Helmut Wagner
1937
La presente traducción procede de la recopilación
«Expectativas fallidas (España 1934-1939): El movimiento consejista ante la
guerra y la revolución españolas...», publicada por Adrede ediciones
(Barcelona, 1999). Procede de la versión inglesa, «Anarchism and the Spanish
revolution», publicada en International Council Correspondence v. 3, números
5-6, junio de 1937. El texto ya había aparecido previamente en la revista de
los Comunistas Internacionales holandeses Rätekorrespondenz nº 21, abril de
1937.
La heroica lucha de los trabajadores españoles contra
los fascistas es un hito en el desarrollo del movimiento de clase internacional
del proletariado. Simultáneamente, esta lucha pone fin al curso ininterrumpido
del fascismo victorioso e inicia un nuevo periodo de crecientes luchas de
clases.
Pero esta no es la única razón por la que la Guerra
Civil Española tiene una gran importancia para el proletariado. Su
significación radica en el hecho de que pone a prueba las teorías y tácticas
del anarquismo y el anarcosindicalismo.
España siempre ha sido la tierra del anarquismo. La
enorme influencia que las doctrinas anarquistas obtuvieron en España sólo puede
entenderse en relación con la peculiar estructura de clases del país. La teoría
de Proudhon de los artesanos individuales e independientes, así como la
aplicación de esa misma teoría por parte de Bakunin a las fábricas, encontró un
atnplio apoyo entre los pequeños campesinos y los trabajadores del campo y las
ciudades. Amplios sectores del proletariado español abrazaron las doctrinas
anarquistas, y la aceptación de esas doctrinas fue la causa del espontáneo
levantamiento de los trabajadores contra el alzamiento fascista.
Sin embargo, eso no quiere decir que el desarrollo de
la lucha también esté determinado por la ideología anarquista o que sea un
reflejo de los objetivos de los anarquistas. Por el contrario, queremos
subrayar que los anarquistas fueron obligados a abandonar muchas de sus viejas
queridas ideas y a aceptar, en cambio, compromisos de la peor especie. El
análisis de ese proceso nos demostrará que el anarquismo es incapaz de resolver
los problemas de la lucha de clase revolucionaria. Las tácticas anarquistas
puestas en práctica en España fueron incapaces de hacer frente a la situación,
no porque el movimiento fuera demasiado reducido para permitir su puesta en
práctica, sino porque los métodos anarquistas para organizar las diferentes
fases de la lucha estaban en contradicción con la realidad objetiva. Esa fase
de desarrollo pone de manifiesto claras similitudes con la Rusia bolchevique de
1917. Así como los bolcheviques rusos tuvieron que abandonar, paso a paso, sus
viejas teorías hasta que, finalmente, fueron obligados a explotar a los obreros
y campesinos con métodos capitalistas burgueses, los anarquistas en España se
ven forzados a aceptar medidas que con anterioridad ellos mismos denunciaron
como centralistas y opresoras. El desarrollo de la Revolución rusa puso de
manifiesto la inadecuación de las teorías bolcheviques para resolver los
problemas de la lucha de clase proletaria y, de forma similar, la Guerra Civil
Española revela la inadecuación de las doctrinas anarquistas.
Nos parece de gran importancia señalar los errores cometidos
por los anarquistas, porque en líneas generales su valiente combate ha inducido
a muchos trabajadores -que ven con claridad el papel de traidores que juegan la
Segunda y Tercera Internacionales- a creer que los anarquistas tienen razón, a
pesar de todo. Desde nuestro punto de vista, esto entraña un gran peligro en la
medida en que tiende a aumentar la confusión rampante dentro de la clase
obrera.
Consideramos nuestro deber el mostrar, a partir del
ejemplo español, que la argumentación anarquista contra el marxismo es errónea;
que, por el contrario, es la doctrina anarquista la que ha fracasado. Cuando se
trata de comprender una situación dada, o mostrar las vías y métodos dentro de
una lucha revolucionaria concreta, el marxismo todavía tiene ventaja, y la
mantiene en una aguda oposición al pseudo-marxismo de los partidos de la IIª y
IIIª Internacionales.
La debilidad de las teorías anarquistas se puso de
manifiesto, en primer lugar, por la actitud de las organizaciones anarquistas
respecto de la cuestión de la organización política del poder. Según la teoría
anarquista, la victoria revolucionaria se obtendría y garantizaría poniendo la
gestión de las fábricas en manos de los sindicatos. Los anarquistas nunca
intentaron arrebatar el poder al gobierno del Frente Popular. Ni propiciaron la
organización de un poder político de los soviets. En vez de propagar la lucha
de clases contra la burguesía, preconizaron la armonía de clases entre todos
los grupos que formaban parte del frente antifascista. Cuando la burguesía
empezó a recortar el poder de las organizaciones obreras, los anarquistas se
unieron al nuevo Gobierno lo que, según las teorías anarquistas, es una gran
desviación de sus principios básicos. Intentaron explicar este cambio con la
excusa de que, teniendo en cuenta la colectivización, el nuevo gobierno del
Frente Popular no representaba un poder político, como antes, sino simplemente
económico, porque sus miembros eran representantes de los sindicatos a los que,
sin embargo, también pertenecían los miembros de la pequeño-burguesa Esquerra [Republicana
de Catalunya]. Los anarquistas aducían: puesto que el poder está en las
fábricas, y las fábricas están controladas por los sindicatos, el poder está en
manos de los trabajadores. Lo que resulta de todo esto es algo que veremos a
continuación.
Mientras los anarquistas estuvieron en el Gobierno,
fue emitido el decreto de disolución de las milicias. La incorporación de las
milicias al ejército regular y la supresión del POUM en Madrid fueron
decretados con su aprobación. Los anarquistas contribuyeron a organizar el
poder político burgués, pero no hicieron nada por la formación de un poder
político proletario.
No es nuestra intención hacer a los anarquistas
responsables del desarrollo de la lucha antifascista y de su desviación hada un
callejón sin salida burgués. Habría que reprocharlo a otros factores,
especialmente, a la pasividad de los trabajadores en otros países. Pero lo que
queremos criticar firmemente es el hecho de que los anarquistas abandonaran la tarea
hacia una revolución realmente proletaria y se identificaran a sí mismos con el
proceso actual. En consecuencia, tendieron una cortina de humo que ocultaba la
posición de los trabajadores contra la burguesía, y dieron pie a ilusiones que,
nos tememos, ellos mismos habrán de pagar muy caras en el futuro.
Las tácticas de los anarquistas españoles habían
encontrado numerosas críticas entre los grupos libertarlos extranjeros. Algunas
de esas críticas los acusaban incluso de haber traicionado los ideales anarquistas.
