La
      revolución de 1937 en Barcelona 
Lic.
      María
      del Carmen Alba Moreno
      
       
Departamento
      de Historia.
      
       
Universidad
      de La Habana. 
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Resumen 
El
      trabajo aborda desde nuevas perspectivas el contenido y la significación
      del anarquismo como fuerza transformadora de la sociedad, aproximándose a
      un balance historiográfico de esta corriente en la España pre y
      franquista. 
La
      revolución anarquista en Barcelona en el contexto de la Guerra Civil Española,
      puso de manifiesto el distanciamiento y las contradicciones entre las
      fuerzas de izquierda y el descenso y represión de la CNT (Confederación
      Nacional de Trabajadores) y el POUM (Partido Obrero de Unificación
      Marxista). 
Hablar
      en Cuba de la revolución anarquista en Barcelona resulta ser un reto
      elevado si consideramos la limitada existencia de fuentes bibliográficas
      relativas a la historia de España en general y a su época más actual,
      en particular, analizada desde un enfoque contemporáneo. 
A
      lo anterior se suman dos factores no menos importantes: la definición de
      anarquismo y el papel que jugó como opción transformadora de un número
      no despreciable de obreros en el contexto histórico de auge del
      capitalismo y de transición al imperialismo, hasta aproximadamente los años
      treinta del siglo que recién ha concluido, 
      y la poca profundización que acerca del tema en cuestión hallamos
      en la historiografía. 
De
      forma general y en el período de la Segunda República y la Guerra Civil
      (1931-1939) se observa en la historiografía a nuestro alcance una mayor
      atención a la revolución en Asturias que a la revolución anarquista de
      Barcelona, la cual es enmarcada en el contexto de evolución y
      comportamiento del Anarquismo y anarcosindicalismo en España y su relación
      con el incremento de la conflictividad social y laboral, primero y de la
      represión después, que condujo a su declive, lo que no resultó ser un
      fenómeno exclusivo de España, sino que estuvo 
      en consonancia con el propio comportamiento de la corriente a nivel
      de toda Europa y América, destacándose aquí Argentina y México,
      lugares donde dicha corriente alcanzó una fuerza considerable. 
El
      anarquismo constituyó una esperanza global de cambios sociales,
      articulado mediante diversos lenguajes fraccionados que sirvieron tanto a
      campesinos como a trabajadores de oficios e industrias en la lucha por sus
      reivindicaciones, manteniendo como su principal lazo de unión la negativa
      a participar en le política, aún cuando esto en la práctica no llegara
      a cumplimentarse cabalmente. Fue justamente este fraccionamiento del
      lenguaje lo que determinó que el anarquismo tuviese simpatizantes en
      sectores específicamente no obreros como por ejemplo literatos, que lo
      asumieron para reclamar libertad de creación y un vago sentimiento
      igualitario. Sin embargo, cuando el sujeto tenía la condición de
      trabajador de una fábrica, taller o simplemente era un jornalero sin
      tierras, la reivindicación se expresó en la lucha por obtener mejoras
      laborales y para ellos la articulación a través del anarquismo tuvo
      connotaciones diferentes, representando una opción propia de ciertos
      medios obreros y campesinos. 
Su
      configuración como alternativa revolucionaria se fue delineando desde la
      Primera Internacional, pero se hizo más perentoria a raíz de la revolución
      rusa en 1917, dada la necesidad de plantear propuestas alternativas si el
      mismo no quería quedar diluido en el movimiento comunista estructurado en
      la Tercera Internacional, o sencillamente desaparecer como había sucedido
      en algunos países luego de la primera guerra mundial. Precisamente el
      anarcosindicalismo o sindicalismo revolucionario, quiso ser una síntesis
      entre la teoría marxista del análisis de clase o de su concepción del
      proceso histórico y la tradición anarquista de lucha sin intermediarios
      políticos. El sindicato entonces, vendría a ser el verdadero cauce para
      articular la abolición del capitalismo y la construcción de un tipo
      nuevo de sociedad. En su versatilidad sustentó la posibilidad de
      entenderse con cualquier movimiento político en  
      términos ideológicos, siempre que convergieran en aspectos tales
      como anticlericalismo, libertad sexual y de pensamiento y educación libre
      e igualitaria para ambos sexos. 
