Fragua Social, del 14 de noviembre de 1936 nos dice que la Columna de Hierro fue reclutada en Valencia, en su mayoría entre los militantes más decididos del movimiento libertario, llegando a alcanzar los tres mil miembros. También decenas de presos liberados durante los primeros días del golpe de la Penitenciaria de San Miguel de los Reyes, en cumplimiento del programa electoral de amnistiar los hechos de Octubre del 34. Algunos estaban presos por otras causas más mundanas y aprovecharon para alistarse.
Lo que sigue fue escrito por un "incontrolado" de la Columna de Hierro,
el texto apareció en "Nosotros" del 12 al 17 de marzo de 1937.
Soy un escapado de San Miguel de los Reyes, siniestro presidio que
levantó la monarquía para enterrar en vida a los que, por no ser
cobardes, no se sometieron nunca a las leyes infames que dictaron los
poderosos contra los oprimidos. Allá me llevaron, como a tantos otros,
por lavar una ofensa, por rebelarme contra las humillaciones de que era
víctima un pueblo entero, por matar, en fin, a un cacique.
Joven era, y joven soy, ya que ingresé en el presidio a los veintitrés
años y he salido, porque los compañeros anarquistas abrieron las
puertas, teniendo treinta y cuatro. ¡Once años sujeto al tormento de no
ser hombre, de ser una cosa, de ser un número!
Conmigo salieron muchos hombres, igualmente sufridos, igualmente
doloridos por los malos tratos recibidos desde el nacer. Unos, al pisar
la calle, se fueron por el mundo; otros, nos agrupamos con nuestros
libertadores, que nos trataron como amigos y nos quisieron como
hermanos. Con éstos, poco a poco, formamos "la Columna de Hierro"; con
éstos, a paso acelerado, asaltamos cuarteles y desarmamos a terribles
guardias; con éstos, a empujones, echamos los fascistas hasta las agujas
de la sierra, en donde se encuentran. Acostumbrados a tomar lo que
necesitamos, al empujar el fascista, le tomamos víveres y fusiles. Y nos
alimentamos durante un tiempo, de lo que nos ofrecían los campesinos, y
nos armamos sin que nadie nos hiciera el obsequio de un arma, con lo
que a brazo partido, les quitamos a los insurrectos. El fusil que
acaricio, el que me acompaña desde que abandoné el fatídico presidio, es
mío, mío propio; se lo quité, como un hombre, al que lo tenia en sus
manos, así como nuestros, propios, conquistados, son casi todos los que
mis compañeros tienen en las suyas.
Falta de atención
Nadie o casi nadie nos atendió nunca. El estupor burgués al abandonar el
presidio, a continuado siendo el estupor de todos, hasta estos
momentos, y en lugar de atendernos, de ayudarnos, de auxiliarnos, se nos
trato como a forajidos, se nos acuso de incontrolados, porque no
sujetamos el ritmo de nuestro vivir que ansiábamos y ansiamos libre, a
caprichos estúpidos de algunos que se han sentido, torpe y
orgullosamente, amos de los hombres, al sentarse en un ministerio o un
comité, y porque, por los pueblos por donde pasamos, después de haberle
arrebatado su posesión al fascista, cambiamos el sistema de vida,
aniquilando a los caciques feroces que intranquilizaron la vida de los
campesinos, después de robarles, y poniendo la riqueza en manos de los
únicos que supieron crearla: en manos de los trabajadores.
Conducta
Nadie, puedo asegurarlo, nadie se puede haber portado con los
desvalidos, con los necesitados, con los que toda la vida fueron robados
y perseguidos, mejor que nosotros, los incontrolados, los forajidos,
los escapados de presidio.
Nadie, nadie desafío que me lo prueben ha sido mas cariñoso y mas
servicial para con los niños, las mujeres y los ancianos; nadie,
absolutamente nadie, puede culpar a esta Columna, que sola, sin auxilio y
si entorpeciéndola, ha estado desde el principio en la vanguardia, de
insolidaria, de despótica, de blanda o de floja cuando de la lucha se
trataba, o de desamorada con el campesino, o de no revolucionaria, ya
que el arrojo y la valentía en el combate ha sido nuestra norma, la
hidalguía con el vencido nuestra ley, la cordialidad con los hermanos
nuestra divisa y la bondad y el respecto, el marco en que se ha
desenvuelto nuestra vida.
