos. Ambos fueron los candidatos más votados de la capital tanto en febrero como, sobre todo, en mayo de ese mismo año, al repetirse los comicios por las irregularidades detectadas en aquellos comicios.
Mientras tanto, la CNT había logrado aumentar su número de seguidores en la provincia de Cuenca; en 1936 llegaban a quince sociedades obreras y unos mil cien afiliados, la mayoría de ellos (1.060) en la capital26, algunas decenas en Tarancón y algunos más en pequeños municipios conquenses27, a pesar de los “inconvenientes” y la “oposición” del gobernador civil para la legalización de nuevos sindicatos28.
Contando con esta fuerza, la manifestación del Primero de Mayo de 1936, dos días antes de celebrarse la repetición de unas elecciones a las que el atractivo de la “Covadonga del resurgimiento derechista español” (como había sido calificada desde años atrás la conservadora ciudad de Cuenca) era una buena cancha para que los candidatos José Antonio Primo de Rivera (que pretendía salir de la prisión) y Francisco Franco Bahamonde (a la sazón conspirando contra la República desde su destino en Canarias pero que buscaba jugar a dos bandas por si no se consumaba la sublevación aún en ciernes) intentaran un acta de diputado que la autoridad electoral provincial acabó impidiendo. En este contexto, la manifestación del Primero de Mayo acabó con el asalto al convento de San Pablo y el saqueo de su magnífica biblioteca así como la marcha de sus frailes de Cuenca, tras escucharse unos disparos que algunos manifestantes interpretaron que provenían de los paúles. El suceso hay que enmarcarlo en el fragor de un clima político que había situado a Cuenca en primera plana de la información nacional, y a donde habían venido para hacer campaña tanto el socialista Prieto como un hermano del líder falangista. La prensa y los testimonios de la época son contradictorios29, pues mientras la derechista la calificaba de maltrato y vejación para los monjes, la izquierdista hablaba de “provocación intolerable de los paúles” y justificaba su abandono de la ciudad para evitar hechos violentos.
En cualquier caso es el primer episodio de un anticlericalismo30 hasta entonces circunscrito a las páginas de La Lucha, Electra, ¡Adelante! y Heraldo de Cuenca, pero que adquirirá caracteres clerófobos unos meses más tarde. La “levítiva” Cuenca, que tenía, en especial, en su parte alta un alto número de clérigos y monjes (amén del obispo y el cabildo) y lugares de culto, cuya influencia social se reflejaba claramente en un distrito calificado por la prensa izquierdista como la “Sión”, se enfrentará en los meses siguientes a una revolución social y a una persecución contra el clero a raíz de la sublevación impulsada por un sector del ejército y los más conspicuos contrarrevolucionarios. Pero fueron éstos, los sublevados contra un régimen legítimo –amparados en el ideal de “Cruzada” para blanquear sus propósitos—, los mayores responsables de encender la chispa revolucionaria (que supuestamente querían evitar) e iniciar una sangrienta lucha fratricida que provocó la postración del país durante décadas.
3. Los anarquistas en el fracaso de la conspiración civil 31
El 18 de julio de 1936, contra todo pronóstico y a pesar de que a gran parte de la población conquense le podría haber gustado lo contrario, Cuenca no llegó a adherirse a la rebelión. Todas las fuentes coinciden en mostrar al trío CNT, FAI y Juventudes Libertarias, como los actores principales en el proceso de respuesta a la conspiración de la ciudad. A pesar de las disensiones internas (que sin duda las hubo y manifestarán en algunas actuaciones posteriores), mantendrán una fuerte cohesión estructurada, tanto en la afinidad ideológica como en la amistad, factor éste decisivo para asumir el control de la situación en los primeros momentos.
Desde principios del verano, la Falange Española había asumido el papel movilizador en la trama conspiratoria, pero su escaso número de afiliados le impedía hacerse con el control de la provincia; por  ello contaba para llevar a cabo sus planes con apoyos de Madrid y confiaba en las fuerzas del orden y, más concretamente, en la Guardia Civil así como en la movilización de la ciudadanía conservadora. Pero la detención de algunos de los principales cabecillas falangistas en la madrugada del 14 de julio con la consiguiente descoordinación de sus fuerzas, la  escisión que se vivía entre los guardias concentrados y entre sus mandos, unida a la indecisión de los comprometidos con la rebelión y la ausencia de movilización de una parte de la población a la espera de acontecimientos, facilitó un tiempo precioso para la organización de milicias que, aunque débilmente armadas, de inmediato poblaron la ciudad para “abortar cualquier posible iniciativa de elementos civiles o militares”32.
Las milicias anarquistas (a las que se unieron también ugetistas y republicanos) organizadas de inmediato desde la Casa del Pueblo, fueron las primeras en pasar a la acción; ya el día 18 llevaron a cabo registros, detenciones y confiscaciones de bienes en comercios y organizaron patrullas de vigilancia en la ciudad y en las carreteras, al tiempo que disponían la ocupación de los principales edificios. Al día siguiente, ante la negativa del gobernador civil a entregar armas, los milicianos asaltaron las armerías, reforzándose aún más el control de la CNT y las Juventudes Libertarias.
