Solo unos pocos estudios recientes
se han ocupado de averiguar cómo vivió, sufrió y luchó el pueblo cíngaro entre
1936 y 1939, donde más allá del pintor anarquista Helios Gómez o el beato «El
Pele», es difícil encontrar a algún protagonista
ISRAEL VIANA
/ MADRID
Retrato
de un soldado gitano durante la Guerra Civil, cedido por la Asociación de
Mujeres Gitanas ROMI
El pintor anarquista Helios
Gómez, el beato Ceferino Jiménez Malla «El
Pelé», un tal «Oselito» Palma
León… y ya. Si quisiéramos contar los gitanos que, por unas
razones u otras, alcanzaron cierta notoriedad durante la Guerra Civil,
acabaríamos muy pronto. Casi nada sabemos de este pueblo errante al que la prensa de la época calificaba de «andariego»,
«indocumentado», «de alegre discurrir» y cuyos hijos «nacían en los caminos».
Tan solo un par de estudios recientes se han ocupado de averiguar cómo
vivieron, sufrieron y lucharon los gitanos en aquella España que se desangraba.
ABC
«El Pele»,
en una imagen de 1920
«Cuando consulté la bibliografía para enterarme de lo
que se había hecho sobre este tema, me di cuenta de que no había absolutamente
nada. Era tan original que me costó hacerlo», explica a ABC Eusebio González
Padilla, autor de «El pueblo gitano en la Guerra Civil y la Posguerra en
Andalucía Oriental» (ROMI, 2009).
Su participación en los conflictos bélicos de siglos
pasados tampoco es muy conocida, aunque en el caso de la
Guerra Civil resulta aún más sorprendente, ya que se trata de un
conflicto relativamente reciente sobre el que se han
publicado una cantidad ingente de libros, tesis, novelas, artículos o películas
sobre los aspectos más diversos.
Una de las principales razones, según coinciden los
escasos investigadores que se han ocupado de este tema, es que los gitanos
vivieron la guerra como un conflicto en el que no quisieron verse involucrados.
Eran fieles a su estilo de vida nómada y sobrevivían del comercio al margen de
ese gran marasmo de ideologías que convivían en España, proyectadas en
numerosos partidos políticos, sindicatos y organizaciones.
«Le cambiábamos la banderilla al
burro»
La antropóloga Teresa San Román –que ha
estudiado en los últimos 30 años la situación de distintas comunidades gitanas–
constata en «La diferencia inquietante» (Siglo XXI, 1997) esta misma
tesis, reflejada a través del testimonio de un anciano gitano sobre su experiencia
en la Guerra Civil: «Si ganaban los que “aluego” ganaron –contaba– nos iban a
hinchar a palos y nos iban a tirar (echar) de todas partes. Y si quedaban los
otros, nos iban a matar trabajando en cualquier mina de por ahí y hasta que nos
quitarían a nuestros hijos, decían. Ni unos ni otros respetaban nuestras cosas,
ni siquiera a nuestros muertos. Así es que el tío X y yo, que íbamos juntos, le
cambiábamos la banderilla al burro según pasábamos por aquí o por allí».
Para Padilla, también investigador del grupo «Historia
del Tiempo Presente» de la Universidad de Almería y responsable del Archivo
Militar de Almería y Granada, esto no quiere decir que no existieran gitanos que lucharan en el bando franquista o
el republicano. Como al resto de españoles, esto, por lo general, no se
escogía, por lo que muchos se emplearon como artilleros y llegaron a ser cabos
o sargentos, hasta el punto de que podemos encontrar a unos cuantos
condecorados tanto en un bando como en otro.
Helios Gómez, el «artista
revolucionario»
Helios Gómez fue quizá la figura más
representativa de los gitanos durante la Guerra Civil. Este pintor, cartelista
y poeta comprometido con el anarcosindicalismo andaluz trabajó para infinidad
de periódicos y recorrió Europa en la década de los 30 enarbolando su raza. «El
sino de este gran artista, gitano y revolucionario, le manda siempre estar
donde el pueblo viva horas dramáticas», decía de él el
diario «Crónica», el 15 de octubre de 1936.
CRONICA
Retrato de
Helios Gómez publicado en octubre de 1936
Se afilió al Partido Comunista poco antes de
comenzar la guerra y llegó a ser un miembro importante del partido, como comisario
político de la central de UGT. Luchó en los frentes de Guadarrama, Madrid y
Andalucía, obteniendo gran notoriedad, hasta que, durante la batalla de El
Carpio, mató a un capitán de su propio ejército por una disputa ideológica
y tuvo que regresar al bando anarquista como miliciano de la 26 División,
la antigua Durruti, con la que pasó a Francia en 1939.