Leyenda negra
¿Por qué esta leyenda negra que se ha tejido a nuestro alrededor? ¿Por
qué este afán insensato de desacreditarnos si nuestro descrédito, que
no es posible, solo iría en perjuicio de la causa revolucionaria y de la
misma guerra?
Hay nosotros, hombres del presidio, que hemos sufrido más que nadie en
la tierra, lo sabemos; hay, digo, en el ambiente un aburguesamiento
enorme. El burgués de alma y de cuerpo, que es todo lo mediocre y
servil, tiembla ante la idea de perder su sosiego, su cigarro puro y su
café, sus toros, su teatro y su emputecimiento, y cuando olía algo de la
Columna, de esta Columna de Hierro, puntal de la Revolución en estas
tierras levantinas, o cuando sabía que la Columna anunciaba su viaje a
Valencia, temblaba como un azogado pensando que los de la Columna iban a
arrancarle su vida regalona y miserable. Y el burgués hay burgueses de
muchas clases y en muchos sitios tejía, sin parar, con los hilos de la
calumnia, la leyenda negra con que nos ha obsequiado, porque al burgués,
y únicamente al burgués, han podido y pueden perjudicar nuestras
actividades, nuestras rebeldías, y estas ansias locamente incontenibles
que llevamos en nuestro corazón, de ser libres, como las águilas en las
más altas cimas o como los leones en medio de las selvas.
" Nosotros ", 12-III-1937
También los hermanos...
También los hermanos, los que sufrieron con nosotros en campos y
talleres, los que fueron vilmente explotados por la burguesía, se
hicieron eco de los miedos terribles de ésta y llegaron a creer, porque
algunos interesados a ser jefes, se lo dijeron, que nosotros, los
hombres que luchábamos en la Columna de Hierro, éramos forajidos y
desalmados, y un odio, que ha llegado muchas veces a la crueldad y al
asesinato
fanático, sembró nuestro camino de piedras para que no pudiéramos avanzar contra el fascismo.
Ciertas noches, en estas noches oscuras en que, arma al brazo y oído
atento, trataba de penetrar en las profundidades de los campos y en los
misterios de las cosas, no tuve más remedio que, como una pesadilla,
levantarme del parapeto, y no para desentumecer mis miembros, que son de
acero porque están curtidos en el dolor, sino para empuñar con más
rabia el arma, sintiendo ganas de disparar, no sólo contra el enemigo
que estaba escondido a cien metros escasos de mi, sino contra el otro,
contra el que no veía, contra el que se ocultaba a mi lado, siéndome y
aun llamándome compañero, mientras me vendía vilmente, ya que no hay
venta más cobarde que la que de la traición se nutre. Y sentía ganas de
llorar y de reír, y de correr por los campos gritando y de atenazar
gargantas entre mis dedos de hierro, como cuando rompí entre mis manos
la del cacique inmundo, y de hacer saltar, hecho escombros, este mundo
miserable en donde es difícil encontrar unos brazos amantes que sequen
tu sudor y restañen la sangre de tus heridas cuando, cansado y herido,
vuelves de la batalla.
Penas y alegrías
¡Cuántas noches, juntos los hombres, formando un racimo o un puñado,
al comunicar a mis compañeros, los anarquistas, mis penas y dolores he
hallado, allá, en la dureza de la sierra, frente al enemigo que
acechaba, una voz amiga y unos brazos amantes que me han hecho doler a
amar la vida! Y, entonces, todo lo sufrido, todo lo pasado, todos los
horrores y tormentos que llagaron mi cuerpo, los tiraba al viento como
si fueran de otras épocas, y me entregaba con alegría a sueños de
ventura, viendo con la imaginación calenturienta mundo como el que no
había vivido, pero que deseaba; un mundo como no habíamos vivido los
hombres pero que muchos habíamos soñado. Y el tiempo se me pasaba
volando, y las fatigas no entraban en mi cuerpo, y redoblaba mi empuje, y
me hacia temerario, y salía al amanecer en descubierta para descubrir
al enemigo, y... todo por cambiar la vida ; por imprimir otro ritmo a
esta vida nuestra; porque los hombres, yo entre ellos, pudiéramos ser
hermanos; porque la alegría, una vez siquiera, al brotar en nuestros
pechos, brotase en la tierra; porque la Revolución, esta Revolución que
ha sido el norte y el lema de la Columna de Hierro, pudiese ser, en
tiempo no lejano, un hecho.
