INFORMANTES Y RECOPILADORES VARIOS
Testimonio 1.
INFORMANTE: María Márquez (Tarifa, Cádiz).
RECOGIDO POR: Beatriz Díaz.
EN LA FOTO: Manuela Román con su familia.
Mi tío Paco me contó que cuando empezó la Guerra Civil, él estaba sirviendo y lo cogieron prisionero (él no había hecho nada). Todos los días salían camiones con los presos. Él me contaba, “cada vez que me iban a sacar, tu madre se me presentaba. Lo cierto es que yo siempre sobraba”. Él estaba pensando en ella; y nunca se lo llevaban.
Habían cogido a más gente de Vejer, y así mi madre supo que su hermano pequeño estaba prisionero en un sitio de Marruecos. Entonces se acordó de mi tía Rosalía, que se fue de ama de leche a Casablanca. Rosalía y Adelaida eran hermanas de mi abuelo Paco, el padre de mi madre. Una de las dos, cuando estaba criando un niño, era ama de leche con una mujer rica de Casablanca, que no tenía leche para criar a su hijo. Cuando la señora se fue para Marruecos, se fueron las dos hermanas de Paco y sus familias con ella, y allí les buscaron colocación. Adelaida Sánchez Alba y Casimiro, su marido, tuvieron suerte: dos niños estudiaron y se hicieron militares (Salvador y Antonio), y tuvieron varias hijas: Nicolasa, Fátima, Angelita y Rosalía (primas de mi madre).
Mi madre se acordó de ese tío que tenía en Casablanca, que hacía muchísimos años que no tenían contacto. Le escribió para ver si podían hacer algo y la carta llegó a manos de Adelaida. Y vieron que Paco estaba en el mismo lugar donde estaba Salvador a cargo de los prisioneros. Le escribieron y metieron la carta de mi madre dentro. ¡Cuando Salvador recibió la carta, se puso de contento...!
Un día sacaron otros pocos de prisioneros para matarlos y a mi tío Paco fue el primero que nombraron. “Francisco Sánchez Vite, que dé un paso al frente”. Mi tío dio un paso y cayó desmayado: “Ya me llegó mi hora”. Salvador lo recogió y, cuando volvió en sí, le dijo, “soy tu primo hermano. Esto lo debes de agradecer a tu hermana, que se acordaba de mi padre y le ha escrito, aunque no sabe que hace dieciséis años que murió”. Y Paco le dijo, “yo, cada vez que me iban a sacar, sería de la endeblez que tengo, se me presentaba mi hermana”.
Salvador lo tuvo unos pocos de días en el hospital y cuando se puso mejorcito se lo llevó unos días a su casa. Después mandó una pareja de soldados para que fueran con él hasta Vejer, donde mi madre vivía (porque él de soltero estaba con ella). Estuvo mucho tiempo en la cama, ¡porque tenía una anemia! Llegó a pesar 35 kilos. Estaba muy mal: se levantaba de la cama y decía, “¡ya están ahí, ya están ahí!”.
Después se casó con una hermana de mi padre y estuvo un tiempo en una aldeíta llamada El Algar, a la vera de Medina Sidonia, de maestro escuela con setenta alumnos. Mi tío no tenía carrera, pero sabía muchísimo. Fíjate si sabía, que don José Mora Figueroa, cuando iba a escribir cartas para alguien importante, lo mandaba llamar para que se las escribiera. Cuando sus niñas fueron mayores se fueron a Barcelona y allí murió.
Testimonio 2.
RECOGIDO POR: Beatriz Díaz.
EN LA FOTO: Manuela Román con su familia.
Mi tío Paco me contó que cuando empezó la Guerra Civil, él estaba sirviendo y lo cogieron prisionero (él no había hecho nada). Todos los días salían camiones con los presos. Él me contaba, “cada vez que me iban a sacar, tu madre se me presentaba. Lo cierto es que yo siempre sobraba”. Él estaba pensando en ella; y nunca se lo llevaban.