La respuesta de las autoridades políticas también fue rápida. El día 20 nació el Comité de Enlace Provincial del Frente Popular, con una representación equitativa de los integrantes de la coalición, incluyendo también a los anarquistas, que junto a  los socialistas y comunistas ostentarán la representación mayoritaria. Cinco de los dieciséis miembros de dicho Comité representaban a sus fuerzas: tres a la CNT (Elías Cruz Moya, Mariano Martínez y Pablo Requena) y dos a la FAI (Gerardo Alcañiz y Alberto Navarro). Nunca antes ni anarquistas ni comunistas (estos últimos, sin apenas presencia en la capital pero sí en la provincia) habían alcanzado tan alto grado de dominio en Cuenca, y nunca más volverán a tenerlo tras la derrota final. Fue la chispa revolucionaria que se encendió en julio de 1936 la que lo hizo posible. 
A pesar  de la creación del Comité de Enlace, la CNT siguió asumiendo el control de la situación en los primeros días y ante la persistencia de las sospechas de conspiración en el cuartel de la Guardia Civil, el día 21 el presidente de la Federación Provincial, Elías Cruz, solicitó ayuda al Comité de Defensa nacional de la CNT que unos días más tarde envió a Cipriano Mera, entonces líder del sindicato de la construcción, quién acompañado de la plana mayor del sindicato madrileño, presionó ante el gobernador para que se desembarazara de la Guardia Civil; pero las noticias recibidas en la sede central de una segura insurrección de 200 guardias civiles del destacamento de Cuenca el día 28, le obligaron a un segundo viaje, esta vez al mando de ciento cincuenta hombres, evitándose definitivamente la sublevación.
Mera permanecerá en Cuenca hasta fines de agosto pero, a partir de este momento, y ante la falta de reacción del Estado Mayor del Ejército del Centro, el Comité de Defensa de la CNT-FAI tomará una serie de decisiones para situar a Cuenca en su papel de provincia de retaguardia “activa”, situación que mantendrá hasta el último momento. En Tarancón33 se establecerá un importante Cuartel de Milicias, en Cuenca se asentará una Columna para sus sucesivas reorganizaciones y desde la serranía se prepararán operaciones destinadas a los frentes de Madrid, Guadalajara y Aragón34.
4. La revolución social
Cuenca fue durante todo el conflicto una provincia de retaguardia y es posible que su situación geográfica, alejada del frente, pero nudo imprescindible de comunicación entre Madrid, Valencia y Aragón, facilitara que se mantuviera “leal” a la República hasta el último momento, tras la caída de Madrid, pero de lo que no cabe duda es de que en ella, gracias a la guerra, se produjo una auténtica revolución social, que “trastocó” totalmente la vida de la ciudad y de la provincia, alterando por completo las pautas de comportamiento tradicionales. “Cuenca, bajo el signo de la CNT” se leía en CNT de Madrid en agosto35; de “fortaleza anarquista” calificaban a la ciudad otros autores, y así fue al menos hasta bien entrado 1937. 
Cuenca suministrará víveres y hombres a los frentes de Madrid, Guadalajara y Aragón, de lo que, en gran medida, beneficiará a las milicias anarquistas. Desde los primeros momentos se unieron cientos de jóvenes voluntarios a las filas de Cipriano Mera y a la Columna del Rosal; además se formó una columna de unos cinco mil milicianos voluntarios (procedentes de Valencia, Tarancón y Cuenca) que llegaba a Madrid el 24 de julio; también se formó el Batallón de Voluntarios de Cuenca número 2 creado entre los últimos días de agosto y primeros de septiembre de 1936. Y toda la provincia se convertirá en bases de asentamiento tanto de milicias como de las posteriores unidades del Ejército Popular 36.  
Mientras tanto, las milicias anarquistas locales dispusieron controles para la salida y entrada de la ciudad y la provincia; y en colaboración con la UGT, fuerza mayoritaria en la provincia a través de la FNTT, llevarán a cabo una reorganización de la vida económica y social, impensable hasta estos momentos y que, lógicamente, por la ruptura que ocasiona y las circunstancias en  que se desarrolla, no va a estar en absoluto exenta de violencia y de represión. 
Aunque hay que resaltar, que ésta no se manifiesta de inmediato; Rodríguez Patiño apunta también en este aspecto a un cierto mimetismo con respecto a lo que estaba ocurriendo en otras ciudades de retaguardia. La represión, encaminada a acabar con los elementos antirrepublicanos, tuvo como principales víctimas el clero (que sufrió el mayor número de bajas, obispo incluido) y destacados representantes de la CEDA y la Falange y prácticamente se circunscribió entre los meses de agosto de 1936 y febrero de 1937. Muchas de las acciones iniciales fueron llevadas a cabo por milicias incontroladas (aunque no siempre con el desconocimiento del Comité o de otros organismos locales y provinciales) y en municipios pequeños, a veces fueron más determinantes las rencillas personales que las cuestiones políticas 37.
Pero la violencia en tan alto grado, nunca antes vivida entre la sociedad conquense, no será la única novedad. Las organizaciones obreras (UGT en la provincia y CNT, con un control casi absoluto en la capital) verán incrementarse considerablemente su  número de afiliados y secciones; incluso esta última, sin duda gracias a su nueva posición rectora irá alcanzando una mayor implantación en la provincia, donde desde comienzos de 193738, aunque con bastante retraso con respecto a otras provincias colindantes, se llevarán a cabo  colectivizaciones de tierras, con la novedad que supone, no ya la puesta en marcha de una experiencia de explotación colectiva de la tierra, previa incautación de la misma a los propietarios huidos o considerados enemigos de la República, sino el propio asociacionismo agrario, prácticamente inexistente en la mayor parte de los municipios de la  provincia con anterioridad a 1936.