Se esfumaban mis sueños como las nubecillas blancas que encima de
nosotros pasaban por la sierra, y volvía a mis desencantos para volver,
otra vez, por la noche, a mis alegrías. Y así entre penas y alegrías,
entre congojas y llantos, he pasado mi vida, vida alegre en medio del
peligro, comparada con aquella vida turbia y miserable del turbio y
mísero presidio.
Pero un día...
Pero un día era un día pardo y triste, por las crestas de la sierra,
como viento de nieve que corta las carnes, bajó una noticia "Hay que
militarizarse". Y entró en mis carnes como fino puñal la noticia, y
sufrí, de antemano, las congojas de ahora. Por las noches, en el
parapeto, repetía la noticia: "Hay que militarizarse"...
A mi lado velando mientras yo descansaba, aunque no dormía, estaba el
delegado de mi grupo, que sería teniente, y dos pasos mas acá, durmiendo
en el suelo, reclinando su cabeza sobre un montón de bombas, yacía el
delegado de mi centuria, que sería capitán o coronel. Yo... seguiría
siendo yo, el hijo del campo, rebelde hasta morir. Ni quería, ni quiero
cruces ni estrellas ni mandos. Soy como soy, un campesino que aprendió a
leer en la cárcel, que ha visto de cerca el dolor y la muerte, que era
anarquista sin saberlo y que ahora, sabiéndolo, soy más anarquista que
ayer cuando maté para ser libre.
Ese día, aquel día que bajó de las crestas de la sierra, cual si fuese
un viento frío que me cortase el alma, la noticia funesta, será
memorable, como tantos otros en mi vida de dolor. Aquel día... ¡Bah!
¡Hay que militarizarse!
" Nosotros ", 13-III-1937
La vida los libros y el presidio
La vida enseña a los hombres más que todas las teorías, más que todos
los libros. Los que quieran llevar a la práctica lo que han aprendido de
otros al beberlo en los libros escritos, se equivocarán; los que lleven
a los libros lo que han aprendido en las revueltas del camino de la
vida, posiblemente hagan una obra maestra. La realidad y la ensoñación
son cosas distintas. Soñar es bueno y bello, porque el sueño es, casi
siempre, la anticipación de lo que ha de ser; pero lo sublime es hacer
la vida bella, hacer de la vida, realmente, una obra hermosa.
Yo he vivido la vida aceleradamente. No he saboreado la juventud, que,
según he leído, es alegría, y dulzura, y bienestar. En el presidio sólo
he conocido el dolor. Siendo joven por los años, soy un viejo por lo
mucho que he vivido, por lo mucho que he llorado. Por lo mucho que he
sufrido. Que en el presidio casi nunca se ríe; en el presidio, para
adentro o para fuera, siempre se llora.
Aprender viviendo
Leer un libro en una celda, apartado del contacto de los hombres, es
soñar; leer el libro de la vida, cuando te lo presenta abierto por una
pagina cualquiera el carcelero, que te insulta o simplemente te espía,
es estar en contacto con la realidad.
Cierto día leí, no se dónde ni a quién, que no pudo tener el autor
idea exacta de la redondez de la tierra hasta que la hubo recorrido,
medido, palpado: descubierto. Parecióme ridícula tal pretensión; pero
aquella frasecita se me quedó tan impresa, que alguna vez, en mis
soliloquios obligados en la soledad de mi celda, pensé en ella. Hasta
que un día, como si yo también descubriera algo maravilloso que antes
estuvo oculto a los demás hombres, sentí la alegría de ser, para mí, el
descubridor de la redondez de la tierra. Y aquel día, como el autor de
la frase, recorrí, medí y palpé el planeta,
haciéndose la luz en mi imaginación al "ver" a la Tierra rodando en
los espacios sin fin, formando parte del concierto universal de los
mundos.
Lo mismo sucede con el dolor. Hay que pesarlo, medirlo, palparlo,
gustarlo, comprenderlo, descubrirlo, para tener en la mente una idea
clara de lo que es. A mi lado, tirando del carro en que otros iban
subidos, cantando y gozando, he tenido hombres que, como yo, oficiaban
de mulas. Y no sufrían; y no rugían, por lo bajo, su protesta; y
encontraban justo y lógico que aquellos, como señores, fuesen los que
les tirasen de las riendas y empuñasen el látigo, y hasta lógico y justo
que el amo, de un trallazo, les cruzase la cara. Como animales lanzaban
un ronquido, clavaban sus pezuñas en el suelo y arrancaban a galope.