Habían cogido a más gente de Vejer, y así mi madre supo que su hermano pequeño estaba prisionero en un sitio de Marruecos. Entonces se acordó de mi tía Rosalía, que se fue de ama de leche a Casablanca. Rosalía y Adelaida eran hermanas de mi abuelo Paco, el padre de mi madre. Una de las dos, cuando estaba criando un niño, era ama de leche con una mujer rica de Casablanca, que no tenía leche para criar a su hijo. Cuando la señora se fue para Marruecos, se fueron las dos hermanas de Paco y sus familias con ella, y allí les buscaron colocación. Adelaida Sánchez Alba y Casimiro, su marido, tuvieron suerte: dos niños estudiaron y se hicieron militares (Salvador y Antonio), y tuvieron varias hijas: Nicolasa, Fátima, Angelita y Rosalía (primas de mi madre).
Mi madre se acordó de ese tío que tenía en Casablanca, que hacía muchísimos años que no tenían contacto. Le escribió para ver si podían hacer algo y la carta llegó a manos de Adelaida. Y vieron que Paco estaba en el mismo lugar donde estaba Salvador a cargo de los prisioneros. Le escribieron y metieron la carta de mi madre dentro. ¡Cuando Salvador recibió la carta, se puso de contento...!
Un día sacaron otros pocos de prisioneros para matarlos y a mi tío Paco fue el primero que nombraron. “Francisco Sánchez Vite, que dé un paso al frente”. Mi tío dio un paso y cayó desmayado: “Ya me llegó mi hora”. Salvador lo recogió y, cuando volvió en sí, le dijo, “soy tu primo hermano. Esto lo debes de agradecer a tu hermana, que se acordaba de mi padre y le ha escrito, aunque no sabe que hace dieciséis años que murió”. Y Paco le dijo, “yo, cada vez que me iban a sacar, sería de la endeblez que tengo, se me presentaba mi hermana”.
Salvador lo tuvo unos pocos de días en el hospital y cuando se puso mejorcito se lo llevó unos días a su casa. Después mandó una pareja de soldados para que fueran con él hasta Vejer, donde mi madre vivía (porque él de soltero estaba con ella). Estuvo mucho tiempo en la cama, ¡porque tenía una anemia! Llegó a pesar 35 kilos. Estaba muy mal: se levantaba de la cama y decía, “¡ya están ahí, ya están ahí!”.
Después se casó con una hermana de mi padre y estuvo un tiempo en una aldeíta llamada El Algar, a la vera de Medina Sidonia, de maestro escuela con setenta alumnos. Mi tío no tenía carrera, pero sabía muchísimo. Fíjate si sabía, que don José Mora Figueroa, cuando iba a escribir cartas para alguien importante, lo mandaba llamar para que se las escribiera. Cuando sus niñas fueron mayores se fueron a Barcelona y allí murió.
Testimonio 2.
INFORMANTE: Manuela Román (Tarifa, Cádiz).
RECOGIDO POR: Beatriz Díaz.
A mi suegro no lo conocí. Mi suegra tuvo dieciséis hijos. Se le fueron muriendo chiquitillos y quedaron ocho, que vivían en un solo cuarto en la calle de Silos de Tarifa. Mi marido nació en el año 30. Él me contaba que cuando la guerra él tenía seis o siete años y estaba en Facinas; mis suegros vivían en Tarifa y mandaban a los chicos con la abuela, a Facinas, y una señora de allí les hacía la ropilla.
Vivían a las afueras del pueblo, en un sitio que le decían El Tajo del Chorro, que había una fuente. Los críos se metían por todos los lados. Un día, su hermano, él y otro crío estaban jugando por allí y dice que vieron a dos personas que sacaban a un huerto a dos hombres de Facinas que conocían. Y allí en el huerto los mataron. Así me lo contaba él, que lo presenciaron ellos porque estaban escondidos jugando.
Se asustaron, se fueron a casa de su abuela y se lo contaron a ella. Entonces se enteraron de la familia que eran los que habían matado y más luego supieron que los que fueron a matarlos eran dos hombres de Tarifa que conocemos. Que entraron a su casa y les dijeron, “aquí venimos nosotros, a que nos eche un cafelito”. La señora de la casa les dijo que sí, que se lo echaba. Cuando se lo tomaron, les dijeron que salieran al huerto, que iban a charlar y a echar un cigarrito allí. Entonces fue cuando los críos vieron que los mataban.