Pero como esas críticas ven erróneamente la situación a la que sus camaradas
españoles hacen frente, se quedan en críticas meramente negativas. No podría
ser de otro modo. Las doctrinas anarquistas no pueden responder a las
cuestiones que la práctica revolucionaria plantea. No participación en el
gobierno, no a la organización del poder político, sindicalización de la
producción, éstas son las consignas básicas anarquistas.
Con tales consignas es completamente imposible abordar
de forma efectiva los intereses de la revolución proletaria. Los anarquistas
españoles se retrajeron hacia las prácticas burguesas porque fueron incapaces
de reemplazar sus consignas irrealizables por otras proletarias. Precisamente,
por esa razón, los críticos y asesores liberales extranjeros no podían ofrecer
una solución, pues esos problemas sólo pueden resolverse sobre la base de la
teoría marxiana.
La posición más extrema entre los anarquistas
extranjeros es la de los anarquistas holandeses (excepto los anarcosindicalistas
del NSV - Nederland Syndikalist Vuband). Los acérrimos anarquistas holandeses
rechazan cualquier lucha que suponga la utilización de armas de guerra, porque
tal lucha estaría en contradicción con los ideales y objetivos anarquistas.
Niegan la existencia de clases, aunque no pueden evitar la expresión de su
simpatía con la lucha de masas antifascista. En realidad, su posición significa
un sabotaje de la lucha. Denuncian cualquier acción que signifique una ayuda
para los trabajadores españoles, como el envío de armas. El núcleo de su
propaganda es el siguiente: todo lo que se haga ha de estar encaminado a
prevenir la extensión del conflicto a otros países europeos. Propugnan la
"resistencia pasiva" al estilo de Gandhi, cuya filosofía, traducida
en la realidad objetiva, significa la rendición de los trabajadores indefensos
a los verdugos fascistas.
La oposición dentro de los anarquistas mantiene que el
poder centralizado en la dictadura del proletariado o en el comité militar,
llevará a otra forma de sometimiento de masas. Los anarquistas españoles
responden subrayando que ellos (en España) no luchan por la imposición de un
poder político centralizado, al contrario, favorecen la sindicalización de la
producción, que excluye la explotación de los trabajadores. Creen sinceramente
que las fábricas están en manos de los trabajadores y que no hace falta
organizar todas las fábricas de forma centralizada y sobre una base política.
El proceso actual, sin embargo, ha demostrado que la centralización de la
producción ya se está llevando a cabo y que los anarquistas se han visto
forzados a adaptarse a las nuevas circunstancias, incluso en contra de su
voluntad. Dondequiera que los trabajadores anarquistas no asuman la
organización del poder políticamente y de forma centralizada en las fábricas y
ayuntamientos, los representantes de los partidos capitalistas burgueses,
incluidos el partido socialista y el comunista, lo harán en su lugar. Esto
quiere decir que los sindicatos, aunque sean controlados directamente por los trabajadores
en las fábricas, estarán dirigidos de acuerdo con leyes y disposiciones
emanadas por el gobierno capitalista burgués.
Desde este punto de vista, se plantea una cuestión: ¿es
cierto que los trabajadores en Cataluña poseen el control de las fábricas, una
vez que los anarquistas han sindicalizado la producción? Para responder a
esta cuestión solamente necesitamos subrayar unos pocos párrafos del folleto, ¿Qué
es la C.N.T y la F.A.I.? (publicación oficial de ambas organizaciones).
"La dirección de las fábricas colectivizadas
queda en manos de los consejos de fábrica, que son elegidos en la asamblea
general de la fábrica. Los consejos están constituidos por un número que varía
entre cinco y quince miembros. El periodo durante el cual ocuparán sus cargos
será de dos años..."
"Los consejos de fabrica son responsables ante la
asamblea plenaria de la empresa y ante el Consejo general de su rama
industrial. Junto con el Consejo general de su rama industrial se encargan de
llevar adelante la producción. Además, se encargan de las cuestiones referidas
a los daños laborales, condiciones de trabajo, asistencia sanitaria, etc."
"Cada Consejo de fábrica elige un director. En
las fábricas con más de 500 trabajadores, la elección ha de contar con la aprobación
del Consejo de industria. Con la aprobación de los trabajadores, cada fábrica
nombra un delegado del Consejo de la fábrica para el Consejo de Industria de la
Generalitat. El consejo de fábrica rinde cuentas regularmente a la asamblea de
fábrica y al Consejo de Industria sobre sus actividades y planes."
"En caso de incapacidad o rechazo del
cumplimiento de las tareas asignadas, la asamblea de la fábrica o el Consejo de
Industria pueden obligar a dimitir a los miembros del consejo de fábrica."
"Si un miembro del consejo de fábrica es obligado
a dimitir por el Consejo de Industria (CI) contra la voluntad de los
trabajadores, entonces éstos pueden apelar la decisión ante el CI de la
Generalitat que toma una decisión después de haber oído el informe del Consejo
Económico General Antifascista."
"El Consejo Económico General, que agrupa las
diferentes ramas industriales, está formado por cuatro representantes de los
consejos de fábrica, ocho representantes de los diferentes sindicatos
(respetando la proporcionalidad de todos los grupos políticos) y cuatro
técnicos. Estos últimos son nombrados por el Consejo Económico General
Antifascista. Este consejo está encabezado por un miembro del Consejo de
Industria de la Generalitat."
"El Consejo Económico General tiene las
siguientes tareas: organizar la producción, evaluar los costes, eliminar la
competencia entre las empresas, averiguar la demanda de los productos
industriales, así como estudiar el mercado interior y exterior, evaluar la
rentabilidad y consolidar las empresas, reorganizar los métodos de trabajo,
controlar los precios, crear mercados centrales, adquirir medios de producción
y materias primas, conceder créditos, crear laboratorios técnicos, realizar
estadísticas de producción y consumo, reemplazar las materias primas
extranjeras por productos autóctonos, etc."
No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que
estas propuestas dejan todas las funciones económicas en manos del Consejo
Económico General [CEG]. Como hemos visto, el CEG está formado por ocho
representantes de los sindicatos, cuatro del consejo económico general
antifascista, en calidad de técnicos, y cuatro representantes de los consejos
de fábrica. El CEG antifascista fue formado al comienzo de la revolución y está
compuesto por representantes de los sindicatos y de la pequeña burguesía
(Esquerra Republicana de Catalunya, etc.). Como representantes directos de los
trabajadores solamente pueden contabilizarse los cuatro delegados de los
consejos de fábrica. Hay que subrayar, además, que en caso de retirada de los
representantes del comité de fábrica, la Consejería de Industria de la
Generalitat y el Consejo Económico General antifascista tienen una influencia
decisiva. El CEG puede destituir a los miembros de la oposición en el consejo contra
lo cual los trabajadores pueden apelar al consejo de Industria, pero la
capacidad de decisión queda en manos del CEG antifascista. Los consejos de
fábrica organizan las condiciones de trabajo, pero son responsables no
solamente ante los trabajadores en la fábrica, sino también ante el consejo de
industria. El consejo de fábrica puede nombrar el director, pero para las
grandes empresas se necesita el consentimiento del consejo de Industria de la
Generalitat.