Y, a pesar de su menor presencia, la central anarquista también va a estar presente en esta experiencia agraria; de las ciento dos colectivizaciones con las que contaba Cuenca en 1938, según los datos  del Instituto de Reforma Agraria, sólo cinco eran de titularidad anarquista, frente a treinta y siete de UGT, pero las sesenta restantes eran mixtas. Las buenas relaciones entre las dos  centrales, impulsadas a escala nacional por sus respectivos Comités Nacionales, también en el ámbito local se pusieron de manifiesto precisamente en estas experiencias que fueron, al parecer, las que mejor funcionaron en la provincia 39.
A mediados de marzo de 1937, los responsables conquenses de ambas centrales “en vista de las constantes diferencias que se suscitan en los pueblos entre los componentes de las dos Sindicales (...) alrededor de los problemas creados por la Revolución” hacían públicas unas normas conjuntas “para el desarrollo del trabajo y la convivencia en los pueblos de la provincia donde ambas organizaciones tienen representaciones y afiliados” 40. 
Evidentemente, la experiencia colectivizadora no quedó limitada al campo. En la capital, desde los primeros momentos, se procedió a la incautación de edificios y locales pertenecientes a la Iglesia o a la “buena sociedad” conquense (casas señoriales o locales de ocio burgués, como el casino Círculo de la Constancia en el centro de la ciudad que pasó a ser la sede de la CNT); también, de inmediato, fueron requisadas las empresas públicas y privadas que pudieran garantizar los servicios considerados básicos a la población (teléfonos, telégrafos, correos, gas, electricidad, agua o algunos medios de comunicación...) y también comercios e industrias, que pasaron a explotarse colectivamente mediante asociaciones gremiales dirigidas por la CNT y la UGT. Estos procesos contaron, la mayor parte de las  veces, con el consentimiento del Comité de Enlace y los sindicatos o del nuevo Comité de Incautaciones creado al efecto, aunque no siempre fueron previas las disposiciones oficiales. Una parte de los comercios y en particular las fábricas de harina, resina y madera fueron confiscadas y colectivizadas, dándose incluso algún caso, como el de la fábrica de madera de Correcher, en el que tanto obreros como propietarios trabajaron conjuntamente 41.  
En líneas generales, la experiencia colectivizadora (que alcanzó también a toda la industria gastronómica) supuso un radical cambio desde el punto de vista social aunque tuvo un escaso peso desde el punto de vista económico. Las dificultades económicas motivadas por el papel jugado por Cuenca como suministradora de recursos al frente y a otras provincias de retaguardia, la falta de tiempo y de infraestructuras y la, en muchos casos, poca disposición de los trabajadores a alterar sus formas de trabajo tradicionales entorpeció, en gran medida, un proceso provocado por los acontecimientos que se estaban viviendo es muy difícil valorar.
De cualquier forma, de la investigación realizada por Rodríguez Patiño parece desprenderse que, a lo largo de los tres años que duró el conflicto, la CNT asumió básicamente las tareas de organización de la vida municipal a través de una serie de comités, en colaboración no siempre fácil ni fluida con los socialistas y menos aún con los republicanos. Aunque en lo que respecta a su posición de control (difícilmente aceptada por éstos y sobre todo por los comunistas, representados en todos los órganos y sobre todo en la Junta Provincial de Defensa) variará en función del aumento de los afiliados a la central socialista UGT y, sobre todo, en función de las relaciones mantenidas entre éstos y el resto de los grupos políticos y sindicales. 
Hasta la primavera de 1937, la posición de control  de la CNT es indiscutible, hasta el punto de que el Comité de Enlace, resultará casi inoperante desde los últimos meses de 1936, aunque sin llegar a desaparecer. Sin embargo, en el transcurso de 1937 y, sobre todo, en 1938, como reflejo de la situación nacional, se irá produciendo una progresiva escalada en el poder de los comunistas gracias al apoyo de socialistas y republicanos y una mayor asunción del control de la vida ciudadana por parte de los socialistas, aun cuando los anarquistas en modo alguno “desaparecerán de la escena”. De hecho, el nuevo Comité del Frente Popular, “remozado” en marzo de 1938, esta vez  integrado por diecinueve miembros, contará con tres representantes de la CNT (Víctor Delgado, Felipe de la Rica y Elías Cruz Moya) y tres de la FAI (Gerardo Alcañiz, Alberto Navarro y Agustín Álvarez), mientras que el PC sólo dispondrá de dos representantes.
Del distanciamiento entre las distintas fuerzas y los anarquistas, pronto se pasará al enfrentamiento “dialéctico” entre anarquistas y comunistas, con acusaciones mutuas de “contrarrevolucionarios” reflejadas en sus respectivos órganos de prensa, ¡Adelante! y Cuenca Roja, que se intensificarán tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona. Con un progresivo aumento de sus afiliados en la provincia, aunque no en la capital, los comunistas no escatimarán esfuerzos por alcanzar la hegemonía en Cuenca “liberándola” de “la acción corrosiva de los incontrolables”42 situándose para ello en los más relevantes  puestos políticos y militares. 
El nuevo gobernador civil, el comunista Jesús Monzón, con el apoyo del Comité Central, desplegará una intensa campaña de propaganda para limitar la influencia anarquista y concienciar a la población conquense de la necesidad de apoyar la nueva organización; carteles que inundaron la ciudad, actos públicos, desfiles, impulso a las campañas del SRI43 son muestra de una intensísima actividad desarrollada sobre todo a lo largo de 1938, que, si bien consiguió un importante incremento de la afiliación en la provincia, apenas llegó a alcanzar unos centenares de afiliados en la capital.