El
      anarquismo o el anarcosindicalismo, que no practicaron con regularidad una
      táctica reformista, planteaban la lucha contra los explotadores mediante
      la acción directa hasta el fin del capitalismo, pero no como triunfo de
      una clase, sino como colofón de la racionalidad humana. Su
      revolucionarismo le permitió entonces contar con mayor disposición para
      extenderse o diluirse en otras fuerzas. Esto significaba la posibilidad de
      entrar a formar parte del gobierno como hicieron en España en 1936 o
      colectivizar las propiedades como se hiciera durante la denominada
      “Revolución Espontánea” de julio de 1936 una vez iniciada la
      sublevación militar contra la segunda república. En síntesis los
      anarquistas deseaban la abolición de las instituciones estatales,
      aspiraban a la colectivización de los campos, fábricas y talleres, pero
      salvaguardaban la libertad de pensamiento y de acción. “La unión del
      proletariado organizado debe hacerse a base de la acción directa” como
      se planteó en el congreso de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)
      en 1919 y sobre esta determinación accionaron desde el terrorismo como
      eje de destrucción de los representantes sociales del sistema explotador,
      hasta la presión sindical ejercida sobre la patronal y el estado para
      acelerar como proyecto global el triunfo de lo que denominaban comunismo
      libertario, amén de no poseer ideas claras acerca de las bases sobre las
      cuales quedaría establecido. 
De
      hecho, sería en plena Segunda República en España(1931-1939)cuando
      algunas figuras dirigentes comenzaron a discutir el modelo alternativo 
      a la sociedad capitalista y en esa coyuntura comenzaron a aflorar
      las disidencias. No obstante, mantuvieron la estrategia de considerar que
      a los poderes sociales del capitalismo—instituciones y propietarios—no
      se les podía ofrecer ningún respiro o transacción y que para ello se
      mantendrían los métodos de huelga general revolucionaria, el atentado
      personal y los movimientos insurreccionales. 
En
      España el anarquismo se articuló como una posibilidad de cambio social,
      sin que ello necesariamente tuviese que suponer un atraso ideológico con
      relación al marxismo y su concepción hegemónica de la clase obrera. Allí
      el propio proceso histórico había impuesto las peculiaridades del
      capitalismo y del movimiento obrero, por lo que en una España
      esencialmente  rural,
      prendieron tanto la corriente anarquista como la socialista, de forma a
      veces no convencional. De ahí que como opciones que interpretaron y
      realizaron prácticas políticas y sindicales divergentes, accionando en
      ocasiones de forma interrelacionada y a favor de las reivindicaciones que
      creyeron más justas y necesarias en cada momento, no pueden ser
      analizadas de forma aislada, y mucho menos subvalorada la posición
      anarquista, pues como señala Javier Paniagua en “Una gran pregunta y
      varias respuestas. El anarquismo español: desde la política a la
      historiografía”[1], el anarquismo “constituye, tal vez,
      la aportación más moderna que España ha podido hacer a la constelación
      ideológica”. 
Si
      pretendiésemos realizar un balance historiográfico primario relativo al
      anarquismo y su variante anarcosindicalista en el siglo XX, habría que
      partir señalando que durante el franquismo, el análisis histórico del
      anarquismo surgió de la obsesión colectiva por la guerra civil. De ahí
      que desde posiciones distintas y a veces antagónicas, el tema apareciese
      casi siempre como antecedente a conocer para entender lo acontecido en el
      período de la guerra civil, y que el anarquismo militante fuese visto
      bien como una de las causas de la derrota republicana o bien como una de
      las más firmes esperanzas de la revolución proletaria al fin frustrada.
      El grito de “guerra y revolución” presente en la abundante bibliografía
      sobre la temática de la guerra civil[2], incluía también el
      de “guerra y anarquismo”[3]. En este contexto se enmarcan
      las obras de Maximiano García Venero “Historia de los movimientos
      sindicales españoles (1840-1933) “, Madrid, 1961, o la de Eduardo Comín
      Colomer “Historia del anarquismo español”, Barcelona, 1956;
      partidarios ambos autores del régimen vencedor. 
Luego
      de la muerte de Franco en noviembre de 1975, nuevos horizontes se abrieron
      al análisis histórico, la verdad y la objetividad históricas expuestas
      en investigaciones y publicaciones académicas se dieron la mano con
      escritos testimoniales de viejos anarquistas como Diego Abad de Santillán.[4] 
Así
      para la época de la Segunda República y la dictadura, se delinearon
      investigaciones relativas al movimiento anarcosindicalista, tales como la
      que centra su atención en la historia de la CNT institucional; la que se
      refiere a los aspectos sindicales de la organización confederal y la que
      enfoca la cuestión obrera desde la óptica de la historia social. 