En resumen, puede afirmarse que en la actualidad los
trabajadores tienen muy poco que decir acerca del control y organización de las
fábricas. En realidad, los sindicatos gobiernan. Lo que esto significa los
investigaremos a continuación.
A partir de los escasos hechos mencionados, no podemos
compartir el entusiasmo de la C.N.T. acerca del "desarrollo social".
"En las oficinas públicas late la vida de una verdadera revolución
constructiva", escribe Rosselli en ¿Qué es la C.N.T y la F.A.I.?
(pag. 38 y 39 de la edición alemana). Desde nuestro punto de vista, los latidos
de una verdadera revolución no laten en las oficinas públicas sino en las
fábricas. En las oficinas palpita el corazón de una vida diferente, la de la
burocracia.
No criticamos los hechos. Los hechos, las realidades,
están determinados por circunstancias y condiciones que están más allá del
control de los grupos particulares; que los trabajadores de Cataluña no hayan
constituido la dictadura de proletariado no es culpa suya. La razón principal
hay que buscarla en la confusa situación internacional que pone a los
trabajadores españoles en oposición al resto del mundo. En tales condiciones,
es imposible para el proletariado español liberarse a sí mismo de su aliado
pequeño-burgués. La revolución estaba sentenciada antes de que realmente comenzase.
No, no criticamos los hechos. Criticamos, por contra,
a los anarquistas por confundir las condiciones existentes en Cataluña con el
socialismo. Todos los que hablan a los trabajadores de socialismo en Cataluña,
en parte porque así lo creen, en parte porque no quieren perder su influencia
sobre los acontecimientos, impiden a los trabajadores ver lo que sucede
realmente en España. No comprenden los principios revolucionarios y por eso
hacen más difícil el desarrollo de una lucha revolucionaria.
Los trabajadores españoles no pueden luchar realmente
contra la dirección de los sindicatos, ya que esto supondría el total colapso
de los frentes militares. No tienen otra alternativa. Tienen que luchar contra
los fascistas para salvar sus vidas, tienen que aceptar cualquier ayuda
independientemente de donde venga. No se preguntan si el resultado de todo ello
será el socialismo o el capitalismo; sólo saben que tienen que luchar hasta el
fin. Solamente una pequeña parte del proletariado es conscientemente revolucionaria.
Mientras los sindicatos organicen la lucha militar,
los trabajadores los apoyarán; que esto lleva a compromisos con la burguesía no
puede negarse, y se considera como un mal necesario. La consigna de la C.N.T.,
"Primero la victoria sobre los fascistas y luego la revolución",
expresa el sentimiento todavía predominante entre los militantes obreros. Pero
este sentimiento también se puede explicar por el retraso general del país que
no sólo hace posible, sino que fuerza al proletariado a compromisos con la
burguesía. De ello se sigue, pues, que el carácter de la lucha revolucionaria
está sometido a profundos cambios y, en vez de apuntar hacia el derrocamiento
de la burguesía, lleva hacia la consolidación de un nuevo orden capitalista.
La clase obrera en España lucha no sólo contra la
burguesía fascista, sino contra la burguesía de todo el mundo. Los países
fascistas, Italia, Alemania, Portugal y Argentina, ayudan a los fascistas
españoles en su lucha con todos los medios a su alcance. Este hecho por sí
mismo imposibilita la victoria de la revolución en España. El enorme poder de
los Estados enemigos es demasiado fuerte para el proletariado español. Si los
fascistas españoles, con su enorme poder, no han conseguido vencer por ahora, y
han sufrido derrotas militares en varios frentes, es a causa del suministro de
armas modernas desde el extranjero para al gobierno antifascista. Mientras
México, desde el comienzo, ha suministrado municiones y armas a pequeña escala,
el apoyo de Rusia comenzó solamente después de cinco meses de guerra. La ayuda
llegó después de que las tropas fascistas, equipadas con modernas armas
italianas y alemanas, y contando además con todo tipo de ayuda por parte de los
países fascistas, hicieran retroceder a las milicias antifascistas. Con ello,
resultó la posibilidad de prolongar la lucha. Otra consecuencia fue que
Alemania e Italia fueron obligadas a enviar aún más armas, e incluso tropas. De
ahí que esos países tuvieran cada vez más influencia en la situación política.
Ante ese desarrollo de los acontecimientos, Francia e Inglaterra, inquietas a
causa de la relación con sus colonias, no podían permanecer indiferentes. A la
luz de esos acontecimientos, la guerra española adquiere el carácter de un
conflicto internacional entre las grandes potencias imperialistas que, abierta
o solapadamente, participan en la guerra con el fin de preservar o de obtener
nuevas posiciones de dominación. Ahora, los dos frentes que combaten en España
cuentan con armamento y demás ayuda material. Ya no se puede prever cuándo y
donde acabará esta guerra.
Mientras los trabajadores españoles se salvan gracias
a la ayuda extranjera, simultáneamente se le da a la revolución el golpe
definitivo. Las modernas armas extranjeras contribuyen a la batalla militar y,
en consecuencia, el proletariado español se somete a los intereses
imperialistas, en primer lugar, a los intereses rusos. Rusia no ayuda al
gobierno español para avanzar en la revolución, sino para impedir la creciente
influencia de los italianos y alemanes en el Mediterráneo. La detención de
barcos rusos y el embargo de su carga indica claramente lo que Rusia puede
esperar si permite la victoria de Italia y Alemania.
Rusia intenta hacerse fuerte en España. Indicaremos
solamente de qué manera, como resultado de la presión rusa, los trabajadores
españoles van perdiendo progresivamente su influencia sobre el desarrollo de
los acontecimientos, cómo se disuelven los comités de milicias, se excluye al
POUM del Gobierno y se ata las manos a la C.N.T.
En los meses transcurridos hasta ahora, en el frente
de Aragón se les han negado las armas y las municiones al POUM y a la C.N.T.
Esto demuestra que el poder del que depende la ayuda material antifascista a
España, también controla la lucha de los trabajadores españoles. Estos pueden
intentar librarse de la influencia rusa, pero no podrían prescindir de la ayuda
rusa y, en última instancia, habrán de aceptar todas sus exigencias. Mientras
los trabajadores de fuera de España no se rebelen contra su burguesía y,
mediante su acción, contribuyan con una ayuda efectiva a la lucha
revolucionaria de España, los trabajadores españoles tendrán que sacrificar sus
objetivos socialistas.