A comienzos de 1939, también se precipitaron los acontecimientos en Cuenca. El gobernador civil convocó reiteradamente una asamblea de alcaldes para estudiar la situación, que, no obstante, no se celebró. Y el mismo día 5 de marzo (pasado el choque en Madrid entre los partidarios de Casado y los comunistas fieles al gobierno de Negrín) Jesús Monzón abandonó la ciudad –ante el previsible fracaso del levantamiento que los comunistas preparaban también en Cuenca–, tras lograr ser nombrado secretario general del Ministerio de Defensa Nacional44. Poco después huían a Valencia y Cartagena la mayor parte de los miembros del Comité Provincial del PC, mientras su organización y su sede eran desmanteladas.
De nuevo, aunque ya por poco tiempo, el control pasó a manos anarquistas. El último gobernador de Cuenca fue el cenetista Sigfrido Catalá Tineo, secretario de la Federación local madrileña, quién firmó su primer decreto como tal el 7 de marzo, aunque el nombramiento no se hizo oficial hasta el día 22.
5. El final de la guerra, la represión y la lucha clandestina
El papel protagonista alcanzado durante la contienda y su permanencia en la capital hasta los últimos momento iba a volverse ahora en contra de los anarquistas conquenses. Tras la caída de Madrid, las tropas de Franco llegaron a Cuenca en la madrugada del día 29 de marzo. Los últimos dirigentes del Comité, de la Comisión Permanente y el gobernador que permanecían en la capital fueron apresados y los que habían marchado poco antes hacia el puerto de Alicante fueron detenidos y recluidos en los campos de Albatera, Alicante y Orihuela; por poco tiempo, pues el 25 de abril el periódico Unidad45, bajo el epígrafe de “Redada de asesinos” daba cuenta de la detención por el servicio de investigación de la Falange local de dieciocho  “destacados extremistas”, entre ellos seis de los miembros del último Comité de Enlace,  fusilados el 10 de mayo, tras un consejo de guerra en el que, como era  habitual “el Ministerio fiscal sometió a los procesados a un minucioso interrogatorio, renunciando al mismo la Defensa”46. 
Desde el primer momento, los falangistas se harán cargo de la búsqueda y captura de los “ladrones, asesinos e incendiarios”; a tal fin en la mañana del 15 de abril se reunieron en el cine Royal47 “los camaradas que durante el dominio rojo han sido objeto de encarnizadas persecuciones (...) con el objeto de crear (...) una Junta o Tribunal Provincial, integrado por personas que hayan sufrido persecución (...) y que sean conocedoras de todos los elementos sobre los cuales se ha de realizar servicio de información o investigación”48. Y también de inmediato, desde los primeros días de abril, comenzaron los Consejos de Guerra y las subsiguientes ejecuciones 49.  
La represión, como es lógico, no alcanzó sólo a los anarquistas, pero sí recayó en ellos en mayor medida. La falta de análisis al respecto acerca de la represión franquista, tanto de la capital como de la provincia nos impide profundizar en este capítulo, pero  las fuentes orales consultadas y la memoria colectiva no dudan de esta aseveración. 
Con todo y a pesar del exilio, las muertes y encarcelamientos, las torturas y la “violencia arbitraria”50 ejercida sobre la población –a través de panfletos, alocuciones y discursos periodísticos inflamados de arengas encaminadas a forzar las delaciones–, la historia del anarquismo conquense aún tendrá un último capítulo. Contamos con dos testimonios que avalan esta afirmación. 
El primero es oficial: se trata de  un informe enviado por la Confederación Regional de Centro al Comité de la CNT en el exilio51, en el año 1946, dando cuenta de la reorganización del Movimiento Libertario en las prisiones, a partir del año 1940. Se refiere a todo el territorio en general, aunque entre otras provincias cita expresamente a Cuenca; además el informe incluye  la “Situación actual de la Región” con datos concretos de cada una de las provincias integradas en la Confederación. Dada la brevedad de lo referido con respecto a Cuenca lo reproducimos textualmente:
“Aquí las raíces confederales son más antiguas. Fue una de las primeras que se sumó valientemente al movimiento anarcosindicalista, pero este estuvo limitado a la capital, hasta que sobrevino la guerra civil y pudo adquirir gran desarrollo en los pueblos. La represión fue tan bárbara que quedaron eliminados gran número de los más destacados militantes.
El desarrollo actual es muy limitado, aunque por fortuna está orientado por un buen C.P. que controla núcleos extendidos por las comarcas. Existen actividades subterráneas de los grupos guerrilleros que viven en su serranía, pero de un carácter más esporádico que en Ciudad Real y Toledo.
Las relaciones de nuestro Movimiento con las demás fuerzas son cordiales pero poco eficaces a causa de la apatía enervante que predomina en ellos.
Recientemente fueron detenidos más de una veintena de compañeros en la capital y pueblos de la provincia, debido a una maquinación odiosa montada por la Guardia Civil. A pesar del percance otros compañeros han reemplazado a los detenidos y el C.P. no ha dejado de funcionar.”
El segundo, un testimonio oral, vino a confirmarnos que efectivamente, pasados los primeros meses, hacía el año 1941 comenzó de nuevo a reorganizarse la lucha y las aportaciones económicas:
“al terminar la guerra, cuando trajeron a mi tío al Seminario, después de estar en un campo de concentración en Zaragoza, en Torrero, empecé a colaborar; en el tren venía la propaganda y los cupones, escondida en la levadura del pan o entre la fruta; otro compañero y yo (...) la recogíamos con el carro y la repartíamos en la plaza (del Mercado) y la Renfe  y como yo subía el 'pescao' a la cárcel (del Seminario), aunque sólo podía pasar a la cocina la dejaba aquí y un cocinero la hacía llegar a los presos”48.  