Después, ¡oh sarcasmo!, al desuncirlos, lamían como perros esclavos la
mano que les azotó.
Amargura del dolor
Nadie que no haya sido humillado, y vejado, y escarnecido; nadie que no
se haya sentido el ser más desgraciado de la tierra, a la vez que el ser
más noble, y más bueno, y más humano, y que, al mismo tiempo y todo
junto, cuando sentía su desgracia y se consideraba feliz y fuerte, sin
aviso, sin motivo, por gana de hacerle daño, por humillarle, haya
sentido sobre sus espaldas o sobre su rostro la mano helada de la bestia
carcelera; nadie que no se haya visto arrastrado por rebelde a la celda
de castigo, y allí, abofeteado y pisoteado, oír crujir sus huesos y oír
correr su sangre hasta caer en el suelo como una mole; nadie que,
después de sufrir el tormento por otros hombres, no haya sido capaz de
sentir su impotencia, y maldecir por ello y blasfemar por ello, que era
tanto como empezar a tener potencia otra vez; nadie que al recibir el
castigo y el ultraje, haya tenido conciencia de lo injusto del castigo y
de lo infame del ultraje; y, al tenerla, haya hecho propósito de acabar
con el privilegio que otorga a algunos la facultad de castigar y
ultrajar; nadie, en fin, que, preso en la cárcel o preso en el mundo,
haya comprendido la tragedia de las vidas de los hombres condenados a
obedecer en silencio y ciegamente a las órdenes recibidas, puede conocer
la hondura del dolor, la amargura del dolor, la marca terrible que el
dolor deja para siempre en los que bebieron, y palparon, y sintieron el
dolor de callar y obedecer. ¡Desear hablar y conservarse mudo; desear
cantar y enmudecer; desear reír y tener forzosamente que estrangular la
risa en los labios; desear amar y ser condenado a nadar entre el cieno
del odio!
Cuarteles y cárceles
Yo estuve en el cuartel, y allí aprendí a odiar. Yo he estado en el
presidio, y allí, en medio del llorar y del sufrir, cosa rara, aprendí a
amar, a amar intensamente.
En el cuartel casi estuve a punto de perder mi personalidad, tanto era
el rigor con que se me trataba, queriendo imponérseme una disciplina
estúpida. En la cárcel, tras mucho luchar, recobré mi personalidad,
siendo cada vez más rebelde a toda imposición. Allá aprendí a odiar, de
cabo hacia arriba, todas las jerarquías; en la cárcel, en medio del más
angustiante dolor, aprendí a querer a los desgraciados, mis hermanos,
mientras conservaba puro y limpio el odio a las jerarquías mamado en el
cuartel. Cárceles y cuarteles son una misma cosa: despotismo y libre
expansión de la maldad de algunos y
sufrimiento de todos. Ni el cuartel enseña cosa que no sea dañina a la salud corporal y mental, ni la cárcel corrige.
Con este criterio, con esta experiencia experiencia adquirida, porque
he bañado mi vida en el dolor, cuando oí que, montañas abajo, venía
rodando la orden de militarización, sentí por un momento que mi ser se
desplomaba, porque vi claramente que moriría en mí el audaz guerrillero
de la Revolución, para continuar viviendo el ser a quien en el cuartel y
en la cárcel se podó de todo atributo personal, para caer nuevamente en
la sima de la obediencia, en el sonambulismo animal a que conduce la
disciplina del cuartel o de la cárcel, ya que ambos son iguales. Y,
empuñando con rabia el fusil, desde el parapeto, mirando al enemigo y al
"amigo", mirando a vanguardia y a retaguardia, lancé una maldición como
aquellas que lanzaba, cuando, rebelde, me conducían a la celda de
castigo, y una lágrima hacia adentro, como aquellas que se me escaparon,
sin ser vistas de nadie, al sentir mi impotencia. Y es que notaba que
los fariseos, que desean hacer del mundo un cuartel y una cárcel, son
los mismos, los mismos, los mismos que ayer, en las celdas de castigo,
nos hicieron a los hombres -hombres crujir los huesos.
Cuarteles... presidios..., vida indigna y miserable.