      
       
Los
      estudios realizados en los años setenta relacionados con la historia
      institucional de la CNT se basaban en las declaraciones doctrinales de los
      dirigentes, realizadas principalmente a la prensa, así como en Plenos
      Regionales y Congresos Nacionales, a través de las cuales se han podido
      esclarecer tanto las diferentes posturas ideológicas, como las tácticas
      y estrategias adoptadas durante los complejos años treinta. De los análisis
      realizados se han determinado dos vertientes estratégicas del movimiento
      libertario sobre la futura sociedad revolucionaria:  
1-    
      Para los agraristas y comunistas, la alternativa de la sociedad
      capitalista pasaba por la constitución sustentada en comunas libres o
      municipios. Sus partidarios más importantes se encontraban entre los
      sectores extremistas del anarquismo. 
2-    
      Los sindicalistas que reclamaban para el sindicato un papel
      fundamental en la Sociedad revolucionaria, de ahí la concepción de
      sindicalismo revolucionario. Sus defensores se hallaron entre los sectores
      más moderados de la corriente anarquista. 
Para
      estos análisis deben considerarse los trabajos “La utopía anarquista
      bajo la Segunda República”, Madrid, 1973, de Antonio Elorza y “La
      sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español
      (1930-1938)”, Barcelona, 1982, de Javier Paniagua, en los cuales se
      profundiza en las propuestas anteriores.  
Estudios
      particulares sobre el caso catalán en el período republicano, como el de
      Taver “La ideología política del anarcosindicalismo catalán a través
      de su propaganda (1930-1936)”, Barcelona, 1980, demuestran el
      comportamiento de la CNT en Cataluña, con la adopción de una táctica
      insurreccionalista hasta la crisis de la organización iniciada en 1932 y
      que condujo a la aparición de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y
      a la escisión de la CNT en los primeros meses de 1933. 
La
      segunda línea de investigación que señalamos se adoptó en España, se
      dedicó a profundizar en la actuación de la CNT en el período
      republicano, cuestión fundamental para comprender las razones por las
      cuales los obreros se incorporaban a la Confederación, lo cual no solo
      tenía una motivación ideológica como se había afirmado hasta entonces,
      sino que la afiliación obrera estaba más bien asociada a la defensa de
      las reivindicaciones laborales y sociales de los obreros. Cabe mencionar
      aquí el trabajo de Julián Casanova “Anarquismo y revolución en la
      sociedad rural aragonesa”, Madrid, 1985,donde por primera vez se aborda
      un análisis sistemático de los movimientos sociales en la coyuntura de
      la guerra civil, estableciéndose un contraste entre ideología y práctica
      cotidiana. 
Los
      estudios de historia local también ganan terreno y a la vez que van
      cubriendo un vacío historiográfico, 
      van deviniendo validación de los nacionalismos y de las autonomías
      actuales.
      
       
Ello
      explica la proliferación de estudios monográficos que no solo refieren
      el movimiento obrero de forma aislada, sino que lo vincula o relaciona con
      otros aspectos tales como la situación económica y social, las
      relaciones con organizaciones e instituciones, las actividades realizadas
      y las reivindicaciones exigidas a la patronal. Resultado de ellos son
      también las determinaciones de las conexiones entre
      anarcosindicalismo-catalanismo y federalismo, conceptos que
      interrelacionados asumirán una dimensión importante en el período de
      1931-1939. 
Oportuno
      resulta mencionar tres trabajos de esta naturaleza que son de obligada
      referencia y consulta. El primero de ellos es el de Santos Juliá
      “Madrid 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases”; Madrid,
      1984, dirigido a resaltar el fracaso de los jurados mixtos como órganos
      de conciliación de clases empleados por la Unión General de Trabajadores
      (UGT)- de tendencia socialista y con determinada fuerza en Madrid,
      Asturias y provincias vascongadas - junto a la patronal y cuyo resultado
      fue la radicalización de la lucha de clases. 
El
      segundo trabajo es de Forner Muñoz acerca de la industrialización y el
      movimiento obrero en Alicante entre los años 20 y 30, que explica el
      arraigo que el socialismo y el anarcosindicalismo tuvieron en esa región
      y la participación de los obreros en las luchas sociales y políticas del
      período. 