A mi vecino también lo cogieron por una frase que dijo. Era un hombre muy agradable, muy chistoso, y como antes había mucho chivato, lo chivatearon. Lo vinieron a buscar: empujaban a la mujer y todo, porque se creían que lo tenía debajo de la cama, pero él estaba trabajando. Se lo llevaron luego y lo metieron preso. La madre de este vecino estaba sirviendo desde hacía mucho con una señora, y esa señora hizo mucho por él. Tres veces lo metieron en el camión para matarlo y tres veces que lo devolvieron a la cárcel.
Testimonio 3.
RECOGIDO POR: Beatriz Díaz.
A mi suegro no lo conocí. Mi suegra tuvo dieciséis hijos. Se le fueron muriendo chiquitillos y quedaron ocho, que vivían en un solo cuarto en la calle de Silos de Tarifa. Mi marido nació en el año 30. Él me contaba que cuando la guerra él tenía seis o siete años y estaba en Facinas; mis suegros vivían en Tarifa y mandaban a los chicos con la abuela, a Facinas, y una señora de allí les hacía la ropilla.
Vivían a las afueras del pueblo, en un sitio que le decían El Tajo del Chorro, que había una fuente. Los críos se metían por todos los lados. Un día, su hermano, él y otro crío estaban jugando por allí y dice que vieron a dos personas que sacaban a un huerto a dos hombres de Facinas que conocían. Y allí en el huerto los mataron. Así me lo contaba él, que lo presenciaron ellos porque estaban escondidos jugando.
Se asustaron, se fueron a casa de su abuela y se lo contaron a ella. Entonces se enteraron de la familia que eran los que habían matado y más luego supieron que los que fueron a matarlos eran dos hombres de Tarifa que conocemos. Que entraron a su casa y les dijeron, “aquí venimos nosotros, a que nos eche un cafelito”. La señora de la casa les dijo que sí, que se lo echaba. Cuando se lo tomaron, les dijeron que salieran al huerto, que iban a charlar y a echar un cigarrito allí. Entonces fue cuando los críos vieron que los mataban.
A mi vecino también lo cogieron por una frase que dijo. Era un hombre muy agradable, muy chistoso, y como antes había mucho chivato, lo chivatearon. Lo vinieron a buscar: empujaban a la mujer y todo, porque se creían que lo tenía debajo de la cama, pero él estaba trabajando. Se lo llevaron luego y lo metieron preso. La madre de este vecino estaba sirviendo desde hacía mucho con una señora, y esa señora hizo mucho por él. Tres veces lo metieron en el camión para matarlo y tres veces que lo devolvieron a la cárcel.
Testimonio 3.
INFORMANTE: Mª Luz Díaz (Tarifa, Cádiz).
RECOGIDO POR: Beatriz Díaz.
Hubo una época que lo pasamos muy mal, porque mi padre se llevaba unos cuantos meses en la mar. En el invierno, a media tarde, nos poníamos en una mesa redonda pegaditos alrededor de mi madre, con una copa de carbón y picón debajo y con una vela o un quinqué, porque no había otra cosa. Para pasar el rato mientras duraba el calor, ella empezaba a contar cosas de cuando la guerra, de gente a quienes hicieron muchísimas cosas. La casa era muy grande y, como nos daba miedo, hasta que mi madre no arrancaba no nos íbamos ninguno a dormir. Ahí estábamos todos asustados y acurrucados a la vera de ella.
Mi madre contaba que empezaron a llevarse gente sin que hubieran hecho nada y los metían en la cárcel. A ella le mataron un primo hermano que era marinero. Le decía su madre (mi tía Antonia), “ Jacinto, no te quedes aquí en el pueblo, que se están llevando a la gente. Tú te debes ir a la mar”. “¿Y a mí por qué me van a llevar, si no he hecho nada y no me meto con nadie?”. Mi primo era una persona muy humilde, como era mayormente casi todo el mundo antes (porque antes estaba todo el mundo acobardado, nadie hablaba; no es como hoy, que todo lo decimos).