La causa real de la derrota interna de la revolución
española hay que buscarla en el hecho de que los trabajadores españoles
dependen de la ayuda material de los países capitalistas (y, más concretamente,
del capitalismo de Estado de Rusia). Si la revolución se extendiese sobre un
área suficientemente amplia, si, por ejemplo, afectase a Inglaterra, Francia,
Italia, Alemania, Bélgica, entonces las cosas serían muy distintas. Sólo si se
aplastase la contrarrevolución en las principales áreas industriales de Europa,
como lo ha sido en Madrid, Cataluña y Asturias, se quebraría el poder de la
burguesía fascista. Desde luego, las tropas de la guardia blanca supondrían una
amenaza para la revolución en las zonas reaccionarias, pero no conseguirían
derrotarla. Las tropas que no se basan en una industria relativamente importante
pierden pronto su poder. Si se realizase la revolución proletaria en las áreas
industriales más importantes de Europa, los trabajadores no dependerían de los
poderes capitalistas extranjeros. El poder estaría en manos de los
trabajadores. Por eso, una vez más, afirmarnos que la revolución proletaria
solamente puede alcanzar la victoria si es internacional. Si queda reducida
a una pequeña región será aplastada por las fuerzas armadas, o bien degenerará,
utilizada por los intereses capitalistas. Si la revolución proletaria es
suficientemente fuerte a escala internacional, entonces no deberá temer su
degeneración hacia el capitalismo privado o de Estado. En el apartado
siguiente, abordaremos las cuestiones que se nos plantearían en esas
circunstancias.
Aunque señalamos en el apartado anterior cómo la
situación internacional forzó a los trabajadores españoles a asumir compromisos
con la burguesía, ello no quiere decir que la lucha de clase en la España
"roja" haya finalizado. Al contrario, continúa tras la cortina del
frente popular antifascista, y lo demuestran los asaltos de la burguesía a cada
uno de los bastiones de los comités de trabajadores, por el continuo
reforzamiento de la posición del Gobierno. Los trabajadores en la España
"roja" no pueden ser indiferentes a este proceso; por su parte, deben
intentar mantener las posiciones conseguidas, para evitar una mayor intromisión
de la burguesía y dar un nuevo giro revolucionario a los acontecimientos.
Si los trabajadores en Cataluña no luchan contra los
avances de la burguesía, su derrota total es segura. Si el gobierno del Frente
Popular derrotase a los fascistas, utilizaría todo su poder para hacer
retroceder al proletariado a su anterior posición. La lucha entre la clase
obrera y la burguesía continuará en condiciones mucho peores para el
proletariado; porque la burguesía "democrática", después de la
victoria sobre los fascistas, conseguida por los trabajadores, utilizará todas
sus fuerzas en la lucha antiproletaria. La desintegración sistemática del poder
de los obreros se ha llevado a cabo durante meses, y en las manifestaciones de
Largo Caballero se puede reconocer lo que los trabajadores pueden esperar del
gobierno actual, una vez que ellos le hayan dado la victoria.
Hemos afirmado que la revolución española sólo puede
conseguir la victoria si se convierte en internacional. Pero los trabajadores
españoles no pueden esperar que la revolución empiece en otras partes de
Europa; no pueden esperar una ayuda que, hasta ahora, no ha sido más que de
buenas intenciones. Ahora tienen que defender su causa no sólo contra los
fascistas, sino contra sus propios aliados burgueses. La organización de su
poder también es, en las actuales circunstancias, una necesidad apremiante.
¿Cómo responde el movimiento de los trabajadores
españoles a esta cuestión? La única organización que da una respuesta concreta
es el POUM. Propugna la elección de un congreso general de consejos del cual
emergería un gobierno realmente proletario.
A esto, nosotros respondemos que todavía no existe la
base para una propuesta de este tipo. Los llamados "consejos
obreros", los que todavía no han sido eliminados, están en su mayor parte
bajo la influencia de la Generalitat, que ha intensificado el control sobre su
composición. De cualquier modo, la elección del congreso no garantizaría el
poder de los trabajadores sobre la producción. El poder social significa algo
más que el simple control del Gobierno. Solamente si el poder proletario
penetra en toda la vida social puede mantenerse. El poder político central, por
grande que sea su importancia, es simplemente un eslabón en la escala de poder
que tiene sus raíces en cada esfera de la vida social.
Si los trabajadores van a organizar su poder contra la
burguesía, han de empezar su tarea desde la base. En primer lugar, deben
liberar sus organizaciones de fábrica de la influencia de los partidos y
sindicatos oficiales, porque estos últimos vinculan a los trabajadores con el
gobierno actual y, por tanto, con la sociedad capitalista. Han de intentar
influir, a través de sus organizaciones de fábrica, cada esfera de la vida
social. Solamente desde estas bases es posible construir un poder proletario,
solamente desde estas bases pueden las fuerzas de la clase obrera actuar en
armonía.
La cuestión de la organización política y económica de
la revolución no puede abordarse de forma separada. Los anarquistas, que
negaban la necesidad de una organización política, no podían dar una solución
adecuada al problema de la organización económica. Cuestiones como la
coordinación del trabajo en las distintas fábricas con la circulación de las
mercancías, son problemas interrelacionados que tienen que ver con la formación
del poder político de los trabajadores. El poder de los trabajadores en las
fábricas no se puede mantener sin la construcción de un poder político laboral,
y este último no se puede mantener como poder laboral si no tiene sus raíces en
la organización de los consejos de fábrica. Así pues, una vez demostrada la
necesidad de construir un poder político, la cuestión que se nos presenta es la
forma del poder proletario, cómo articula la sociedad y cómo se fundamenta en
las fábricas.
Supongamos que los obreros de las principales áreas
industriales, por ejemplo, en Europa, hayan conseguido el poder y aplastado en
gran parte el poder militar de la burguesía. Entonces la mayor amenaza externa
para la revolución habría sido eliminada. Pero, ¿cómo hacen frente los
trabajadores, en tanto propietarios colectivos de las fábricas, a la
satisfacción de las necesidades sociales? Para este fin se necesitan materias
primas. Pero, ¿de dónde provienen? Y una vez realizados los productos, ¿a dónde
se enviarían?, ¿quién los necesita?.
Ninguno de estos problemas se puede resolver si cada
fábrica trabaja por su cuenta. Las materias primas para las fábricas llegan de
todas partes del mundo y los productos resultantes se consumen en todo el
mundo. ¿Cómo saben los trabajadores dónde obtener materias primas?¿Cómo
encontrar consumidores para sus productos? Los productos no pueden fabricarse
al azar. Los trabajadores no pueden suministrar materias primas y productos si
no saben que van a ser utilizados adecuadamente. Si la vida económica no se va
a derrumbar inmediatamente, entonces hay que encontrar la manera de organizar
el movimiento de los bienes producidos.