Esta situación parece que se mantuvo así  más o menos  hasta el final de la década en que “las dificultades cada vez mayores, el cansancio y por qué no decirlo la desmotivación pusieron fin a esta lucha”.
6. Conclusiones
Las relaciones laborales en un marco preindustrial y un fuerte entramado caciquil y clerical, vinculado siempre a la derecha más conservadora, va a ser el marco en que se inicie un asociacionismo obrero que, impulsado por la presencia de unas figuras con un fuerte poder de atracción va a hacer bascular a una buena parte de la población trabajadora de la capital conquense hacia posturas ideológicas más radicales. 
Los cambios observados en la II República, en cuanto a las relaciones económicas y sociales, no harán sino reforzar un sector anarquista cada vez más numeroso, aun dentro de la débil afiliación de la clase trabajadora conquense, que se irá incrementando ante la contundencia de las autoridades locales para frenar el aumento de la conflictividad durante estos años; una actuación que responde más a un mimetismo  ante  la situación nacional que a la propia “agresión” local.
La guerra, por último, vendrá a consolidar un dominio hasta ahora restringido a la capital, donde lo seguirá siendo prácticamente durante todo el período, pero que incluso se irá haciendo extensivo a la provincia, en colaboración con la central socialista, implantada mayoritariamente en ésta. Un control asegurado en los primeros momentos gracias a la ayuda llegada de Madrid, pero igualmente reforzado por la  característica “indolencia” de la población conquense, que tradicionalmente asume las directrices marcadas por el gobierno de Madrid; lo que en este caso vino a favorecer al único sector “militante” de la sociedad conquense.
Esta comunicación fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.1 (abril de 2006)
1.- Respectivamente, Á. Luis López Villaverde, Cuenca durante la II República: elecciones, partidos y vida política, 1931-1936 (Cuenca, 1997); Ana Belén Rodríguez Patiño, La Guerra Civil en Cuenca (1936-1939), tesis inédita leída en la Universidad Complutense de Madrid el 26 de febrero de 2002.
2.- Ver al respecto Á. Luis López Villaverde, “Pervivencias caciquiles y conservadurismo en la provincia de Cuenca (1931-1936)”: Añil. Cuadernos de Castilla-La Mancha 3 (marzo 1994) 54-59.
3.- M. Ángel Troitiño Vinuesa, Cuenca: evolución y crisis de una vieja ciudad castellana (Madrid 1984), en especial las páginas 231-256. En 1917, de 131 establecimientos fabriles, tan sólo 23 podían ser considerados de carácter industrial; de entre éstos, 6 pertenecían a la rama de alimentación, 9 a la de madera y el resto se repartían entre textil (2), Herrería y calderería (4) y fábricas de luz (2); pero aun estos establecimientos considerados industriales disponían de un número reducido de operarios.
4.- Se trata de La Fraternal, una sociedad benéfica y filantrópica creada el 27 de abril de 1903, con el objeto de mejorar intelectual, moral y materialmente a la clase obrera, lo que incluía desde las ayudas por enfermedad y muerte hasta actividades educativas y culturales. Hay que destacar que muchos de sus afiliados lo estarán posteriormente también en La Aurora, que, como veremos, inicia el asociacionismo de clase y será el germen sindical de donde arranque tanto la UGT como la CNT de la capital.
5.- Max Nettlau, “Documentos sobre la Internacional y la Alianza en España” (1969), en Luis Esteban Barahona, La I Internacional en Castilla-La Mancha (Madrid 1998) 96 (y cita 61). Francisco Mora abandonará la Alianza española un año más tarde para unirse a Lafargue y será uno de los fundadores del PSOE, pero en la fecha de que data la carta pertenece al Comité Federal y se encuentra exiliado en Portugal junto con Morago y Anselmo Lorenzo para fundar una sección de la Alianza en este país.
6.- Tierra y Libertad (Barcelona, 31 mayo 1911) 4. El dato es puntual pero a nuestro juicio importante. Felipe de la Rica, empleado de contribuciones, figura también en una curiosa “Relación de individuos de ideas avanzadas” que el gobernador civil de Cuenca remite al Ministerio de Gobernación en 1922, a los que calificaba de “sospechosos: personas de cuidado”. Junto a él, Pascasio Muñoz, obrero; Anselmo Belinchón, sastre –fundador de La Aurora-; Abel Abad –republicano lerrouxista-; y D. Emilio Sánchez Vera, hermano del fiscal de la Audiencia (sic) -republicano.
7.- Nacida el 18 de julio de 1914, se trataba en realidad de una federación de sociedades creada con la finalidad de “estudiar las condiciones de trabajo locales (...) de tener en todo momento ‘una bolsa de trabajo’ en la que figuren por oficios los obreros parados, para darles ocupación tan pronto lo consientan las necesidades de la industria; y son estas sociedades federadas las que han de acudir frecuentemente a solicitar trabajo cerca del municipio, de la diputación, de las autoridades en general, para que no se dé el caso de que emigren los trabajadores locales y sean suplantados por obreros de otras localidades”. Electra 26 (Cuenca, 20 octubre 1930).
8.- Ver al respecto A. Luis López Villaverde e Isidro Sánchez Sánchez, Historia y evolución de la prensa conquense (1811-1939) (Cuenca 1998), en especial las páginas 55, 91, 244 y 247-249.