"Nosotros", 15-III-1937
Incomprensión general
No nos han comprendido, y, por no poder comprendernos, no nos han
querido. Hemos luchado no son necesarias ahora falsas modestias, que a
nada conducen; hemos luchado, repito, como pocos. Nuestra línea de fuego
ha sido siempre la primera, ya que en nuestro sector, desde el primer
día hemos sido los únicos.
Para nosotros, jamás hubo un relevo ni..., lo que ha sido peor
todavía, una palabra cariñosa. Unos y otros, fascistas y antifascistas,
hasta ¡que vergüenza hemos sentido! los nuestros nos han tratado con
despego.
No nos han comprendido. O lo que es más trágico en medio de esta
tragedia en que vivimos, quizá no nos hemos hecho comprender, ya que
nosotros, por haber recibido sobre nuestros lomos todos los desprecios y
rigores de los que fueron jerarcas en la vida, hemos querido vivir, aun
en la guerra, una vida libertaria, y los demás, para su desgracia y la
nuestra, han seguido uncidos al carro del Estado.
Esta incomprensión, que nos ha producido dolores inmensos, cercó el
camino de desdichas, y no solamente veían un peligro en nosotros los
fascistas, a los que tratábamos como se merecieron, sino los que se
llaman antifascistas y gritan su antifascismo hasta enroquecer. Este
odio que se tejió a nuestro alrededor, dio lugar a choques dolorosos, el
mayor de los cuales, por lo canallesco, hace asomar a la boca el asco y
llevar las manos a apretar el fusil, tuvo lugar en plena Valencia, al
disparar contra nosotros "ciertos antifascistas rojos". Entonces...
¡bah!... entonces debimos haber acabado con lo que ahora está haciendo
la contrarrevolución.
La Historia hablará
La Historia que recoge lo bueno y lo malo que los hombres hacen, hablará un día.
Y esa Historia dirá que la Columna de Hierro fue quizá la única en
España que tuvo visión clara de lo que debió ser nuestra Revolución.
Dirá también que fue la que más resistencia ofreció a la militarización.
Y dirá, además, que, por resistirse, hubo momentos en que se la
abandonó totalmente a su suerte, en pleno frente de batalla, como si
seis mil hombres, aguerridos y dispuestos a triunfar o morir, debieran
abandonarse al enemigo para ser devorados.
¡Cuántas y cuántas cosas dirá la Historia, y cuántas y cuántas figuras, que se creen gloriosas, serán execradas y maldecidas!
La militarización
Nuestra resistencia a la militarización estaba fundada en lo que
conocíamos de los militares. Nuestra resistencia actual se funda en lo
que conocemos actualmente de los militares.
El militar profesional ha formado, ahora y siempre, aquí y en Rusia,
una casta. Él es el que manda; a los demás no debe quedarnos más que la
obligación de obedecer. El militar profesional odia con toda su fuerza a
todo cuanto sea paisanaje, al que cree inferior.
Yo he visto yo miro siempre a los ojos de los hombres temblar de rabia
o de asco a un oficial cuando al dirigirme a él lo he tuteado, y
conozco casos de ahora, de ahora mismo, en batallones que se llaman
proletarios, en que la oficialidad, que ya se olvidó de su origen
humilde, no puede permitir para ello hay castigos terribles que un
miliciano les llame de tú.
El Ejército "proletario" no plantea disciplina, que podría ser, a lo
sumo, respeto a las órdenes de guerra; plantea sumisión, obediencia
ciega, anulación de la personalidad del hombre.
Lo mismo, lo mismo que cuando, ayer, estuve en el cuartel. Lo mismo, lo mismo que cuando más tarde estuve en el presidio.
Como vivíamos
Nosotros en las trincheras vivíamos felices. Vimos caer a nuestro
lado, es cierto, a los compañeros que con nosotros empezaron esta
guerra; sabíamos, además, que en cualquier momento, una bala podía
dejarnos tendidos en pleno campo ésta es la recompensa que espera al
revolucionario; pero vivíamos felices. Cuando había comíamos; cuando
escaseaban los víveres, ayunábamos. Y todos contentos. ¿Por qué? Porque
ninguno era superior a ninguno. Todos amigos, todos compañeros, todos
guerrilleros de la Revolución.
El delegado de grupo o de centuria no nos era impuesto, sino elegido
por nosotros, y no se sentía teniente o capitán, sino compañero. Los
delegados de los Comités de la Columna no fueron jamás coroneles o
generales, sino compañeros. Juntos comíamos, juntos peleábamos, juntos
reíamos o maldecíamos. Nada ganamos durante un tiempo, nada ganaron
ellos. Diez pesetas ganamos después nosotros, diez pesetas ganaron y
ganan ellos.