El
      último trabajo que queremos referir es el de Enrique Montañez
      “Anarcosindicalismo y cambio político en Zaragoza 1930-1936”,
      Zaragoza, 1989, que estudia los conflictos sociales en un momento de
      inestabilidad política caracterizado por la caída de la monarquía  
      y el establecimiento de la Segunda República y donde van a estar
      interactuando los efectos de la crisis económica mundial de 1929 a 1933 y
      las diversas, divergentes y a veces contradictorias directrices políticas
      de los sindicatos. 
Este
      último título aborda el estudio particular de la CNT como organización
      fundamental en Zaragoza, a pesar de su endeblez industrial, y su autor va
      demostrando, a través de un   
      análisis comparativo, las similitudes existentes entre las
      acciones convocadas y protagonizadas por la CNT en Zaragoza y Barcelona (típicamente
      industrial) durante los primeros años republicanos que la llevaron a
      enfrentarse a la  República como poder establecido, hasta la incorporación de
      la CNT al gobierno en 1936 que, a la vez que la hizo protagonista de la
      resistencia antifascista junto al Frente Popular, contribuyó a un mayor
      distanciamiento entre la dirección y las masas obreras y aceleró su
      declinar durante el franquismo. 
Válido
      es también en este balance hacer mención al menos a un autor extranjero
      que prestó atención a esta problemática. Es él Gerald Brenan con el
      trabajo “ El laberinto español” elaborado en 1943 en plena represión
      franquista y que fue traducido al castellano en 1962. 
A
      continuación nos referiremos a la situación de Cataluña en los años de
      la Segunda República y la guerra.[5] 
Durante
      los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII, tuvo lugar una
      importante reestructuración de las fuerzas políticas y sindicales
      catalanas. La CNT, que a través de muchos de sus dirigentes mantenía
      contactos con los políticos republicanos y participaba en muchas de las
      acciones y conpiraciones para derribar la dictadura de Primo de Rivera,
      consiguió importante preponderancia en las organizaciones obreras. Sus
      sindicatos multiplicaron en poco tiempo el número de afiliados, a pesar
      de las disensiones internas, expresadas entre otras, en la fundación de
      la Federación Anarquista Ibérica(FAI) en el año 1927 y en la polémica
      relativa a la procedencia de actuar o no en la política. 
La
      Unió Socialista de Catalunya, de hecho inactiva durante la dictadura,
      resurgió con poca fuerza con posterioridad a 1931. 
A
      la derecha del espectro político, la LLiga Regionalista[6],
      fue la única fuerza política importante relacionada con el sistema político
      anterior que subsistió. 
Por
      su parte, los sectores republicanos y nacionalistas intentaron buscar la fórmula
      política que solventara la extraordinaria fragmentación política con la
      que se encontraron en el advenimiento de la dictadura. Uno de los primeros
      resultados fue la unificación de Acció Catalana y Acción Republicana,
      bajo la denominación de Partido Catalanista Republicano[7],
      aunque siempre jugó un papel secundario frente a la Lliga y Esquerra
      Republicana  de Catalunya, organización que desempeñó el rol más
      importante durante la República. Había nacido en marzo de 1931 por la
      unificación de un grupo del Partido Republicano Catalán, la mayoría de
      los miembros de Estat Catalá y de sectores del federalismo. De ahí que
      deviniera en la expresión política de las clases populares urbanas y
      rurales, heredera de una tradición política catalana, cuyos hitos eran
      el catalanismo, el federalismo, el republicanismo y la fe en las
      libertades democráticas, así como el rol que desempeñara en la
      proclamación de la República catalana, como estado integrante de la
      Federación Ibérica. Sin embargo, negociaciones con el gobierno central
      de Madrid pusieron en juego esta conquista a cambio de la restauración de
      la Generalitat y la elaboración de un estatuto de autonomía, el que, a
      pesar de no haber sido aprobado inmediatamente y de restringir algunas
      cuestiones relativas a la lengua, enseñanza, finanzas y orden público,
      abrió el camino hacia el progresivo funcionamiento autonómico. 
En
      noviembre de 1933 tuvieron lugar las elecciones que desplazaron a la
      coalición republicano-socialista, victoriosa en las elecciones de 1931,
      por la del Partido Radical y la Confederación española de derechas autónomas
      (CEDA), que cedió paso a la segunda etapa republicana. Consecuentemente,
      en Cataluña la mayoría la obtuvo la Lliga Regionalista. 