Aquí estriba la dificultad. En el capitalismo, esta
tarea se lleva a cabo por el mercado, mediante el dinero. En el mercado, los
capitalistas, en tanto propietarios de los productos, se enfrentan unos a
otros; ahí se determinan las necesidades de la sociedad. El dinero es la medida
de esas necesidades. Los precios expresan el valor aproximado de los productos.
En el comunismo, esas formas económicas que nacen y se circunscriben a la
propiedad privada desaparecerán. Aquí se plantea una cuestión: ¿cómo
establecer, determinar, las necesidades sociales en el comunismo?
Sabemos que el libre mercado puede cumplir su cometido
solamente de una manera muy limitada. Las necesidades que mide el mercado no
están determinadas por las necesidades reales de la gente, sino por el poder
adquisitivo de los propietarios y por la suma de los salarios que reciben los trabajadores.
En el comunismo, se satisfarán las necesidades reales de las masas y no
solamente aquellas que dependen del contenido de sus bolsillos.
Está claro que las necesidades reales de las masas no
pueden establecerse por medio de un aparato burocrático cualquiera, sino por
los trabajadores mismos. La primera cuestión que se nos presenta no es si los
trabajadores son capaces de hacerlo, sino quién dispone de los productos de la
sociedad. Si se permite a un aparato burocrático determinar las necesidades de
las masas, entonces se habrá creado un nuevo instrumento de poder sobre la
clase obrera. Por tanto, es fundamental que los trabajadores se unan en
cooperativas de consumidores y, en consecuencia, creen el organismo que se haga
eco de sus necesidades. Lo mismo puede decirse de las fábricas. Los
trabajadores unidos en las organizaciones de fábrica establecerán la cantidad
de materias primas que necesitan para los bienes que tienen que producir. Sólo
hay un medio de establecer las necesidades reales de las masas en el comunismo:
la organización de productores y consumidores, o sea, la organización de los
trabajadores en organizaciones de fábrica y de cooperativas de consumidores.
No es suficiente que los trabajadores sepan lo que
necesitan para su subsistencia y que las fábricas sepan la cantidad necesaria
de materias primas. Las fábricas intercambian sus productos y los someten a
transformaciones que siguen diferentes fases, a través de distintas fábricas,
hasta que entran en la esfera del consumo. Para hacer posible este proceso, no
solamente hay que establecer las cantidades, sino administrarlas. Así llegamos
al segundo mecanismo que debe reemplazar al libre mercado; es decir, la contabilidad
social general. Esta contabilidad debe contemplar los informes emanados de
las distintas fábricas y cooperativas de consumidores de forma precisa, de
manera que ofrezca una clara visión de las necesidades y las posibilidades de
satisfacerlas por la sociedad.
Si la constitución de esta contabilidad central no se
realiza, entonces la producción total derivaría hacia el caos, puesto que
habrán sido abolidos la propiedad privada de los medios de producción y el
libre mercado. El libre mercado no se puede abolir antes de organizar la
producción y la distribución de los bienes por las cooperativas de productores
y consumidores y de que se haya puesto en marcha la contabilidad central.
Rusia demostró cómo se mantuvo el "libre
mercado" a pesar de todas las medidas dictadas por los bolcheviques para
su supresión, porque los organismos que se suponía que tenían que reemplazarlo
no funcionaron. En España, la incapacidad de las organizaciones para
constituir una producción comunista queda claramente demostrada por la
existencia del libre mercado. La vieja forma de propiedad ha cambiado ahora
de cara. En vez de la propiedad personal de los medios de producción, los
sindicatos han asumido el papel de los antiguos propietarios de una manera
ligeramente modificada. La forma ha cambiado, pero el sistema permanece. La
propiedad no ha sido abolida. El trueque de bienes no ha desaparecido. Ese es
el gran peligro que amenaza a la revolución española desde su interior.
La principal tarea de los trabajadores es encontrar
una nueva forma de distribución de bienes. Si mantienen las formas actuales, abrirían
las puertas a la plena restauración del capitalismo. En caso de que los
trabajadores consigan una distribución centralizada de los productos, entonces
tendrán como tarea mantener bajo su control ese aparato central. Ese aparato
que ha sido creado solamente con fines estadísticos y de registro, ofrece la
posibilidad de apropiarse de las funciones del poder y constituir por sí mismo
un instrumento de poder que se puede utilizar contra los trabajadores. Ese
proceso sería el primer paso en la dirección del capitalismo de Estado.
Esta tendencia se ha puesto de manifiesto claramente
en España. Los dirigentes sindicales pueden disponer del aparato de producción.
También tienen una decisiva influencia sobre las formaciones militares. La
influencia de los trabajadores sobre la vida económica no va más allá de la
influencia de sus sindicatos. Cuán limitada es esa influencia, se puede
demostrar por las medidas de los sindicatos, que fracasaron a la hora de
arremeter seriamente contra la propiedad privada.
Si los trabajadores asumen la regulación de la vida
económica, una de sus primeras acciones será dirigida contra los parásitos. El
hecho de que todo pueda ser adquirido con dinero, y de que el dinero sea el
poder mágico para abrir todas las puertas, desaparecerá. Una de las primeras
acciones de los trabajadores será, sin duda, la creación de una especie de
tarjeta de trabajo. Solamente quienes realicen un trabajo útil obtendrán la
tarjeta. (Será necesaria la adopción de medidas especiales para ancianos,
enfermos, niños, etc.).
En Cataluña esto no ocurrió. El dinero sigue siendo el
medio para el intercambio de productos. También aquí se ha introducido un
cierto control sobre el movimiento de los productos que no impide que los
trabajadores lleven sus escasas posesiones a las casas de empeño, mientras se
les ofrecieron garantías y un ingreso del 4% de su capital a los propietarios
inmobiliarios (L'Espagne Antifasciste, 10 de octubre).
No se puede negar que los sindicatos eran incapaces de
obrar de otra manera sin poner en peligro la unidad del frente antifascista, y
que posiblemente pensarían que podrían recuperar lo perdido, una vez que
hubieran vencido los antifascistas y realizadas todas las reformas. Lo
garantizaría el carácter libertario de la C.N.T.
Pero quien aduce estas razones comete los mismos
errores que las distintas corrientes de los bolcheviques, desde la izquierda a
la derecha. Las medidas adoptadas hasta ahora demuestran claramente que los
trabajadores no tienen el poder. ¿Cómo se puede defender el punto de vista,
según el cual el mismo aparato sindical, que domina a los trabajadores, cederá
voluntariamente su poder a los trabajadores, después de la derrota de los
fascistas?
Realmente, la C.N.T. es libertaria. Aunque
supusiéramos que los líderes de esta organización estarían dispuestos a ceder
su poder cuando la situación militar lo permita, ¿qué cambiaría con ello?