En el otro extremo de esta contienda fratricida esta Ceferino Jiménez Malla «El Pelé», el único gitano
beatificado en la historia de la Iglesia, por Juan Pablo II. No era un
soldado, pero su historia le ha hecho convertirse en un auténtico icono para el
pueblo gitano. Se trataba de un simple comerciante de mulas marcado
profundamente por la religión católica, que murió fusilado en Barbastro
(Huesca) por un grupo de milicianos después de interceder por un sacerdote del
municipio que había sido detenido, pocos días después de comenzar la guerra. Al
parecer, los milicianos ofrecieron a «El Pele» el indulto a cambio de renegar
de su fe católica, pero él se negó. La madrugada del 8 de agosto de 1936 fue
ejecutado junto a la tapia del cementerio.
«Añadiendo sufrimiento al
sufrimiento»
Pero estas
son excepciones. La mayoría de los gitanos eran, efectivamente, apolíticos y
querían andar por la guerra sin intervenir en ella, aunque la padecieran más si
cabe por el plus del rechazo racial. «En la mayor parte de las ocasiones, hemos
soportado los temporales con el agravante del racismo, añadiendo sufrimiento al
sufrimiento», explica Dolores Fernández, presidenta de la Asociación de Mujeres Gitanas ROMI y autora, junto a
Padilla, de «El Pueblo Gitano en la Guerra Civil y la Posguerra» y «Mujeres
gitanas en la guerra civil y la posguerra», para quien los gitanos fueron los
«actores invisibles» de esta guerra.
«Los gitanos fueron los actores
olvidados, y además olvidados después de la guerra»
«Fueron los actores olvidados, y además olvidados
después de la guerra -comenta Padilla-, porque todo el mundo se integró entre
los perdedores o los ganadores. Pero ellos siguieron siendo nómadas y
quedaron diezmados por guerra, y en muchos casos eran incluso desalojados
de las cuevas en las que vivían, asociados como estaban a la delincuencia».
Según explica el archivero e investigador, sufrieron
especialmente por las leyes contra la guerrilla, porque en su vida de
comerciantes «dedicados al estraperlo, viviendo en los caminos y vendiendo
artículos de un lado a otro, eran continuamente tiroteados bajo la sospecha de
que iban a abastecer a la guerrilla».
Pero los gitanos fueron repudiados no solo por el
bando franquista, sino también por los miembros más radicales de la izquierda
española, algunos de cuyos militantes más veteranos y respetados «propusieron
expulsarlos, porque eran muy jóvenes y muy de familia», según este caso de la «Colectividad
Campesina Adelante» de Lérida, recogido en la obra de Dolores Fernández.
«Enemigos de los papeles oficiales»
Esta
aparente invisibilidad histórica se deba también a que los gitanos eran, como les calificaba ya el «Mundo Gráfico» en octubre del 36,
«enemigos de los papeles oficiales». No inscribían a sus hijos en los registros
o les ponían nombres de mujer para que no tuviesen que hacer el servicio
militar. «Por eso hay tantos gitanos que se llaman Trinidad o Consuelo», cuenta
Padilla.
Los gitanos, se identificaban con la
izquierda, pero «no sabía lo que era la República»
En esta invisibilidad voluntaria, el pueblo gitano se
caracterizaba por su alto sentimiento apátrida, «superior al de la mayoría de
los anarquistas», su rechazo a la política impuesta por los estados y a su
fuerte sentido de la comunidad solidaria, «mayor que el de muchos comunistas»,
explica el historiador David Martín, quien no
se olvida tampoco de la enorme fe católica, superior incluso a la que hacía
gala el bando franquista.
Más allá de estas características singulares, Padilla
cree que si los gitanos tenían que identificarse con alguien, lo hacían con el
bando de la izquierda, aunque está convencido de que «un porcentaje muy alto de
ellos no sabía realmente lo que era la República».
En Cataluña, por ejemplo, encontramos algunos casos de
gitanos participando en la revolución anarquista, colaborando en distintas colectividades
o alistados en sindicatos como la CNT. «Pero es una situación
coyuntural, ya que en la región catalana el anarquismo fue muy fuerte y los
gitanos, como muchos campesinos, fueron arrastrados por el movimiento de forma
masiva», asegura Dolores Fernández.
Partidos políticos, sindicatos y organizaciones;
izquierdas y derechas; republicanos o franquistas... nada de esto parecía
encajar en su mundo singular, dedicado a recorrer los caminos y sobrevivir del
comercio. Aquella era para la mayoría de ellos, sin más, una guerra «de payos»:
«Vi como fusilaban a tres, y también vi a toda la gente del barrio reunirse y
celebrarlo como si fuera una fiesta o una corrida de toros. Entonces, maldije
mil veces, porque otras me preguntaba: ¿Por qué mi madre me parió gitano?, ¿por
qué no haber nacido yo como un payo más, con sus casas y sus cosas adecuadas?
(…). Pero después de lo que acababa de ver, dije: ¡bendita sea mi madre que me
parió gitano! Porque entre nosotros esto no existe. Ayer se saludaban, ayer se
abrazaban, y ahora se odian y se matan. ¿Por qué hay tanta zana entre el mundo
payo?», contaba un superviviente gitano en el documental «Yo me acuerdo…
gitanos aragoneses en la guerra civil» (productora Nanuk P.A.).
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