Paralelamente
      se produjeron enfrentamientos entre la Lliga y Esquerra Republicana por el
      otorgamiento de la ley de contratos de cultivo, que regulaba las
      condiciones de arrendamiento de la tierra, limitaba su importe y
      determinaba la posibilidad de los rabassaires de acceder a la propiedad de
      la tierra. Téngase en cuenta que un problema importante que debió
      enfrentar la Segunda República fue el de la tierra y con él la aprobación
      de una ley de Reforma Agraria entorno a la cual se generaron
      enfrentamientos y contradicciones que obstaculizaron su aprobación. 
Al
      asunto de los contratos de cultivo se añadió la radicalización e
      inquietud de algunos sectores del movimiento obrero frente al aumento del
      paro forzoso en las zonas industriales y urbanas, especialmente en
      Barcelona. La CNT, que había colaborado con los sectores republicanos al
      final de la monarquía, se encontraba sometida a una fuerte crisis interna
      que provocó la división de sus filas. La polémica que asomaba al final
      de la dictadura  de Primo de
      Rivera entre anarquistas y anarcosindicalistas se hizo más aguda al
      inicio de la segunda república. Los anarcosindicalistas conservaron la
      dirección del movimiento confederal, pero fueron desbordados por el
      heterogéneo movimiento anarquista que abarcaba grupos como Nosotros, la
      Revista Blanca  y los Faístas
      (FAI). 
Los
      progresivos triunfos de sectores anarquistas provocaron el desplazamiento
      de los órganos de dirección y de la propia confederación de los
      llamados “trentistas”- conocidos así por ser treinta los firmantes
      del manifiesto de agosto de 1931 contra cualquier acción insurreccional
      minoritaria. De hecho el grupo Nosotros, que ya había enrolado a la CNT
      en aventuras insurreccionales como la huelga general de Barcelona
      (septiembre de 1931) y en frustrados levantamientos revolucionarios en
      enero de 1932, consiguió hacerse de la FAI y esta con la de la CNT,
      promoviendo las fracasadas insurrecciones de enero y diciembre de 1933, al
      tiempo que llevó a cabo una activa campaña en pro de la abstención
      electoral, con lo cual la CNT fue perdiendo afiliados. 
Es
      en esta perspectiva insurreccional y nada solidaria, como podemos entender
      la postura negativa de la CNT catalana frente a la Alianza Obrera y su
      abstención en los sucesos de octubre de 1934. 
La
      Alianza Obrera era la resultante de la unión de varios grupos políticos,
      tales como Unión Socialista de Cataluña, Federación Catalana del PSOE,
      Bloc Obrer y Camperal, UGT, Esquerra Comunista y otros, los cuales
      lograron, al margen de la CNT, la huelga general del 5 de octubre en
      Barcelona, coincidente con las acciones revolucionarias en Asturias y que
      culminó con una fuerte represión del ejército y la suspensión del
      estatuto de autonomía catalán, pasando Cataluña a ser regida por un
      gobernador central. 
Esta
      era la situación cuando se anunciaron las nuevas elecciones de febrero de
      1936, que dieron la victoria al Frente de Izquierda en Cataluña y al
      Frente Popular en España. En este marco fue restaurado el gobierno de la
      Generalitat y progresivamente, las facultades políticas y parlamentarias
      que habían sido arrebatadas en octubre de 1934.
      
       
Pero
      también en el contexto de la normalización y reconquista de libertades y
      reformas que se encontraron desvanecidas en los años de predominio de las
      derechas, se fue gestando el golpe de estado militar como alternativa de
      los sectores tradicionalmente dominantes y en el que estarían interesadas
      las potencias fascistas europeas. 
El
      17 de julio de 1936, las citadas fuerzas impulsaban el alzamiento de las
      tropas en Marruecos y dos días después la insurrección militar y
      fascista ya era un hecho en Cataluña. La respuesta popular y de las
      fuerzas adictas al régimen republicano fue inmediata. La Comisaría
      General de Orden Público de la Generalitat, el Comité de Defensa
      Confederal de la CNT y los Comandantes de las Fuerzas del Cuerpo de
      Seguridad y Asalto, la Aviación y la Guardia Nacional Republicana,
      organizaron la resistencia protagonizada por las fuerzas de seguridad y
      los obreros, logrando detener a los principales dirigentes del
      levantamiento militar en Barcelona. La victoria aquí contribuyó a
      abortar la insurrección en otras plazas de Cataluña, pero a pesar de
      ella y de otras similares en las principales capitales españolas (Madrid,
      Bilbao, Valencia) y en las zonas industriales, el triunfo de los
      sublevados en Galicia, gran parte de Castilla la Vieja y Aragón, junto a
      la llegada a la península de fuerzas coloniales y legionarias condujeron
      a la apertura de un largo y penoso período de guerra civil. 