Porque el poder no lo tiene uno u otro líder; el poder está en manos del gran
aparato que está compuesto por innumerables "jefecillos" de todas las
clases que dominan las posiciones claves tanto como las de menor importancia.
Ellos serían capaces de poner patas arriba la producción en el momento de ser
desplazados de sus puestos privilegiados. Aquí se presenta el mismo problema
que jugó un importante papel en la Revolución rusa. El aparato burocrático
saboteó el conjunto de la vida económica, mientras los trabajadores controlaban
las fábricas. Lo mismo vale para España.
Todo el entusiasmo que tiene la C.N.T. por el derecho
a la autodeterminación de las fábricas no impide que el comité sindical
desempeñe la función del empresario y, en consecuencia, se vea forzado a jugar
el papel del explotador del trabajo. El sistema de trabajo asalariado se
mantiene en España. Sólo una cosa ha cambiado: el trabajo asalariado que
antes servía al capitalista, ahora sirve a los sindicatos. Para
comprobarlo, extraemos los siguientes parágrafos de un artículo titulado "La
revolución se organiza a sí misma" (L'Espagne Antifasciste, nº
24, 28 de noviembre de 1936):
"El Pleno provincial de Granada, que se celebró
en Guadix los días 2, 3 y 4 de octubre de 1936, ha adoptado las siguientes
resoluciones:"
"5º. El Comité de Unidad Sindical ejercerá el
control de toda la producción adquiriendo el material necesario para las
labores agrícolas, la siembra y la cosecha."
"6º. Como base para las relaciones con otras
regiones, cada comité deberá realizar el intercambio de bienes equiparando el
valor de los productos a precios corrientes."
"7º. Para que su labor sea eficaz, el comité
deberá elaborar las estadísticas de los habitantes que no están en condiciones
de trabajar y los que sí están disponibles, para saber con quiénes se puede
contar, así como para distribuir los alimentos según el número de miembros de
cada familia, racionando las necesidades materiales de cada una de ellas."
"8º. Las tierras requisadas pasarán a ser
colectivizadas. Solamente no serán requisadas las tierras cuyos propietarios
puedan justificar una capacidad fisica y profesional suficiente para obtener el
máximo rendimiento".
(Además, las tierras de los pequeños propietarios no
pueden confiscarse. La confiscación debe contar con la presencia de los órganos
de la C.N.T. y U.G.T.).
Estas resoluciones hay que entenderlas como una
especie de plan, según el cual el Comité Sindical Unitario organizará la
producción agraria. Pero, al mismo tiempo, tenemos que subrayar claramente que
la dirección en las pequeñas explotaciones, así como en las grandes en donde se
debe garantizar la máxima rentabilidad, permanece en manos de sus antiguos
propietarios. Las tierras restantes están dedicadas a fines comunitarios. Lo
que significa que ha de estar bajo el control de los comités unitarios. Además,
el CSU tiene el control sobre el conjunto de la producción. Pero no hay una
sola palabra sobre el papel que juegan los propios productores en este nuevo
orden productivo. Este problema no parece existir para la U.G.T. Para ésta solo
se trata de restablecer una nueva dirección; es decir, la dirección del CSU
sobre la base del trabajo asalariado. Asimismo, el mantenimiento del sistema
asalariado determina el desarrollo de la revolución proletaria. Si los
trabajadores continúan siendo obreros asalariados, como antes, aunque sea al
servicio de un comité formado por su propio sindicato, su posición en el
sistema productivo seguiría siendo la misma. La revolución social se verá
desplazada de su camino a causa de la lucha por la dirección económica de los
sindicatos o los partidos que inevitablemente comenzará. Otra cuestión se
presenta: ¿hasta qué punto se debe considerar al sindicato como
representante real de los trabajadores? Dicho de otro modo, ¿cuál será
la influencia que tendrán los trabajadores sobre los comités sindicales que
dominan la vida económica?.
La realidad nos enseña que los trabajadores pierden
toda su influencia o poder sobre esas organizaciones, incluso en el mejor de
los casos, aunque todos los trabajadores estén organizados en la C.N.T. y la
U.G.T. y ellos mismos elijan los comités. Pues éstos van cambiando
progresivamente si funcionan como órganos autónomos de poder. Los comités
formulan todas las normas que rigen en la producción y distribución sin ser
responsables ante los trabajadores que les han asignado esas funciones, y no
pueden ser reemplazados en cualquier momento, a voluntad de los trabajadores.
Tienen el derecho de disponer de todos los medios de producción necesarios para
el trabajo, así como de los productos mientras los trabajadores reciben una
cantidad determinada en salarios proporcionar al trabajo realizado. El problema
de los trabajadores españoles consiste, hasta el presente, en conservar el
poder sobre los comités sindicales que dirigen la producción y la distribución.
Aquí se aprecia cómo la propaganda anarcosindicalista produce el efecto
contrario: los anarcosindicalistas mantienen que todos los obstáculos habrán
sido superados cuando los sindicatos consigan la dirección de la producción.
Sólo ven el peligro de la formación de la burocracia en los órganos del Estado,
pero no en los sindicatos. Creen que sus convicciones libertarias lo impedirán.
Pero, por contra, se ha demostrado, y no sólo en
España, que las convicciones libertarias se desvanecen tan pronto como aparecen
las necesidades materiales. Incluso los anarquistas confirman el desarrollo de
la burocracia. L'Espagne Antifasciste en su primer número de enero,
reproduce un artículo de Tierra y Libertad (órgano de la F.A.I.), del
que extraemos lo siguiente:
"El último pleno de la Federación Regional de los
grupos anarquistas en Cataluña (... ) ha dejado claro el punto de vista de los
anarquistas frente a la situación actual. Exponemos cada una de las
resoluciones comentándolas brevemente".
El siguiente párrafo ha sido tomado de uno de los
comentarios:
"4. Es necesario abolir la burocracia parasitaria
que se ha desarrollado considerablemente en los organismos municipales y en el
Estado".
"El Estado es el eterno criadero de una cierta
clase: la burocracia. Actualmente, la situación es grave. Nos arrastra por unos
derroteros que ponen en peligro la revolución. La colectivización de las
explotaciones, el establecimiento de comités y consejos se convierte en el
caldo de cultivo de una nueva burocracia desarrollada desde el seno de los
propios trabajadores. Desentendiéndose de los fines del socialismo y ajenos al
espíritu de la revolución, esos elementos que dirigen los talleres o las
industrias fuera del control de los sindicatos, obran frecuentemente como
verdaderos burócratas con plenos poderes y se comportan como nuevos patronos.