Lo único que aceptamos es su capacidad probada, por eso los elegimos;
su valor, también probado, por eso también fueron nuestros delegados. No
hay jerarquías, no hay superioridades, no hay órdenes severas; hay
camaradería, bondad, compañerismo: vida alegre en medio de las desdichas
de la guerra. Y así, con compañeros, imaginándose que se lucha por algo
y para algo, da gusto la guerra y hasta se recibe con gusto la muerte.
Pero cuando estás entre militares, en donde todo son órdenes y
jerarquías; cuando ves en tus manos la triste soldada con la cual apenas
puede mantenerse en la retaguardia tu familia y ves que el teniente, el
capitán, el comandante y el coronel, cobran tres, cuatro, diez veces
mas que tú, aunque no tienen ni más empuje, ni más conocimiento, ni más
valor que tú, la vida se ve hace amarga, porque ves que eso no es
Revolución, sino aprovechamiento, por unos pocos de una situación
desgraciada que va únicamente en perjuicio del pueblo.
"Nosotros", 16-III-1937
Ahora
No sé cómo viviremos ahora. No sé si podremos acostumbrarnos a recibir
malas palabras del cabo, del sargento o del teniente. No sé si después
de habernos sentido plenamente hombres, podremos sentirnos animales
domésticos, que a esto conduce la disciplina y esto representa la
militarización.
No podremos ya, será totalmente imposible, aceptar despotismo y malos
tratos, ya que se necesita ser muy poco hombre para tener un arma en la
mano y aguantar mansamente el insulto; pero tenemos noticias que
angustian, de compañeros que, al militarizarse, han vuelto a sentir,
como losa de plomo, la pesantez de los órdenes que emanan de gente,
muchas veces inepta y siempre desamorada.
Creíamos que nos estábamos redimiendo, que nos estábamos salvando y
estamos cayendo en lo mismo que combatimos; en el despotismo, en la
castocracia, en el autoritarismo mas brutal y absorbente.
Dos caminos
Pero el momento es grave. Cogidos no sabemos por quien, y si lo
sabemos, nos lo callamos ahora; cogidos, repito, en una trampa, debemos
salir de ella, escaparnos de ella, lo mejor que podamos, pues de trampas
está sembrado todo el campo.
Los militaristas, todos los militaristas los hay furibundos en nuestro
campo nos han cercado. Ayer fuimos dueños de todo, hoy lo son ellos. El
ejército popular, que no tiene
de popular más que el hecho de formarlo el pueblo, y eso ocurrió
siempre, no es del pueblo, es del Gobierno, y el Gobierno manda, y el
Gobierno ordena. Al pueblo sólo se le permite obedecer y siempre se le
exige obedecer.
Cogidos entre las mallas militaristas, tenemos dos caminos a seguir: el
primero nos lleva a disgregarnos los que hasta hoy somos compañeros de
lucha, deshaciendo la Columna de Hierro; el segundo nos lleva a la
militarización.
Disgregación de la Columna
La Columna, nuestra Columna, no debe deshacerse. La homogeneidad que
siempre ha presentado, ha sido admirable hablo solamente para nosotros,
compañeros; la camaradería entre nosotros quedará en la historia de la
Revolución española como un ejemplo; la bravura demostrada en cien
combates podrá haber sido igualada en esta lucha de héroes, pero no
superada. Desde el primer día fuimos amigos; mas que amigos, compañeros,
mas que compañeros, hermanos. Disgregarnos, irnos, no volvernos a ver,
no sentir, como hasta aquí, los impulsos de vencer y de luchar, es
imposible.
La Columna, esta Columna de Hierro, que desde Valencia a Teruel ha
hecho temblar a burgueses y fascistas, no debe deshacerse, sino seguir
hasta el fin.
¿Quién puede decir que en la pelea, por estar militarizados, han sido
más fuertes, más recios, más generosos para regar con su sangre los
campos de batalla? Como hermanos que defienden una causa noble hemos
luchado; como hermanos que tienen los mismos ideales, hemos soñado en
las trincheras; como hermanos que anhelan un mundo mejor, hemos empujado
con nuestro coraje. ¿Deshacernos como un todo homogéneo? Nunca,
compañeros. Mientras quedemos una centuria, a luchar; mientras quede uno
solo de nosotros, a vencer.