9.- Á. Luis López Villaverde, “Los orígenes del asociacionismo obrero conquense (1903-1930)”: Añil. Cuadernos de Castilla-La Mancha 11 (otoño 1996) 68-70.
10.- La Lucha 152 (1 julio 1923) y 153 (8 julio 1923).
11.- La Lucha 320 (10 octubre 1926) y 321 (17 octubre 1926), en contestación a los artículos de El Día de Cuenca de 5, 9 y 10 de octubre. La polémica se había iniciado por la negativa de Felipe de la Rica, según sus palabras, a publicar en La lucha, de la que era director, un artículo de Crédulo M. Escobar cargado de injurias a la directiva de La Fraternal.
12.- Para más información sobre este taller masónico remitimos a los artículos y comunicaciones publicados al respecto por A. L. López Villaverde y A. R. del Valle Calzado, entre los que destacan: “Masonería conquense durante la II República: el triángulo Electra”: Cuenca 36 (1990), 59-70; “La masonería en el avance del republicanismo conquense: la logia y el decenario Electra”, en J. A. Ferrer Benimeli (coord.), La masonería española entre Europa y América II (Zaragoza 1995) 659-670.
13.- La Lucha 360 (31 julio 1927). El subrayado y negrita en el original.
14.- La Aurora va a ser reformada en tres ocasiones, en mayo de 1915, abril de 1920 y por último en julio de 1929, en que pasa a constituirse en Federación provincial de sociedades y secciones obreras. Sobre su pluralidad, su reglamento era muy claro: “esta Federación respeta en su más amplia libertad el pensamiento de todos y cada uno de sus componentes, siempre que se desenvuelvan dentro de la organización y aspiren a la emancipación de la clase proletaria”. Reglamento de La Aurora (1929). Biblioteca pública de Cuenca.
15.- “No se puede (decía Víctor Delgado) colaborar con una república que fulminantemente no separa a la Iglesia del Estado y confisca sus bienes y no da solución adecuada al latifundio y minifundio (...). Ahora bien, esta no colaboración no quiere decir que no estemos prestos a defender la actual situación si los elementos reaccionarios intentaran restaurar su pasado, que chorrea sangre y oprobio”, La Voz de Cuenca 457 (5 mayo 1931).
16.- En la entrevista oral mantenida con Jesús Muelas en Madrid (15 octubre 2002), este militante nos recalcó cómo uno de los compañeros, representante de la sección de Artes Gráficas, de mayoría ugetista, tuvo que votar la otra lista, por disciplina de voto, a pesar de que era anarquista.
17.- El nuevo local, en Alonso de Ojeda, número 7, se había inaugurado en octubre de 1930. Tras la escisión, Miguel Ábalos adquirió el local en nombre de los nuevos representantes, pero aun cuando pronto pasarían a ser Federación provincial adscrita a la CNT, seguiría figurando La Aurora como titular. Hemos consultado documentos que acreditan los problemas económicos de la Federación conquense para hacer frente al pago, que en los primeros años era de 1.000 pesetas, según nos contó Jesús Muelas, pero este hecho motivará las acusaciones de incautación de este local de que fueron objeto los anarquistas conquenses y sin duda hasta la actualidad ha dificultado su devolución.
18.- Ya en la toma de posesión, en la que intervinieron algunos representantes de la Federación madrileña para defender la estrategia sindical de la CNT, Víctor Delgado retomó el discurso de mayo y atacó a los políticos por haber traicionado a la “revolución española”, La Voz de Cuenca 482 (27 octubre 1931).
19.-En su entrevista en El Sol 4.995 (Madrid, 7 enero 1932), Garcitoral afirmaba que“Las numerosas sociedades obreras que en esta provincia se han constituido desde la implantación de la República carecen de la disciplina necesaria, del puro sentido de la defensa. Muchísimas están manejadas bajo cuerda por desafectos al régimen que se ocultan sabiamente. (...) Las Sociedades Obreras, ni son socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas. Son sociedades movidas por un afán de revancha, afán que a veces, desgraciadamente bastantes, va más allá de lo debido.” Poco después, este político radical-socialista, antiguo secretario de Marcelino Domingo, fue cesado en su cargo de gobernador de Cuenca.
20.- Este semanario tuvo dos etapas: la primera, entre 1932 y 1934 y una segunda entre 1936 y 1938, dirigidas, respectivamente, por Víctor Delgado y Felipe de la Rica.
21.- En septiembre del año anterior se había constituido la sociedad de oficios varios y dos meses después la sección de albañiles decidió por unanimidad ingresar en la CNT.
22.- La primera huelga general tuvo lugar a primeros de octubre de 1932 ante la negativa de las autoridades a incrementar la zona de regadío en los alrededores de la capital para paliar el paro obrero, tal como había propuesto la Federación Provincial de Trabajadores. La huelga, considerada ilegal, se fue caldeando y se produjeron algunos incidentes que se saldaron con la clausura de la Casa del Pueblo y la detención de siete personas, entre las cuales se encontraban el presidente de aquélla, el secretario de oficios varios y el de la Federación. En enero fueron puestos en libertad los cuatro restantes, pero estos aún tardaron en salir. Pocos meses después, los días 17 y 18 de abril de 1933, una nueva huelga general (declarada también ilegal) convocada por los sindicatos de la madera y de la construcción por los numerosos despidos en el sector, se saldó con nuevas detenciones y el cierre de la sede, tras los incidentes de la Resinera.