En las oficinas del Estado y en los organismos locales, se puede observar el
desarrollo de estos "artistas de despacho". Esta situación tiene que
acabar. Es la tarea de los sindicatos y de los trabajadores poner coto a esta
corriente de burocratización. Es la organización sindical la que debe resolver
este problema. El parasitismo debe desaparecer de la nueva sociedad. Nuestro
deber inmediato es comenzar a combatirlo con nuestras armas más eficaces".
Pero expulsar la burocracia por medio de los
sindicatos sería como echar al diablo con la ayuda de Belcebú; porque son las
condiciones del poder y no los dogmas idealistas los que determinan los
acontecimientos. El anarcosindicalismo español, nutrido por las doctrinas anarquistas,
se declara favorable al comunismo libre y contra toda forma de poder
centralizado; sin embargo, su propio poder está concentrado en los sindicatos
y, por ello, estas organizaciones son los medios por los cuales los
anarcosindicalistas realizarán el comunismo "libre".
Hemos visto que la teoría y la práctica de los
anarcosindicalistas son totalmente distintas. Esto se hizo evidente cuando la
C.N.T. y la F.A.I. aseguraron sus posiciones renunciando, paso a paso, a sus
anteriores actitudes antipolíticas y, al mismo tiempo, se refleja ahora en la
"estructura económica" de la revolución.
Teóricamente, ellos son la vanguardia de un comunismo
"libre". Sin embargo, con el fin de trasladar las empresas
"libres" hacia los intereses de la revolución, se han visto forzados
a robar a esas empresas su libertad y a subordinar la producción a una
dirección central. La práctica empuja hada el total abandono de la teoría, lo
que quiere decir que la teoría no se adapta a la práctica.
Encontraremos una explicación a esta discrepancia si
analizarnos profundamente las teorías del "comunismo libre" que son,
en última instancia, concepciones de Proudhon, adaptadas por Bakunin a los
métodos modernos de producción.
La concepción proudhoniana del socialismo, elaborada
cien años antes, no es más que una concepción idealista de la pequeña burguesía
que consideraba la libre competencia entre pequeñas empresas como el objetivo
ideal del desarrollo económico. La libre competencia acabaría automáticamente
con todos los privilegios surgidos mediante el monopolio bancario del capital
financiero y del monopolio del capital agrario por los terratenientes. De este
modo, el control desde arriba se volvería superfluo; los beneficios
desaparecerían y cada uno recibiría "todo el fruto de su trabajo",
porque de acuerdo con Proudhon los beneficios se generaban solamente a través
del monopolio de los grandes negocios (comercio). "No pretendo suprimir
la propiedad privada, sino socializarla; o sea, reducirla a pequeñas empresas y
privarla de su poder". Proudhon no condena el derecho de propiedad en
cuanto tal; para él la "libertad real" consiste en la libre
disposición del fruto del trabajo y condena la propiedad privada solamente como
privilegio y poder de los amos (Proudhon y el socialismo, por Gottfried
Solomon, pag. 31). Por ejemplo, con el fin de abolir el monopolio del capital
financiero, Proudhon piensa en el establecimiento de un banco de crédito
central destinado al crédito mutuo de los productores, de modo que se elimine
el coste del crédito. Esto nos recuerda el párrafo de L'Espagne Antifasciste
del 10 de octubre:
"El sindicato de la C.N.T. de los empleados de
banca de Madrid propone la inmediata transformación de todas las entidades de
crédito en instituciones para la concesión de créditos gratuitos a la clase
obrera; es decir, con un interés de compensación anual del 2%..."
Sin embargo, la influencia de Proudhon sobre la
concepción anarcosindicalista no se limita a estas cuestiones relativamente
secundarias. Su idea del socialismo constituye la base fundamental del conjunto
de la doctrina anarcosindicalista, con escasos cambios respecto a las
condiciones actuales, altamente industrializadas.
La concepción de la C.N.T. simplemente clasifica las
empresas como unidades independientes en su "socialismo de libre
competencia". Es cierto que los anarcosindicalistas no quieren volver a
las empresas de pequeña escala. Proponen la liquidación de las pequeñas
empresas, o dejarlas morir de muerte natural cuando no funcionan de un modo
racional. Sin embargo, la sustitución de las "pequeñas empresas" de
Proudhon por las "grandes empresas", y los "artesanos" por
"obreros sindicados", da una imagen de la concepción del socialismo
de la C.N.T.
En realidad, esas teorías son utópicas. Son
particularmente impracticables en las condiciones de España. La libre
competencia en su actual estadio de desarrollo no es posible ni mucho menos en
un estado de guerra y caos, como el de Cataluña. Donde existe un número de
empresas o de comunidades enteras liberadas e independientes del resto del
sistema productivo -en realidad, solamente para explotar a los consumidores-
ahora la C.N.T. y la F.A.I. tienen que sufrir las consecuencias de sus teorías
económicas. Aquellas se ven forzadas por la necesidad de mantenerse unidas en
el frente antifascista que, de romperse, sería un grave peligro en un momento
en que la guerra civil exige la unificación de todas las fuerzas. Sabían que no
había otra salida que la ya adoptada por bolcheviques y socialdemócratas: es
decir, la abolición de la libertad de las empresas y su subordinación a una
dirección central. La importancia de esta iniciativa no la disminuye el hecho
de que esa dirección se establezca a través de sus propios sindicatos. Si
los trabajadores no son otra cosa que obreros asalariados en el sistema de
producción centralizado, a pesar de lo que diga la C.N.T., se tratará de un
sistema que funciona de acuerdo con los principios capitalistas.
Esta contradicción entre la teoría y práctica
anarquista se debe fundamentalmente a su incapacidad para dar una solución al
problema más importante de la revolución proletaria, en lo que se refiere a la
organización económica; es decir, cómo y cuánto recibirá cada productor de
la producción social resultante. Según la teoría anarquista, la cantidad se
determinaría por las empresas independientes o los individuos libres mediante
el uso del "capital libre", a través de la producción para el mercado
y el retorno de valor total por medio del intercambio. Este principio se
mantenía incluso hace años, cuando la necesidad de una producción,
planificación y, en consecuencia, una contabilidad central eran obvias. Los
anarcosindicalistas consideran necesaria la planificación de la vida económica
y creen que no sería posible sin un registro contable central que se encargue
de la formalización estadística de los factores productivos y de las
necesidades sociales. Sin embargo, se olvidan de precisar la fundamentación de
las necesidades estadísticas. Es un hecho probado que la producción no puede
establecerse estadísticamente y organizarse sobre una base planificada sin una
unidad de medida aplicable a los productos.