Militarización
Será un mal menor, a pesar de ser un gran mal, el tener que aceptar,
sin ser elegidos por nosotros, quienes nos ordenen. Pero...
Ser una Columna o ser un Batallón es casi igual. Lo que no es igual es que no se nos respete.
Si estamos juntos los mismos individuos que ahora estamos, ya formemos
una columna, ya formemos un batallón, para nosotros ha de ser igual. En
la lucha no necesitaremos quien nos aliente, en el descanso no
tendremos quien nos prohíba descansar, porque no lo consentiremos.
El cabo, el sargento, el teniente, el capitán, o son de los nuestros,
en cuyo caso seremos todos compañeros, o son enemigos, en cuyo caso como
a enemigos habrá que tratarlos.
Columna o Batallón, para nosotros, si queremos, será igual. Nosotros,
ayer, hoy y mañana, no necesitamos estímulos para combatir; nosotros,
ayer, hoy y mañana seremos los guerrilleros de la Revolución.
De nosotros mismos, de la cohesión que haya entre nosotros, depende
nuestro desarrollo futuro. No nos imprimirá nadie un ritmo suyo; se lo
imprimiremos nosotros, por tener personalidad propia a los que están a
nuestro alrededor.
Final
Tengamos en cuenta una cosa, compañeros. La lucha exige que no
hurtemos nuestros brazos ni nuestro entusiasmo a la guerra. En una
columna, la nuestra o en un Batallón, el nuestro; en una división o en
un batallón que no sean nuestros, tenemos que luchar.
Si deshacemos la Columna, si nos disgregamos, después,
obligatoriamente movilizados, tendremos que ir, no con quien digamos,
sino con quien se nos ordene. Y como no somos ni queremos ser
animalillos domésticos, posiblemente chocáramos con quienes no
deberíamos chocar: con los que, mal o bien, son nuestros aliados.
La Revolución, nuestra Revolución, esa Revolución proletaria y
anárquica, a la cual, desde los primeros días, hemos dado páginas de
gloria, nos pide que no abandonemos las armas y que no abandonemos,
tampoco, el núcleo compacto que hasta ahora hemos tenido formado,
llámese éste como se llame: Columna, División o Batallón.
"Nosotros",17-III-1937
Un "Incontrolado" de la Columna de Hierro
Línea de Fuego,
autotilulada como "Portavoz de la Columna de Hierro" CNT-FAI en el
frente de Teruel", nació para convertirse en la voz del miliciano y era
confeccionada y editada por los miembros del Sindicato de Artes
Gráficas de Valencia. Las noticias y artículos que publicaba
diariamente sufrieron un breve paréntesis cuando los miembros del equipo
original de redacción abandonaron la Columna siendo sustituidos por
otro rápidamente del citado sindicato que fué enviado al frente. En el
día de su reaparición "Línea de Fuego" dejaba bien claro su voluntad y
espíritu:
"Línea de Fuego ha de ser el revulsivo que os dé ánimos en la lucha,
el járabe que reanime a los cansados y multiplique el valor de los que
nunca se cansan, el espejo que refleje fielmente las ansias y
aspiraciones de todos los luchadores."
Los integrantes del equipo de redacción, en su mayoría no eran profesionales del periodismo, pero sí que muchos de ellos habían trabajado en empresas relacionadas con la imprenta. Desde la Columna se les denominaba "los vagabundos", pues siempre andaban de un lado para otro. El diario elaboraba propaganda del frente, y desde el interior de un camión se hacía trabajar la imprenta, la redacción y la administración, y a donde marchaba la Columna, allí iba la rotativa.
Los integrantes del equipo de redacción, en su mayoría no eran profesionales del periodismo, pero sí que muchos de ellos habían trabajado en empresas relacionadas con la imprenta. Desde la Columna se les denominaba "los vagabundos", pues siempre andaban de un lado para otro. El diario elaboraba propaganda del frente, y desde el interior de un camión se hacía trabajar la imprenta, la redacción y la administración, y a donde marchaba la Columna, allí iba la rotativa.
Solidaridad Obrera 25 agosto 1936 |
La Columna de Hierro y laRevolución
José Pellicer y la Columna de Hierro, Miguel Amorós
La Columna de Hierro
Trabajo realizado por CNT Camp Morvedre
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