La Guerra Civil en Aragón (1936-1939)


Los numerosos estudios sobre la Guerra Civil en Aragón han fijado su atención más en los acontecimientos bélicos que en la huella que la contienda dejó en la sociedad aragonesa. Hoy contamos ya con algunas investigaciones en esta línea, investigaciones que, por otra parte, han roto la tradicional interpretación de la guerra como el producto de la fracasada gestión republicana, y han hecho suya la tesis de que la explosión de violencia fue la culminación de la crisis del Estado español, incapaz de canalizar los intereses del sector obrero y campesino frente a la prepotencia de la oligarqufa terrateniente y su aliada la burguesía industrial. Este núcleo social dominante boicoteó, mientras le fue posible, la actividad reformista de la República en el Parlamento, y, cuando las circunstancias se lo impidieron (triunfo del Frente Popular en febrero del 36), recurrieron al Ejército y contaron con el beneplácito de la Iglesia a todas sus acciones posteriores.

La sublevación


Con el encuentro de Mola y Cabanellas el 7 de junio de 1936 en las Bardenas quedaba garantizada la fidelidad de la V División al alzamiento. Tras las primeras noticias sobre el golpe, el general Núñez de Prado, recién llegado de Madrid, fracasó en su intento de mantener a Cabanellas al lado del Gobierno. La situación, muy poco clara en los primeros momentos se definió cuando a las 5 de la madrugada del 19 de julio se declaraba el estado de guerra en Zaragoza.


En Huesca y Teruel la sublevación se decidió cuando, sin encontrar apenas resistencia, se sumaron al movimiento la Guardia Civil y los Guardias de Asalto. Algo distintos fueron los hechos en Jaca, que se hizo fuerte hasta que murió su alcalde, Muro, y en Barbastro, que permaneció fiel al Gobierno.


Esta situación inicial de adhesión al alzamiento quedó modificada por la llegada de columnas de milicianos, procedentes de Cataluña y el País Valenciano, que recuperaron para la República la mitad oriental de Aragón.


Así pues, los cambios que Aragón sufrió en su organización social sólo pueden entenderse si se tiene en cuenta que la región permaneció dividida por un frente que se mantuvo prácticamente estabilizado durante casi dos años.

El Aragón republicano


El vacío de poder que se produjo al derrotar a los sublevados permitió que sindicalistas catalanes y dirigentes anarquistas zaragozanos establecieran el colectivismo: al margen del Estado republicano surgieron comités revolucionarios protegidos por las milicias de la CNT.


La implantación de un nuevo orden social y político, que hay que entender en conexión con la coyuntura excepcional de la guerra y no como resultado de una imposición violenta en todos los casos, fue acompañada de la eliminación física de grandes propietarios e industriales, falangistas, miembros de Acción Popular Agraria y de la Iglesia.


Sin embargo, el proceso de consolidación de las colectividades se vio truncado por factores como el fracaso de los intentos por controlarlas desde el gobierno, la pugna entre diferentes formas de concebir la política agraria y las repercusiones de los sucesos de mayo del 37, que motivaron que el gobierno Negrín las disolviera por la fuerza con el apoyo de los comunistas. Esto y la disolución del Consejo de Aragón, (órgano del gobierno regional presidido por Ascaso) mediante un decreto de agosto del 37 formó parte del proceso de centralización del poder republicano ante las necesidades que imponía la situación bélica.

El avance del frente


La militarización de las columnas, finalizada en abril de 1937, hizo que la guerra se conviertiera en un enfrentamiento entre dos ejércitos organizados; tal fenómeno coincidió con el inicio de la movilidad en el frente de Aragón.


Este frente, que mantuvo a la región dividida desde agosto del 36, entró en acción con la fracasada ofensiva republicana sobre Huesca en junio de 1937 y con el ataque a Fuendetodos y Belchite, cuya rendición obtuvo en septiembre. En diciembre, el deseo de hacer fracasar los planes de Franco sobre Madrid llevó a los gubernamentales a proyectar con éxito la conquista de Teruel; la batalla marcó un hito en su historial bélico al ser la única capital que consiguieron sustraer del bando insurgente.


No obstante, la reconquista de esta ciudad por el ejército franquista (22-2-38) fue el punto de partida del desplome del frente de Aragón; en marzo se avanza por Belchite y Quinto; luego caen Alcañiz, Montalbán y Caspe; en el norte se rompe la línea Tardienta-Alcubierre y Fraga es ocupada. Menos en Bielsa, donde el comandante Beltrán (el Esquinazao) resistió hasta el 6 de junio, y en el extremo meridional de Teruel, la guerra está finalizada a la altura de abril de 1938.


A partir de esta fecha Varela inicia el ataque por Aliaga-Ejulve, de modo que en mayo ha conseguido ocupar toda la provincia menos el rincón de Puebla de Valverde y Mora de Rubielos, escenario de los últimos enfrentamientos hasta septiembre. El avance del ejército de Franco ponía fin así a los experimentos revolucionarios, sirviéndose para ello de la violencia y del envío de muchos aragoneses al exilio.

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