Comunismo significa producción de acuerdo con las
necesidades generales de las masas. La cuestión de cuánto puede consumir un
individuo y cuántas materias primas y bienes intermedios deben distribuirse
entre las diferentes fábricas no se puede resolver por medio del sistema
monetario capitalista. El dinero es la expresión de cierto tipo de relaciones
de propiedad privada. El dinero asegura una parte relativa del producto social
a sus propietarios. Esto vale tanto para los individuos, como para las
empresas. Sin embargo, en el comunismo no existe la propiedad privada de los
medios de producción, aunque cada individuo tendrá derecho a una parte de la
riqueza social para su consumo, y cada fábrica deberá contar con las materias
primas y los medios de producción necesarios. Cómo llevarlo a cabo, es algo a
lo que los sindicalistas responden vagamente escudándose en los métodos
estadísticos. Pero ahí radica uno de los mayores problemas de la revolución
proletaria. Si los trabajadores dejasen simplemente la determinación de la parte
que les corresponde a la "oficina estadística", crearían un poder del
cual perderían el control. Por otro lado, la regulación de la producción es
imposible si se asigna una cantidad cualquiera de bienes a los trabajadores en
las fábricas.
Queremos, pues, abordar el siguiente problema: ¿cómo
es posible unificar, poniéndolos de acuerdo, ambos principios, a primera vista
contradictorios, todo el poder para los trabajadores, lo que significa
un federalismo concentrado, y la regulación planificada de la producción,
que conlleva el más alto grado de centralismo? Solamente podemos contestar a
esta doble cuestión teniendo en cuenta el fundamento real de la producción
social en su conjunto. Los trabajadores aportan a la sociedad una sola cosa: su
fuerza de trabajo. En una sociedad sin explotación, como la sociedad comunista,
no hay otra unidad de medida para determinar el consumo que la fuerza de
trabajo individual.
Durante el proceso productivo, las materias primas se
convierten en mercancías mediante la adición de la fuerza de trabajo. Una
oficina estadística sería hoy por hoy totalmente incapaz de determinar la suma
de trabajo incorporado en un producto cualquiera. Este ha pasado por muchas
manos, a las que hay que añadir un inmenso número de máquinas, herramientas,
materias primas y productos semielaborados que han intervenido en su
elaboración. Aunque una oficina estadística central pueda recopilar los datos
necesarios para realizar un cuadro claro, comprendiendo todas las ramas del
conjunto del proceso productivo, las fábricas individuales o las empresas están
en mucho mejores condiciones de determinar la suma de trabajo cristalizado en
los productos acabados, mediante el cálculo del tiempo de trabajo incorporado
en las materias primas y el tiempo necesario para la producción de nuevos
bienes. Puesto que todas las empresas están interconectadas en el proceso
productivo, es fácil para las empresas individuales determinar la suma total de
trabajo necesario para un producto acabado a partir de los datos disponibles.
Además, es realmente sencillo calcular el promedio del tiempo de trabajo
socialmente necesario dividiendo la suma total de tiempo de trabajo utilizado
por la suma de productos obtenidos. Para conseguir un producto, bastará con
demostrar que se ha entregado a la sociedad, bajo una forma diferente, la suma
de trabajo cristalizado en el producto de consumo que se demanda. Con ello se
excluye la explotación. Cada uno recibe lo que ha dado; es decir, la
misma cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario. En el comunismo,
no hay sitio para una oficina estadística central con libertad para determinar
"la parte" del producto social que corresponde a las distintas
categorías de trabajadores.
El consumo de cada trabajador no se determina desde
"arriba"; cada trabajador por sí mismo determina por su propio
trabajo lo que puede pedir a la sociedad. No hay otra opción en el comunismo;
al menos, no durante su primera fase. La oficina estadística solamente
puede servir con fines administrativos. Esas oficinas pueden, por ejemplo,
calcular los valores sociales medios a partir de los datos obtenidos de las
fábricas, pero esas oficinas han de ser consideradas como empresas, igual que
las otras. No tendrían ningún privilegio. El comunismo no existiría donde una
oficina central ejerciese funciones ejecutivas; en tales circunstancias,
solamente existiría explotación, opresión, capitalismo.
Queremos subrayar dos aspectos: 1º, que en la medida
que surgiría otra dictadura, ésta no podría desvincularse de los principios de
producción y distribución sobre los que se asienta la sociedad; 2º, si el
tiempo de trabajo no es la medida de la producción y distribución, sino que la
actividad económica está regulada por una "oficina estadística" que
determina la "ración" que se destina a los trabajadores, entonces esa
situación sería un sistema híbrido de explotación.
Los sindicalistas son incapaces de responder de forma
adecuada a la cuestión de la distribución. Solamente en una ocasión, dentro de
la discusión sobre la reconstrucción económica en L'Espagne Antifasciste
(11 de diciembre de 1936), se aborda:
"En el caso de introducir un medio de cambio que
pareciese a la moneda actual y que funcionara solamente con el fin de facilitar
los intercambios, esos medios de intercambio serían administrados a través de
un 'consejo para el crédito'."
La necesidad de una unidad de cálculo para llevar a
cabo la evaluación de las necesidades sociales que sirva, al mismo tiempo, como
unidad de medida para el consumo y la producción se ignora totalmente. Los
medios de cambio, en este caso, cumplen únicamente la función de simplificar
los intercambios. Cómo se llevará a cabo, es algo que permanece en el misterio.
Tampoco se hace mención alguna a la unidad de medida para calcular el valor de
los productos en esos medios de cambio. No se señala cómo averiguar las
necesidades de las masas, si a través de las organizaciones de consejos de
consumidores, o través de los técnicos de las oficinas administrativas. Por
otro lado, el equipo técnico del aparato productivo ha sido abordado con
detalle. De este modo, para los sindicalistas, los problemas económicos
se convierten en problemas técnicos.
Existe una estrecha relación entre los sindicalistas y
los bolcheviques en este aspecto: su interés principal se centra en la
organización técnica de la producción. La única diferencia entre ambos es
la mayor ingenuidad de los sindicalistas. Pero ambos eluden la cuestión de la
formación de nuevas leyes para el funcionamiento de la economía. Los
bolcheviques solamente son capaces de responder concretamente a la cuestión de
la organización técnica, lo que se traduce en la total centralización bajo la
dirección de un aparato dictatorial. Los sindicalistas, por su parte, en su deseo
de "independencia de las unidades empresariales" no consiguen
resolver ni siquiera este problema. En realidad, cuando se enfrentan a este
problema, sacrifican el derecho a la autodeterminación de los trabajadores al
intentar resolverlo.
El derecho a la autodeterminación de los trabajadores
sobre las fábricas y las empresas, por un lado, y la centralización de la
dirección de la producción, por otra, son incompatibles en la medida que los
fundamentos del capitalismo, el dinero y la producción de mercancías no son
abolidas y un nuevo modo de producción, basado en el tiempo de trabajo
socialmente necesario, los sustituye. Para la consecución de estos objetivos
los trabajadores no pueden contar con la ayuda de los partidos, sino solamente
con su propia acción.
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