Los
      acontecimientos de los días 19 y 20 de julio de 1936 provocaron el
      desconcierto en Cataluña. El trastorno dificultó la reunión de los
      parlamentarios y de los propios órganos de dirección de los partidos
      republicanos y antifascistas, sobresaliendo la CNT como la fuerza más
      importante en aquellos momentos, por su pronta y activa participación en
      la lucha. Luego de un primer acuerdo y compromiso entre la CNT, la FAI y
      las otras fuerzas políticas, quedó constituido el primer organismo de la
      nueva situación: el Comité de Milicias Antifascistas. Este era la
      representación de diferentes fuerzas políticas y sindicales, tales como
      Esquerra Republicana, Acció Catalana, Unió de Rabassaires, CNT, FAI,
      UGT, POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y Partido Socialista
      Unificado Catalán (PSUC) y su tendencia fue a la formación de un nuevo
      gobierno de la Generalitat en el que se incluirían la CNT y el POUM,
      teniendo como finalidad recuperar la iniciativa política, económica y
      militar. 
Sin
      embargo y a pesar de estas aspiraciones, se fue operando un proceso de
      colectivización de numerosas empresas industriales, que la Generalitat se
      vio forzada a aceptar y que luego se extendería al sector agrícola. En
      los aspectos de seguridad, información y orden público se manifestaron
      también discordias entre las diferentes organizaciones integrantes del
      Comité de Milicias Antifascistas. Fue en el intento de poner orden, que
      las diferentes fuerzas políticas y sindicales llegaron a un acuerdo a
      finales de septiembre para participar conjuntamente 
      en un gobierno de la Generalitat. Entre las medidas legislativas más
      importantes llevadas a cabo por este gobierno, que entró en crisis dos
      meses y medio después, se destacó el decreto de colectivización, la
      reorganización de la administración de justicia y vida municipal y la
      apertura del proceso de militarización de las milicias. 
Refiriéndonos
      exclusivamente a la CNT podríamos señalar que al iniciarse el año de
      1936 los dirigentes cenetistas habían anunciado que ante una posible acción
      fascista, la CNT respondería con la revolución, llamando a los obreros a
      la huelga general revolucionaria, sin prever entonces que las
      consecuencias de un movimiento militar de la magnitud del que se gestaba
      eran incomparables con las de un clásico pronunciamiento militar, de los
      cuales España había sido testigo en varias ocasiones a lo largo del
      siglo XIX y primer cuarto del XX. 
Cuando
      se produjo el alzamiento de julio de 1936 la situación general del
      sindicalismo confederal no era tan halagüeña como se ha afirmado muchas
      veces, según asevera Julián Casanova en el artículo “Guerra y
      Revolución: la edad de oro del anarquismo español”[9]. La
      persecución de sus militantes, la represión, la ilegalidad e incluso
      hasta la legalidad republicana, habían hecho mellas en la organización
      sindical, al punto de producirse el abandono de miles de militantes. De
      manera que en la primavera de 1936, la CNT se encontraba, tras la vuelta a
      la normalidad, en una fase de reorganización. Se suma a ello la crisis
      económica de los años 30, que al golpear sectores como el de la
      construcción, los textiles y los ferrocarriles, de fuerte tradición
      anarcosindicalista, influyó también en la debilidad organizativa de los
      trabajadores y en la exacerbación de las divisiones internas dentro del
      movimiento obrero. 
Fueron
      estas circunstancias que rodearon la sublevación las que compulsaron a
      los sindicatos a cambiar las tácticas de lucha empleadas durante más de
      un cuarto de siglo, llegando a comprender que “la CNT tuvo que romper
      con su concepción romántica del comunismo libertario para llegar a
      comprender que el orden sindicalista habría de edificarse orgánicamente,
      preparar el ambiente para él, por medio de una actividad política y
      social en todos los terrenos de la vida”[10]. Más, confundían
      el contenido de la revolución, concibiéndola como la destrucción de la
      legalidad vigente y el cambio de propietario 
Tampoco
      comprendió la CNT el carácter internacional de la guerra, de ahí que no
      comprendiera la conveniencia de la militarización de sus afiliados y por
      tanto, la incorporación a un ejército regular. Así, con el
      desenvolvimiento de los acontecimientos bélicos, la CNT quedaría aislada
      en esos primeros momentos. Sus esfuerzos se centraron entonces en propagar
      la colectivización, con una concepción idealista acerca de las
      capacidades de la clase obrera y sin detenerse a elaborar un programa económico,
      pero consciente de que “la defensa contra el fascismo no puede ser obra
      del Gobierno, sino de la acción proletaria y revolucionaria” (Editorial
      de Tierra y Libertad, 15 de Mayo de 1936). 