23.- En una entrevista mantenida con un antiguo militante hace ya una década, Baltasar Iniesta, confirmó que muchos militantes ingresaron en la Federación no tanto por su ideología anarquista sino por su desengaño respecto a las timoratas reformas gubernamentales.
24.- Desmoralizados y sin muchas ganas de contribuir a la causa, pues también el informe recogía la falta de pago de los cupones por parte de “los escasos pueblos organizados en la provincia” lo que atribuía “más que nada, a su falta de preparación ideológica”. Actas de la Federación Regional de Centro de locales y comarcales (6 de mayo de 1934). Fundación Anselmo Lorenzo. Documentación microfilmada del Comité Nacional de la CNT. Rollo 175. 68B, carpeta 2.
25.- En los últimos días de julio de 1935 fueron detenidos varios jóvenes libertarios, acusados de estar preparando un “tenebroso complot izquierdista”, como aireaba la prensa más reaccionaria (ABC y El Defensor de Cuenca), que fueron puestos en libertad tras demostrarse en el juicio la falsedad de tales argumentaciones y que sirvió, curiosamente, para mejorar la imagen de sus defensores (el socialista Cubertoret y el republicano de izquierdas Aurelio López-Malo) entre la militancia obrera conquense.
26.- Si tenemos en cuenta que la capital conquense tenía 20.086 habitantes en 1936, nos encontramos con un porcentaje de afiliados cenetistas cercano al 5,3 por 100 en relación a la población total. Las cifras de afiliación a la UGT en este momento se sitúan en torno a los 460, pero frente al incremento que la CNT experimentará en los primeros meses de la revolución ( 3.428 afiliados en 1937), la UGT pasará a 350 en julio de 1937 y 902 en el año siguiente.
27.- Datos que se desprenden de la consulta de la obra de N. Rodrigo González, Las colectividades agrarias en Castilla-La Mancha (Toledo 1985) 31. En años anteriores, algunas fuentes mencionan afiliados en Talayuelas (Antonio Ortiz, “Panorama electoral de las provincias castellanomanchegas en 1930: el último intento caciquil frente a la República”, en Transformaciones burguesas, cambios políticos y evolución social 1, Toledo 1988, 469), Cardenete, Naharros y Alcantud (Adelante! 16, 18 febrero 1933) y Fuentes, Uña, Cañete o Villar de Olalla (estos últimos municipios facilitados por Baltasar Iniesta).
28.- En informe remitido al Comité Nacional de fecha 6 de julio de 1936, esta Federación manifiesta esta queja, con respecto a los pueblos que afirma tener “en período constitutivo”: Olivares del Júcar, Salvacañete, Uña, Motilla del Palancar, Zafrilla, Casas de Fernando Alonso, Villanueva de los Escuderos, Cañaveras, Narboneta, Mohorte, Hinojosa del Castillo, Fuentes, Pineda del Castillo y Garaballa. Fundación Anselmo Lorenzo. Documentación microfilmada del Comité Nacional de la CNT, Federación Regional de Centro, rollo 128B, 50ª, carpeta 4. 
29.- Un testigo de los hechos (Jesús Muelas) nos ha reiterado recientemente en una entrevista oral la certeza de la procedencia de los disparos desde el convento, contradiciendo otros testimonios de contemporáneos o las afirmaciones de algunos clérigos actuales que siguen empeñados en mantener el victimismo clerical y el lenguaje de Cruzada.
30.- Para más información al respecto, remitimos a A. Luis López Villaverde, “La Iglesia de Cuenca durante la II República (1931-1936)” Hispania Sacra 99 (1997) 73-85.
31.- Para más información remitimos al capítulo de Ana Belén Rodríguez Patiño, “La guerra civil en una provincia sin historia: Cuenca”, en Manuel Ortiz Heras (coord.), La guerra civil en Castilla-La Mancha. De El Alcázar a los Llanos (Madrid 2000). Como ya se avanzó, esta autora ha leído recientemente su tesis doctoral sobre la Guerra Civil y aporta una información imprescindible sobre el tema, en espera de su pronta publicación.
32.- En este punto, tras hacer una precisa reconstrucción de los hechos, Rodríguez Patiño califica de “desmesurada” esta reacción y de “exageración” de su gesto por cuanto “la tranquilidad marcaba aquella calurosa noche en la pacífica Cuenca” (tesis citada, páginas 200-206).
33.- Fue célebre el episodio protagonizado por los anarquistas de Tarancón (a mitad de camino entre Madrid y Cuenca, en la carretera hacia Valencia), al retener a los miembros del gobierno en su “huida” a Valencia, casi el único conocido a nivel nacional del anarquismo y aun de la guerra civil en Cuenca.
34.- La información sobre el desarrollo militar se basa fundamentalmente en las aportaciones de A. B. Rodríquez Patiño en las obras citadas.
35.- CNT (Madrid, 25 agosto 1936).
36.- Tres hospitales militares se crearon en la provincia, en Uclés, Valdeganga y Cañete. Los dos primeros recibían heridos del frente de Madrid y en múltiples testimonios de brigadistas internacionales recuerdan su paso por ellos. No sabemos si su organización y mantenimiento dependía directamente de la CNT, pero en la memoria colectiva se recuerdan como hospitales de los anarquistas.
37.- Aunque las fuentes difieren, A. Belén Rodríguez Patiño da una cifra total de 516 represaliados en la provincia durante todo el período. De ellos 134 lo serían en la capital. Con respecto a éstos y por profesiones serían: 36 religiosos, 16 profesionales liberales, 15 jornaleros, 15 pequeños propietarios, 9 industriales, 8 empleados públicos, 7 empleados privados, 6 artesanos, 4 estudiantes y 2 jubilados.