Una mañana, estaba desayunando en su casa y llegaron dos de Tarifa que eran amigos de él y se habían metido a falangistas: “Venga, que quieren hablar contigo”. Su madre se lo calculó: “mi hijo ya no viene más”. “Mamá, no te preocupes que son compañeros; ¿qué me van a hacer?”. Se lo llevaron engañado. Un día fue su madre a llevarle un poquito de café a la cárcel. “Tu hijo no está aquí”. Se lo habían llevado en un camión; detrás del cementerio lo fusilaron y lo echaron en una fosa. Aquí fueron muchísimos.
La gente se metían a falangistas porque así tenían el poder y hacían lo que les daba la gana. Una conocida me contó que en ese tiempo su familia no quería que le hablara a su novio, sino a otro. Este otro se metió a falangista, fusiló al novio y, al final, se casó con ella.
Mi madre nos contaba también de un hombre que estaba en la cárcel y cuando fueron a sacarlo para fusilarlo se escapó. Dicen que huyó por La Caleta y por la costa. Y otra mujer cuyo marido se escondió, la cogieron a ella, la pelaron toda, le dieron un purgante y la sacaron desnuda por todas las calles. Eran cosas que ella había vivido. Nos daba mucho miedo, ¡porque mi madre lo contaba con un misterio! Y flojito: “¡Chiquillos, callarse, no vaya a escuchar alguien por la ventana! ¡Y esto no vayan a hablarlo con nadie!”.
RECOGIDO POR: Beatriz Díaz.
Hubo una época que lo pasamos muy mal, porque mi padre se llevaba unos cuantos meses en la mar. En el invierno, a media tarde, nos poníamos en una mesa redonda pegaditos alrededor de mi madre, con una copa de carbón y picón debajo y con una vela o un quinqué, porque no había otra cosa. Para pasar el rato mientras duraba el calor, ella empezaba a contar cosas de cuando la guerra, de gente a quienes hicieron muchísimas cosas. La casa era muy grande y, como nos daba miedo, hasta que mi madre no arrancaba no nos íbamos ninguno a dormir. Ahí estábamos todos asustados y acurrucados a la vera de ella.
Mi madre contaba que empezaron a llevarse gente sin que hubieran hecho nada y los metían en la cárcel. A ella le mataron un primo hermano que era marinero. Le decía su madre (mi tía Antonia), “ Jacinto, no te quedes aquí en el pueblo, que se están llevando a la gente. Tú te debes ir a la mar”. “¿Y a mí por qué me van a llevar, si no he hecho nada y no me meto con nadie?”. Mi primo era una persona muy humilde, como era mayormente casi todo el mundo antes (porque antes estaba todo el mundo acobardado, nadie hablaba; no es como hoy, que todo lo decimos).
Una mañana, estaba desayunando en su casa y llegaron dos de Tarifa que eran amigos de él y se habían metido a falangistas: “Venga, que quieren hablar contigo”. Su madre se lo calculó: “mi hijo ya no viene más”. “Mamá, no te preocupes que son compañeros; ¿qué me van a hacer?”. Se lo llevaron engañado. Un día fue su madre a llevarle un poquito de café a la cárcel. “Tu hijo no está aquí”. Se lo habían llevado en un camión; detrás del cementerio lo fusilaron y lo echaron en una fosa. Aquí fueron muchísimos.
La gente se metían a falangistas porque así tenían el poder y hacían lo que les daba la gana. Una conocida me contó que en ese tiempo su familia no quería que le hablara a su novio, sino a otro. Este otro se metió a falangista, fusiló al novio y, al final, se casó con ella.
Mi madre nos contaba también de un hombre que estaba en la cárcel y cuando fueron a sacarlo para fusilarlo se escapó. Dicen que huyó por La Caleta y por la costa. Y otra mujer cuyo marido se escondió, la cogieron a ella, la pelaron toda, le dieron un purgante y la sacaron desnuda por todas las calles. Eran cosas que ella había vivido. Nos daba mucho miedo, ¡porque mi madre lo contaba con un misterio! Y flojito: “¡Chiquillos, callarse, no vaya a escuchar alguien por la ventana! ¡Y esto no vayan a hablarlo con nadie!”.
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