Empero,
      los acontecimientos  de Julio
      de 1936 otorgaron fuerza e influencia a la CNT, tanta que por primera vez
      se incorporó al gobierno, cuestión que por supuesto, condujo a todo un cúmulo
      de reacciones y juicios, pero que más que 
      esto puso en evidencia la carencia de fundamento en su concepción
      de poder. En realidad esto no fue exclusivo de la CNT, pues el resto de
      las organizaciones actuantes en aquel escenario encontraron iguales
      limitantes a la hora de articular y proyectar una solución política a la
      grave situación planteada por el golpe militar. Así, la necesidad de
      llenar un vacío de poder y llevar adelante una revolución, resultó
      harto difícil para las dos formas de concebir el sindicalismo -
      anarquismo y socialismo – porque si los sindicatos asumieron
      responsabilidades en el ámbito económico, alcanzaron un importante
      protagonismo en la rebelión e incluso, en algunos lugares ocuparon el
      poder político local, no culminaron nunca el proceso, pues no
      conquistaron el poder central, ni lograron el control sobre el estado.  
De
      ahí que cuando se hable de revolución en este momento, lo que está
      sucediendo, según el historiador Santos Juliá es “una revolución
      social sin toma del poder central.”[11] No cabe aquí el
      menor cuestionamiento acerca del papel que en esa coyuntura le hubiese
      correspondido a una organización política que asumiera la tarea de
      llevar al proletariado al poder, más una rápida caracterización de esos
      momentos permite afirmar el ascenso del sindicalismo y el declive de los
      partidos políticos. Algo si hay que dejar claro y es que el asalto al
      poder y la creación de un gobierno revolucionario debía hacerse con los
      mismos procedimientos que habían empleado los sublevados para romper la
      legalidad, por las armas. Y para ello, ni la CNT, ni el resto de las
      organizaciones de izquierda tenían posibilidades. La CNT, por otro lado,
      concebía el poder como “el pueblo en armas” o simplemente, sus
      afiliados en armas, y desde luego, desde estas perspectivas no eran
      necesarios nuevos organismos de poder proletario. 
Pero
      realmente las jornadas de julio de 1936 no pudieron extenderse más allá
      de Barcelona y, mientras que las milicias como representación del poder
      obrero, comenzaba a mostrar sus debilidades, el gobierno central era cada
      vez más incapaz de frenar el avance fascista. El abastecimiento de víveres
      y artículos de primera necesidad era cada día más difícil, en tanto
      las tensiones políticas entre los sectores antifascistas, especialmente
      entre la CNT y el PSUC, se agudizaban, hasta provocar una crisis del
      gobierno y con ella, la salida del POUM del mismo.
      
       
La
      situación en la retaguardia se iba haciendo cada día más compleja. A
      las polémicas políticas, se unían las noticias sobre el curso de la
      guerra: avance de los militares por el sur y sudoeste de España, ocupación
      de San Sebastián, ofensiva sobre Madrid, traslado del gobierno de la república
      a Valencia, a lo que venían a sumarse los efectos de los bombardeos aéreos
      a Cataluña. 
Esta
      progresiva tensión y el deterioro de las relaciones entre las diferentes
      organizaciones políticas y sindicales, llegaron a su punto máximo en los
      primeros días de mayo de 1937. La espoleta que hizo estallar el conflicto
      fue el intento de ocupación del edificio central de la telefónica de
      Barcelona, teóricamente controlado por un comité sindical CNT-UGT,
      aunque realmente en manos de la central anarcosindicalista, o la policía
      de asalto. 
Dicha
      actitud, nada negociadora, provocó la respuesta de los sectores más
      radicales de la CNT, FAI, POUM y Juventudes Libertarias, que lanzaron la
      consigna de huelga y de levantar barricadas, por lo que las refriegas
      armadas caracterizaron la vida barcelonesa durante una semana.  
Los
      resultados no son perfectamente conocidos. Después de la intervención de
      la mayoría de los dirigentes políticos y sindicales con sus llamadas al
      orden, la participación de fuerzas de seguridad del gobierno de Valencia,
      apropiándose de los servicios de orden público en Cataluña, la calma
      relativa volvió a reinar en las calles de Barcelona.