38.- Para más información al respecto, consultar Natividad Rodrigo González, Las colectividades agrarias en Castilla-La Mancha (Toledo 1985). Algunas colectividades como la de Huete (mixta) o Villas Viejas (CNT) se habían iniciado ya en agosto de 1936, pero el impulso mayor se realizará a partir de 1937. También para las colectividades libertarias, más datos en José Luis Gutiérrez Molina, Colectividades libertarias en Castilla-La Nueva (Campo Abierto, Madrid 1977). Este autor, cuya fuente directa son los informes de la Federación Regional de Campesinos del Centro, cita 65 colectividades anarquistas, atribuyendo según parece a la CNT, las 60 colectividades mixtas que aparecen en los datos del IRA.
39.- Destacan, en este sentido, las de Cardenete, una de las primeras que se fundó con más de 320 colectivistas o Iniesta, que aunque duró pocos meses, contó con mas de 640. 
40.- José Peirats, La CNT en la Revolución Española (Móstoles 1998) 342ss. 
41.- La actuación obrera en estos casos denota todavía cierto carácter de “rebeldes primitivos” que ha acompañado al anarquismo conquense desde sus comienzos; es más una respuesta a las formas de relación anteriores al conflicto, continuando en cierta medida una relación paternalista, aunque en este caso a la inversa, que  una respuesta “lógica” al momento revolucionario que se está viviendo.
42.- “¿Hasta cuando vamos a tener que soportar la acción corrosiva de los incontrolables?” se preguntaban en Cuenca Roja el 16 de mayo de 1937, evitando nombrar a los anarquistas a los que despectivamente denominarán siempre incontrolables o incontrolados, además de contrarrevolucionarios, aunque esta acusación será mutua.
43.- A finales de 1937 se puso también en marcha en Cuenca una delegación de la SIA, impulsada por el Comité Provincial de la CNT, de la que se hizo cargo José Fariñas, secretario de la sección de funcionarios públicos de la CNT madrileña, destinado a Cuenca en noviembre de este año. La documentación que hemos podido consultar acerca de las campañas llevadas a cabo por esta organización, nos muestra además de la  respuesta de la población, la disposición que esta delegación tenía para colaborar con las autoridades, que no dudaron después en atribuir los éxitos a la labor del SRI. Fundación Anselmo Lorenzo. Documentación microfilmada del Comité Nacional de la CNT. Rollo 164, 65B, carpeta 1.
44.- BOPC, 6 marzo 1939. Circular haciéndose cargo del mando interino de la provincia (por ausentarse debidamente autorizado (...) D. Jesús Monzón) el Sr. Comandante Militar… como también recoge A. Belén Rodríguez Patiño, aunque el nombramiento había sido oficial, en Cuenca fue interpretado como un abandono de su puesto en un momento crítico (tesis citada, páginas 601 y 602).
45.- Diario de la 1ª Compañia de Radiodifusión y propaganda en los frentes, editado en la capital, que pronto pasaría a ser el órgano de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. En Albatera también es detenido Sigfrido Catalá y de allí es enviado a Portacoeli. En el año 44, tras salir de la cárcel, se incorpora a la lucha clandestina. Velada en memoria y recuerdo de Sigfrido Catalá Tineo (Valencia 1978). Fundación Anselmo Lorenzo, F/122.
46.- Unidad 3 (25 abril 1939), 5 (27 abril 1939) y 18 (10 mayo 1939). Los detenidos y fusilados fueron Elías Cruz Moya, Gerardo Alcañiz y Agustín Álvarez de la CNT y la FAI; Ismael Hermosilla y Ventura Cañas de la UGT y Pedro Navarro de IR. También hemos podido indagar sobre algunos de los demás miembros: Felipe de la Rica fue detenido en Cuenca, donde permaneció y murió de un disparo en la cárcel en 1940; Máximo Parrilla, de IR, según consta en su expediente del Tribunal de Responsabilidades Políticas, “se suicidó al triunfar el movimiento” (sic).
47.- El nuevo gobernador, José María Frontera de Haro, entre otras muchas cosas, como la prohibición de la blasfemia, había publicado también el día 10 de abril, una circular poniendo en conocimiento de las autoridades locales, empresarios de espectáculos y público en general, que no podría representarse ninguna sesión de cine sin que antes se hubiese provisto el empresario de una efigie del Generalísimo y de un disco del Himno Nacional del que deberían interpretarse al menos los diecisiete primeros compases. BOP, 10 de abril de 1939, Archivo Histórico Provincial.
48.- Unidad 1 (19 abril 1939).
49.- Al respecto consultar David Prieto Jiménez, “Aproximación a la represión física durante la posguerra en Cuenca capital (1939-1945)”, en El Franquismo: El Régimen y La Oposición. Actas de las IV jornadas de Castilla-La Mancha sobre investigación en archivos (Guadalajara 2000). Prieto Jiménez da una cifra de 301 ejecutados entre 1939 y 1944; de ellos, 49 en 1939, 186 en 1940 y 40 en 1941.
50.- Ibíd., 703.
51.- Informe recogido en J. M. Molina, El movimiento clandestino en España. 1939-1949 (México 1976) 358-366.
52.- Testimonio oral de E. Delgado Cañas que en 1941 tenía 14 años. Según nos contó era entre los ferroviarios y en la fábrica de maderas donde se encontraban los principales núcleos de apoyo.

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