      
       
Las
      consecuencias en cambio, sí son conocidas: asesinato de Sessé, del
      PSUC-UGT; elevado número de víctimas, importante reducción de las
      facultades autonómicas de Cataluña, incrementada poco tiempo después
      con el traslado del gobierno central republicano a Barcelona; ascenso
      definitivo del PSUC; caída del gobierno central de Largo Caballero;
      aumento del poder del Partido Comunista de España (PCE); descenso de la
      CNT y represión intensa contra el POUM, que, acusado de labores de
      espionaje, asistió al secuestro y asesinato de su secretario político a
      manos de fuerzas encabezadas por los comunistas. 
En
      realidad, la cuestión de concentrar todas las energías para la guerra,
      de obtener un verdadero ejército regular con mando único y reservas, y
      en general, un verdadero estado que respondiese a las exigencias bélicas,
      quedó planteado en toda su crudeza después de mayo. Fue justamente en
      mayo de 1937 que se ratificaron los signos de transformación del
      sindicalismo cenetista: ausencia de discusión interna, estructuras
      jerarquizadas y ruptura de canales de comunicación entre los dirigentes y
      la base sindical. Era la reafirmación de que precisamente la clase obrera
      no dominaba la situación, aunque los que dominaban realmente el poder
      conquistado en las jornadas revolucionarias de julio de 1936 eran los
      dirigentes de un movimiento sindical que decían representar, aun cuando
      aquello no hubiese podido ser de otra manera. 
Citas
      y notas 
[1].  Historia Social No. 12, 1992, página 57
      
       
[2].  Para ampliar cuestiones relativas a la guerra civil española
      (1936-1939) pueden verse varios trabajos, entre ellos: 
      
       
Áurea
      M. Fernández: España Contemporánea. Segunda República y Guerra Civil
      (1931-1939). Habana, 1995.
      
       
Manuel
      Tuñón de Lara y otros: “La crisis del estado: dictadura, república y
      guerra”; en Historia de España, tomo IX, 
      Colección Labor, 1981.
      
       
Pierre
      Vilar: La Guerra Civil Española: Ciencias Sociales, Habana, 1990.
      
       
[3]. Enrique Montañés: Anarcosindicalismo y cambio político.
      Zaragoza, 1930-1936. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1989. 
[4]. Diego Abad de Santillán: El anarquismo y la revolución en España.
      Escritos 1930-1938. Editorial Ayuso, Madrid, 1976. 
[5]. Para una mayor profundización, en cuestiones relativas a Cataluña
      puede revisarse el trabajo colectivo dirigido por Joaquín Nadal i
      Farreras y Philippe Wolff  “Historia
      de Cataluña”, Barcelona, 1992. 
[6]. Lliga Regionalista: partido autonomista conservador en Cataluña,
      dominado por Cambó, resultante del desenlace de la guerra de España con
      Estados Unidos en 1898 y del quebrantamiento del sistema caciquil de los
      partidos dinásticos: liberal y conservador. Surge como formación política
      alternativa, industrialista, conservadora y catalanista, representante de
      la burguesía catalana. 
[7]. El Partido Republicano Catalán (1917) y el anterior Bloque
      Republicano Autonomista (1915) constituyeron frutos del resquebrajamiento
      de la izquierda catalana y aunque en su dirección contaron con hombres de
      prestigio como Layret, Gabriel Alomar, Lluis Companys y otros, no
      consiguieron formar una organización capaz de encontrar un espacio político
      propio y ofrecer una alternativa de la Lliga, los radicales y la CNT. 
[8]. El frente de izquierdas en Cataluña estaba conformado por Acción
      Catalana, Unión Socialista, Partido Nacionalista Republicano, Partido
      Comunista Catalán, Partido Catalán Proletario, Partido Obrero de
      Unificación Marxista y Unió de Rabassaires. 
[9]. El trabajo mencionado se encuentra en la revista Historia Social, Número
      1, de 1988, pág. 63-66. 
[10]. 
      Helmut Rudiger, escritos de 1937 y 1938. 
[11]. 
      Santos Juliá: De la división orgánica del gobierno de unidad
      nacional, en socialismo y guerra civil, citado por Julián Casanova en
      Guerra y Revolución: la edad de oro del anarquismo español, Historia
      Social No. 1, 1988. 
 | 
  
por
Lic. María del Carmen Alba Moreno
Departamento de Historia.
Universidad de La Habana
mariac@ffh.uh.cu
Departamento de Historia.
Universidad de La Habana
mariac@ffh.uh.cu
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